El sociólogo francés, Émile Durkheim, escribió un tratado que con el nombre de 'El suicidio: un estudio en sociología', ha marcado la interpretación social sobre este fenómeno desde hace más de un siglo. Entre sus conclusiones, Durkheim sostuvo que el suicidio de una persona puede conducir a réplicas en su entorno, por lo que el suicidio pudiera tener un comportamiento social de emulación. La referencia histórica se encuentra en la publicación de la obra de Johann Wolfgang Von Goethe La penas del joven Werther, publicada en 1774 y en la que la muerte del protagonista dio lugar a un rosario de suicidios de jóvenes europeos que se causaron la muerte de un modo semejante al empleado por el personaje de la novela. La obra de Goethe llegó a estar prohibida en varios países europeos por el daño que, aparentemente, llegó a causar a sus lectores.
David Phillips, en 1974, realizó un estudio en el que llegó a la conclusión de que la publicidad de suicidios en los medios de comunicación tenía efectos sobre la sociedad y advirtió de que el conocimiento de casos de suicidio acentuaba su comisión. Hay sucesivos estudios que reiteran la misma tesis, especialmente, cuando la persona que incurre en el suicidio es una celebridad. Así, se han dado réplicas cuantificadas tras la muerte de Marilyn Monroe o Kurt Kobain, quienes a su popularidad sumaron una amplia cobertura mediática de las causas de muerte.
Toda esta tarea de investigación social condujo a que los medios de comunicación redujeran la información relativa a los suicidios y que los casos de este tipo de muerte se silenciaran o se moderaran las informaciones que se ofrecían sobre ellos.
La conclusión científica conducía al mismo punto en el que las sociedades tradicionales habían tratado el suicidio, que era la proscripción del mismo, su silenciamiento y, si cabe, su negación.
Hoy, el suicidio y la información pública sobre el suicidio ha emprendido una línea diferente. El suicidio se adentra en una nueva consideración moral que rompe con la tradición y lejos de entenderse como un daño a la sociedad se abre a una interpretación comprensiva y justificativa del mismo.
Hoy, aun considerándose como una conclusión no deseable, el suicidio comienza a romper el tabú que ha venido representando y adquiere una apreciación divergente a la que habíamos conocido, hasta el punto de que su práctica comienza a normalizarse.
También la legislación española ha entrado en esa interpretación en la que la consideración de la vida ya no es tan sagrada
Recientemente hemos conocido la muerte por suicidio asistido del cineasta francés Jean Luc Godard, que escogió el día de su muerte acogiendose a la legislación suiza que ampara esta práctica y que, desde su legalización, hace veinte años, ha extendido esta forma de muerte. La asociación que ayudó al suicidio de Godard cuenta, solo en 2021, con 421 casos de asistencia a la muerte voluntaria de otras tantas personas que decidieron poner fin a su vida.
El suicidio tiene una nueva consideración moral. Hoy hay legislaciones comprensivas con esta forma de muerte, como la suiza, pero también la legislación española ha entrado en esa interpretación en la que la consideración de la vida ya no es tan sagrada. La legislación de distintos países occidentales, y la interpretación soicial que hay detrás de ellas, es la de que hay circunstancias que justifican un suicidio. Entre ellas, la enfermedad invalidante, el deterioro en la calidad de vida y cosas semejantes.
El suicidio ha dejado de ser un tabú y ha entrado en el espacio de la comprensión social y la justificación moral
En España, la Ley que regula la eutanasia autoriza la muerte provocada a personas que padezcan “padecimiento grave, crónico e imposibilitante”, es decir, se determina desde los poderes públicos las circunstancias que hacen razonable y, por tanto, legal, el suicidio. El suicidio ha dejado de ser un tabú y ha entrado en el espacio de la comprensión social y la justificación moral. De ser un acto que estaba rechazado en su integridad, pasa a ser aceptado y comprendido.
Los datos sobre el suicidio indican un crecimiento sostenido, particularmente desde la pandemia, momento en el que también se aprobó la Ley de Eutanasia. En 2021 se ha alcanzado el récord de suicidios en España con la cifra de 3.941 muertes voluntarias.
El conocimiento del suicidio como práctica social conduce, como advirtieron Durheim y Phillips, a la reproducción de casos. Ahora, a esa publicidad se une la aceptación social, la “dignidad del suicidio”, como se ha escrito sobre la muerte de Jean Luc Godard. Estamos ante una nueva percepción del suicidio que viene acompañada de una multiplicación de los casos que incurren en esta forma de muerte provocada. Como ya se había advertido, el suicidio tiene un importante componente social y ese componente ha pasado del rechazo a la aceptación. Entre sus consecuencias, el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte entre los adolescentes en España.