En Euskadi, pero también en Navarra y en Cataluña, se está produciendo desde hace años un fenómeno muy preocupante: buena parte de la sociedad se muestra sumisa, callada y adormecida ante la paulatina imposición por parte del nacionalismo de sus principios, creencias, valores y símbolos. El último ejemplo lo tuvimos el pasado jueves, cuando celebramos en Euskadi el Día de la Memoria. Desde las principales instituciones vascas se alientan falsos relatos sobre el pasado reciente de nuestra tierra, con vergonzosas equidistancias y sin trazar una distinción clara entre víctimas y verdugos. 

Es como si buena parte de la ciudadanía se hubiera rendido y renunciara a sus propios principios para acomodarse a los de la mayoría con el objetivo de no tener problemas y poder seguir viviendo en el día a día en paz con vecinos, amigos y compañeros de trabajo. En algunos casos se produce un auténtico síndrome de Estocolmo, llegándose al extremo de justificar en público las ideas contrarias a las suyas, de adoptar su estética y sus símbolos para pasar desapercibido. Se asombran de que algunos (pocos) nos atrevemos a decir alto y claro lo que pensamos y nos llaman valientes en privado, mientras ellos siguen con sus vidas procurando pasar desapercibidos.

Este fenómeno no es nuevo. Fue lo que permitió que la sociedad vasca aguantara tantos años la actividad criminal de la banda terrorista de ETA con el silencio cómplice de la mayoría. Hicieron falta 700 asesinatos para que la sociedad reaccionase masivamente y dijese basta ya. Y es verdad que el miedo es libre, que cada uno manda en su miedo y nadie está obligado a ser héroe, pero debemos ser conscientes del valor a largo plazo de cada gesto y de cada silencio porque está en juego nada más y nada menos que la libertad y el futuro, o lo que es lo mismo, la posibilidad de construir un futuro en libertad.

Y todo empieza por aceptar sus creencias sin cuestionarlas. Un ejemplo: ahora nos repiten hasta la saciedad que ETA no existe. Y lo que no dicen, pero quieren que se deduzca inmediatamente de ello, es que por tanto hay que hacer como que no existió. Pero en realidad casi nadie sabe a ciencia cierta si en la actualidad ETA existe o no porque una cosa es que no mate y otra que no exista, porque los comunicados de la banda nunca han sido una fuente fiable de información, porque seguimos viendo a los dirigentes de ETA encabezando un partido político y porque vemos cómo se sigue agrediendo y acosando a los que no piensan como ellos. Por eso quien puede tener mas información sobre si realmente hoy existe ETA o no son los miembros de Bildu, los demás en realidad no lo sabemos.

Y así nos vamos tragando poco a poco toda la chatarra ideológica que el nacionalismo nos impone con el fin de implantar su régimen: ¿De verdad nos parece normal que estén impidiendo a nuestros hijos estudiar en castellano, el único idioma común de todos los vascos? ¿De verdad nos parece normal que se signa celebrando en nuestras calles y plazas homenajes a los asesinos que salen de la cárcel como si fueran héroes? ¿De verdad nos parece normal seguir viendo las fiestas de nuestros barrios y ciudades plagadas de pancartas y carteles de apoyo a ETA y a sus asesinos?

Y todo esto ocurre con el beneplácito de los cuatro partidos políticos nacionalistas que en Euskadi ocupan la mayoría del espacio político: el PNV, llamado sin pudor partido nacionalista, que gobierna con la tibieza y la dejadez que tan buenos réditos le ha dado desde los tiempos de Sabino Arana, el pseudonacionalista PSOE, cómplice de estas políticas nacionalistas a cambio de cuatro sillones en el gobierno, el pseudonacionalista Podemos, totalmente absorbido por Bildu, y, por supuesto, el ultranacionalista Bildu, ese conglomerado de partidos que sigue defendiendo las mismas ideas xenófobas y medievales por las que la banda terrorista mató a más de 800 personas y que hoy está siendo votado por buena parte de la sociedad vasca sin ningún reparo.

Puede que a mucha gente todo esto le parezca normal, pero a mí no me lo parece. Yo me niego a aceptar ese marco mental, quiero creer que la sociedad vasca sigue teniendo el sentido común, la dignidad y la decencia por la que salió a la calle a gritar el día que asesinaron a Miguel Ángel Blanco. Y da igual que nos sigan uno o un millón de personas. Uno solo es suficiente para que la verdad no se tape.

Quiero creer que no todos nos tragamos diariamente la propaganda nacionalista que nos venden por tierra, mar y aire, quiero pensar que en Euskadi todavía queda la lucidez y la valentía necesaria para decir alto y claro que no soy nacionalista y que no quiero serlo, que creo en una Euskadi comprometida con la libertad individual, con la verdad y con la igualdad de todos los ciudadanos.

José Manuel Gil Vegas es parlamentario vasco y coordinador de Ciudadanos Euskadi