Los últimos días antes de las vacaciones, cuando las fuerzas ya escasean, se convierten en un esfuerzo titánico entre no dejar nada pendiente y dejarlo todo organizado. Quien más quien menos escucha estos días palabras de cansancio, de agotamiento, de no dar más de sí; palabras propias de estar tocando con los dedos los ansiados días de descanso.

Al cansancio normal tras un año de trabajo, se suman meses que nos pesan ante un mundo que se ha olvidado de vivir sin sobresaltos. Crisis de suministros que amenazaron a la industria, olas de ómicron que nos complicaron las navidades; la invasión de Ucrania y la sensación estremecedora de tener una guerra a las puertas de casa. El mundo se paró esa mañana de febrero en la que colas kilométricas de coches colapsaron las avenidas de Kiev huyendo de una guerra que pocos creyeron que sucedería.

 

Las sanciones a Rusia, el encarecimiento del precio del gas y del petróleo, la huelga del transporte, la cesta de la compra y una inflación condicionada por la guerra eran el preludio de un otoño frío e incierto

 

Cuando soñábamos con los felices años 20 del siglo XXI, tras una pandemia que nos dejó fundidos, regresaban las imágenes de una guerra donde el cuerpo de las mujeres volvía a ser el campo de batalla, los niños lloraban estremecidos y se bombardeaban casas con ancianos dentro. Las sanciones a Rusia, el encarecimiento del precio del gas y del petróleo, la huelga del transporte, la cesta de la compra y una inflación condicionada por la guerra eran el preludio de un otoño frío e incierto. 

 

Este verano, turismo de venganza

 

Ante la perspectiva de un tiempo incierto, el último verano en el que disfrutar del presente. Vivimos una disociación entre los mensajes de los gobiernos llamando al ahorro energético y la necesidad de desconexión informativa de una población ansiosa de disfrutar el presente. Este verano, turismo de venganza. Cómo no comprenderlo cuando la sociedad siente que la ciudadanía carga desde hace demasiado tiempo con el peso de una pandemia, de una inflación desbocada que ataca nuestros bolsillos y de un gobierno ruso decidido a atacar nuestro bienestar, sin duda, uno de nuestros valores más preciados. 

 

Disfrutemos del verano sabiendo que los felices años veinte del siglo XXI serán los años de la eficiencia y del cambio de costumbres (para todos)

 

Mientras nosotros disfrutamos del verano, los Gobiernos trabajan ya en un otoño de futuro incierto.  Tendrán que combinar con maestría los mensajes de ahorro y cambio de costumbres dirigidos a la ciudadanía, con medidas encaminadas a acelerar la descarbonización, mejorar la eficiencia energética y avanzar en nuestra autonomía estratégica. Es la hora de las pequeñas y grandes transformaciones, porque hay más riesgo político (y climático) en no implementar medidas, que en trabajar con empeño para sacarlas adelante. El caso de una crisis de suministro derivado de una falta de decisiones es un escenario desconocido que nos puede llevar a situaciones de racionamiento que implicarán frenazo económico, más subida de precios, y quién sabe si a descontento social. 

Disfrutemos del verano sabiendo que los felices años veinte del siglo XXI serán los años de la eficiencia y del cambio de costumbres (para todos).