Podía haber sido la ley trans, los presupuestos generales o el reparto de fondos europeos, daba lo mismo. Lo importante era la palanca que permitiera continuar con el bloqueo de la renovación del Consejo General del Poder Judicial y, a poder ser, del Tribunal Constitucional. De hecho, en anteriores ocasiones el Partido Popular exhibió excusas tan peregrinas como pretender determinar quiénes podían y quiénes no participar en el proceso de nombramiento parlamentario de los vocales del Consejo o, más exótico aún, imponer un previo cambiazo en la norma que regula la designación de los vocales y que, asómbrense, el mismo partido había establecido usando su mayoría absoluta en 2013. Creo que esto solamente puede calificarse como una tomadura de pelo.
La sensación de que al principal partido de la oposición las instituciones le importan solo en la medida que las controla se acrecienta escuchando la argumentación que esgrimen: en esta ocasión no se puede renovar el CGPJ porque el Gobierno quiere alterar en el Código Penal el delito de sedición. Que estamos ante una mera excusa que esconde algo más no necesita mucha explicación. ¿Conoce ya el PP el contenido preciso de la reforma que quiere promover el Gobierno? Me temo que no, por la sencilla razón de que ni existe aún dicha propuesta. De modo que Núñez Feijoo ha tomado la decisión de seguir bloqueando instituciones esenciales del Estado basándose en suposiciones. Pero, aunque la conociera y no la compartiera, es impropio de un partido político que se tome en serio las instituciones bloquear su correcto funcionamiento porque una determinada legislación no le parece conveniente. De hecho, nunca antes había ocurrido.
La pregunta oportuna, entonces, no debe seguir por ahí porque sencillamente no hay por dónde coger el papelón que Núñez Feijoo ha decidido interpretar en adelante
La pregunta oportuna, entonces, no debe seguir por ahí porque sencillamente no hay por dónde coger el papelón que Núñez Feijoo ha decidido interpretar en adelante. La cuestión es más bien interna al propio partido porque todo parece indicar que lo que se ha librado aquí no es una pugna con el Gobierno, menos aún con los partidos que lo sostienen, sino entre el sector liderado por Isabel Diaz Ayuso junto a su oráculo, Miguel Ángel Rodríguez, y quienes llegaron con Núñez Feijoo par apromover una imagen más centrada y de Estado del propio partido. El resultado a la vista está: entre este PP y el de Pablo Casado solo ha cambiado el nombre de la dirigencia. Con un aviso de por medio: Casado quiso emanciparse de la baronesa madrileña y acabó casi expulsado del partido.
El actual líder popular parece haber tomado muy buena nota de ello y ha preferido dejar a los suyos vendidos (por decir lo menos) antes que enfrentar al sector ultra del partido. La cara de Esteban González Pons diciendo algo de unas llaves al explicar lo inexplicable, o la que se le enrojecerá a Cuca Gamarra cuando tenga que afirmar exactamente lo contrario de lo que acaba de sostener no hace ni una semana son los menores de los peajes que va a pagar Núñez Feijoo. El más oneroso, no parece caber mucha duda, es el haber entregado ya el mando del partido al sector ultra. Es el que le va a decir por dónde ha de ir de aquí a las elecciones: ni sentarse siquiera a una mesa con el Gobierno; no a todo; ni hablar de nada. Todo lo contrario de lo que decía que venía a hacer el propio dirigente del partido.
Si esa reforma se llega a dar sin participación del PP —y esperemos que así sea— Núñez Feijoo estará ubicado en la mesa del rincón, que es donde lo quiere Díaz Ayuso. Él y la botella, como en la canción
Me parece que al entrar por el aro que le mostraba Díaz Ayuso ha hecho muy mal negocio. Diría, incluso, que lo sabe y de ahí que esté pidiendo ya sopitas (que el Gobierno diga algo que le permita volver donde estaba). Bastante escarmentados han acabado ya el Gobierno, las Cortes y el Poder Judicial como para confiar en que una eventual posposición de la reforma del Código Penal llevaría al PP a permitir el correcto funcionamiento institucional del Estado. No le dejarían los ultras del partido con cualquier otra excusa. La solución institucional, eso parece más que evidente, tendrá que venir sin el concurso del principal partido de la oposición. Es más, tendrá que venir con un aval europeo que tenga presente esta inusitada e inaceptable posición de Núñez Feijoo. Colocarse el PP en modo Vox es lo que tiene.
Si esa reforma se llega a dar sin participación del PP —y esperemos que así sea— Núñez Feijoo estará ubicado en la mesa del rincón, que es donde lo quiere Díaz Ayuso. Él y la botella, como en la canción. El mensaje enviado por su partido se va a convertir en su sombra y lo irá paulatinamente radicalizando porque, al haber optado por romper con cualquier compromiso institucional, no le queda otro camino que volver a parecerse a Vox. Mal negocio porque transmite también la idea de que el problema no está realmente en la negociación con el Gobierno y el PSOE. Como ha reconocido casi en lágrimas González Pons, eso estaba cerrado. Núñez Feijoo ha preferido transmitir la imagen de que el problema está en su propio partido: pueden sentarse, hablar, llegar a consensuar… pero no pueden pactar, no les dejan. Tendrá que ser con otro PP.