La barba de Iñigo Urkullu nos sacó del tedio veraniego. Sólo por eso hay que agradecer al lehendakari que apostase por este cambio de imagen. Si bien es de justicia admitir que muchos como servidor pasamos de la sorpresa y hasta el sonrojo iniciales a la sincera aprobación posterior, no entraremos aquí a discernir si el nuevo look es un acierto o un error. Eso que se lo pregunte el PNV a sus bases con su app para encuestas. Como los resultados no son vinculantes, en ningún caso tendrá obligación de afeitarse.
Tampoco parece demasiado apasionante reflexionar acerca de si este nuevo aspecto entre maduro o 'casual' es un mensaje subliminal enviado a los votantes y simpatizantes sobre su presunta continuidad en el cargo. ¿Para qué vamos a discurrir sobre este particular cuando ya hemos llegado a la conclusión de que hay Urkullu para rato y, por ello, nuestros hijos seguirán pensando que el cargo de lehendakari es personal y hereditario como el de rey?
Se han dicho y escrito ya tantas cosas al respecto de ella que todo, absolutamente todo, está o parece estar en esa barba cana y reciente. El propio lehendakari no pudo esconder una risa floja y cómplice, como burlona, cuando le preguntaron al respecto en una entrevista en Radio Euskadi. Llámenme loco, pero esa sonrisa al hablar de su barba -"cuestiones personales, de etapa vital, de apuestas familiares"- nos mostraba a un nuevo Urkullu, que ya no parecía ese hombre de voz gregoriana, seriedad franciscana y palabras jesuíticas.
Lo anterior está muy bien y anima un poco la frenética conversación pública que nos domina, pero lo verdaderamente interesante del asunto, lo que a algunos no nos deja dormir es desentrañar a quién se parece ahora Urkullu. El debate está en la calle y posee una crudeza propia de una sociedad tribal como esta. Un amplio sector habla de Papá Noel y otro grupo se decanta por David El Gnomo, pero yo me quedo, sin duda, con quienes apuntan a una mezcla perfecta entre Rubeus Hagrid y Albus Dumbledore, que como ustedes saben son dos de los buenos de la saga de Harry Potter.
Esta cuestión del parecido no es baladí porque resulta bastante probable que pronto algún rival político, sea en el Debate de Política General de este jueves o sea más adelante, utilice la renovada imagen para buscar el titular fácil en el periódico de turno (algo que no criticaremos porque es justo lo que hemos hecho aquí).
No es descartable, incluso, que la barba de Urkullu acabe convirtiéndose en una categoría política como antes ocurrió con el bigote de Aznar o la coleta de Iglesias. Porque en esta época convulsa del selfie y el "me gusta" nada importan una crisis energética, una guerra salvaje o una subida de precios imparable frente a una nueva barba. Poco nos pasa.