Existe la cabeza ajena, lo malo es que pocas veces la usamos para escarmentar y nos empeñamos en poner la nuestra a ver qué tal. Y normalmente, mal o peor incluso. En el año 2016 obviamente nadie sabía la que se avecinaba y los promotores de la brillante idea de abandonar la Unión Europea podían permitirse un extra de frivolidad en el Reino Unido. Básicamente, su mensaje consistió en apuntar en el debe de Bruselas un exceso de burocracia que crecientemente limitaba la soberanía británica y en el haber de una recuperada independencia la posibilidad de controlar una inmigración que amenazaba ya con una literal invasión desde los bordes de la Unión Europea. Los de Bruselas eran unos blandengues en esto último y unas rocas inamovibles en su pesada burocracia. Mucho mejor un Reino Unido independiente, que es como se llamó el partido creado para la ocasión por Nigel Farage.
El Brexit más que una idea fue desde el principio una campaña publicitaria y no es casualidad que aquello comenzara a carburarse entre políticos salidos de los medios de comunicación, como el propio Farage o Boris Johnson. Bien es cierto que las estrellas se alinearon perfectamente en aquel verano de 2016: Donald Trump hizo del Brexit parte relevante de su campaña presidencial, en Europa casi nadie previó y previno aquel movimiento inesperado del primer ministro David Cameron —que acababa de salvar hacía un par de años otra embarcada parecida en Escocia— y, sobre todo, en el propio Reino Unido el Partido Laborista hizo casi completa dejación de su obligación política de combatir algo a lo que, en principio, se oponía. No había más que oír al líder de este partido, Jeremy Corbin, en cualquiera de sus intervenciones para empezar a dudar.
Que todo era una campaña y que las ideas brillaban por su ausencia pudo comprobarse a renglón seguido de que un 52% de los británicos que votaron decidieran algo tan serio como la salida del Reino Unido de la Unión Europea. El partido que gobernaba entonces y ahora literalmente no tenía la más remota idea de cómo dar consecuencia a un resultado por el que se habían pronunciado destacados líderes del mismo. El calvario de Theresa May no provino de la oposición oficial en el parlamento, donde Corbin seguía facilitando las cosas a los tories, sino de su propias filas con un acoso de tres años a sus intentos de hacerse a toda prisa con una idea política sobre el Brexit y, para empezar, pedir una moratoria. Lo que había nacido como campaña, sin embargo, debía continuar como campaña y para ello no hacía falta una política sino un propagandista.
Johnson fue el tercer primer ministro del Reino Unido que se tragó el Brexit desde 2016. Y, como era previsible, tampoco le ha ido mucho mejor a la cuarta, Liz Truss
Boris Johnson era, sin duda, el indicado para ello. Condujo el tramo final del Brexit a golpe de consigna, pero se encontró ni más ni menos que con lo más granado de la burocracia bruselense que sí se hizo una rápida idea de qué significaba y cuáles eran las condiciones del Brexit. Un acuerdo por cuyo aro finalmente pasó Johnson para poder salvar la campaña en la que se había embarcado y para la que nunca tuvo ideas claras. Así le fue: en menos de un año ya estaba renunciando a lo firmado al corre, corre con Bruselas. Si no quería burocracia, dos tazas.
Johnson fue el tercer primer ministro del Reino Unido que se tragó el Brexit desde 2016. Y, como era previsible, tampoco le ha ido mucho mejor a la cuarta, Liz Truss, quien fuera la encargada por Johnson de decir Diego donde decía digo en el tratado de salida con la Unión Europea. Truss se encontró en el cargo de primera ministra con todo el pastel actual ya en el horno: crisis postpandemia, crisis bélica, crisis energética y crisis financiera, casi nada.
La cuestión es si seis años después del referéndum y más de dos desde que se hizo efectiva la salida del Reino Unido de la Unión, aprendemos o no acerca de las consecuencias de la política como ocurrencia, como mera campaña o si, por el contrario, tomamos nota sobre la importancia de las ideas y su debate en la política. Diría que, a la postre, siendo un desastre para todos, le ha venido mejor a la UE y a su integración la salida y que le ha ido peor al Reino Unido y su capacidad para hacer frente a situaciones tan críticas como la que se ha encontrado la ya dimisionaria Truss. Con Reino Unido dentro habría sido imposible seguramente que la UE hubiera tomado el rumbo de una mayor integración como forma de salida de la crisis sanitaria, bélica y energética. Fuera de la UE y de su paraguas, la política fiscal del Reino Unido no cuenta con la capacidad de juego de una deuda a muy largo plazo que amortigüe los peores efectos de la compleja crisis actual. Por ello fue anunciar una relajación fiscal y espantarse el mercado, caer la libra y con ella la mano derecha de Truss y ministro de economía Kwasi Kuarteng.
No afirmo que al Reino Unido le tenga necesariamente que ir peor en solitario. Espero, por su bien y el nuestro, que sea al contrario. Lo que sí afirmo es que la política que funciona desde la consigna y que se concibe como una mera campaña acaba topándose, sin ideas, con la realidad. El segundo capítulo lo veremos en Italia, con las mismas hordas de inmigrantes dispuestas a la invasión y la misma soberanía e independencia recuperadas.