Es muy frecuente oír hablar del populismo de izquierdas, el que se presenta en los programas electorales anunciando que con una política socialista cierta y bien aplicada se acabará con todos los males que venían denunciando en su oposición a la derecha. Una
vez en el Gobierno, la ejecución de sus planes se hace imposible por muy distintas circunstancias, la mayoría de las cuales ya las deberían de saber por experiencias anteriores o por los sucesivos fracasos que su aplicación ha tenido en otros lugares del mundo.
Pero es menos frecuente que se hable del populismo de derechas, que también existe. Pese a que el tradicionalismo del pensamiento conservador no apele con tanta frecuencia a mensajes de captación de voto por seducción popular, hay políticos que se lanzan a la sugestión con ideas provocadoras que estimulan al votante ocasional.
Así ha sucedido en Italia, donde la derecha, unida tras la portavocía de Giorgia Meloni, se ha encumbrado con el anuncio de medidas dirigidas a contentar a todo el electorado, como son la elevación de salarios, la bajada de impuestos y la mejora de los servicios públicos,
todo a un mismo tiempo. Algo semejante es lo que hemos visto en Gran Bretaña de la mano de Liz Truss, la nueva premiere británica, quien se arrancó con un anuncio generalizado de bajada de impuestosque alcanzaba a todos los conceptos fiscales y que, ya desde el primer momento, despertó suspicacias en todo el abanico político, incluido el de los parlamentarios de su propio partido.
Lo de Liz Truss ha sido un dislate, pues no se trataba de un recurso electoral sino que ha emprendido la reforma fiscal desde el Gobierno sin tener en consideración cosas tan elementales como la situación financiera del país en parámetros tan relevantes como la inflación, la deuda o el déficit, ninguno de los cuales aconseja en este momento un viraje tan drástico como el anunciado por la primera ministra.
El Reino Unido tiene los impuestos más altos de su historia tras los aplicados como consecuencia de la II Guerra Mundial. El objetivo de Truss se hace razonable razonable y conveniente para un país de tradición industrial e inversora con un alto nivel de vida.
Para lograr el loable propósito de Truss el primer paso es lograr la eficiencia del sistema, que es el objetivo número uno de un gobernante que actúa con prudencia
Pero la realidad es la que es y las soluciones no son las mismas para un sano que para un enfermo. Las medicaciones prolongadas se suprimen progresivamente. Por eso, los mercados, que se comportan con una sensibilidad de derechas de la que Truss ha carecido,
no han aceptado su proyecto populista, porque saben que las consecuencias inmediatas son negativas y que los efectos de su insolente programa dañaría la situación del Reino Unido en su equilibrio fiscal, en su capacidad de sostenimiento del sistema que soporta y, a la postre, elevaría la deuda del país, contrayendo, de este modo, su capacidad real de inversión.
La decisión de bajar impuestos en el modo y manera que ha anunciado la primera ministra británica requiere de pasos previos para lograr que la prestación de los servicios y los compromisos con las clases pasivas sean compatibles con una reducción de la carga fiscal sobre los trabajadores, las rentas de capital y los patrimonios. Truss ha invertido la ecuación y ha anunciado las medidas de bajada fiscal sin hacer nada que hiciera percibir que podría seguir sosteniendo el caro sistema social británico con menos dinero recaudado o que, de algún modo, lograría recaudar lo mismo con tipos fiscales más bajos.
Para lograr el loable propósito de Truss, el primer paso es lograr la eficiencia del sistema, que es el objetivo número uno que debe de plantearse un gobernante que actúa con prudencia. Del mismo modo que quien gestiona una economía familiar no puede renunciar a
los ingresos sin organizar un sistema de ajuste de las cuentas, ya sea mediante una mejor gestión o por la renuncia a gastos innecesarios, superfluos o inmoderados.
Truss ha anunciado la renuncia a su plan de reforma fiscal. Al parecer, la bancada Tory se ha opuesto a su proyecto con tanto convencimiento como el laborista más férreo. Hay apuestas sobre su continuidad en el Gobierno y un canal de youtube emite imagen
constante de una fotografía de Lizz Truss y una lechuga en competición por ver cuál de las dos dura más en correcto estado de revista
Todo apunta a que si la reina Isabel hubiera durado unas pocas semanas más en su monárquica responsabilidad podría haber llegado a recibir pleitesía del decimosexto primer ministro de su reinado.