El tema económico de la semana es la práctica confirmación de que la cooperativa Orona se marcha del Grupo Mondragon, un camino que es probable que también tome Ulma en un proceso que ha sido bautizado como "koopexit". Han reaccionado en contra la propia corporación afectada, el Gobierno Vasco y algunos analistas independientes. Las patronales callan en un tema que, en el fondo, ni les ni les viene.
Hay muchos puntos desde los que analizar este proceso, que llega al corazón de muchos vascos por las emociones que genera un grupo empresarial tan fuertemente ligado al país y con unas características que lo hacen único en el mundo. El problema es precisamente ese, que lo que ocurre en Mondragon genera muchas veces más sentimientos que razones.
Opacidad
Sin dejar de lado la enorme opacidad que sorprendentemente rodea al koopexit. Los cooperativistas tendrán que decidir pero no tienen todavía toda la información en sus manos, probablemente porque estos procesos suelen estar teledirigidos en casi todas las organizaciones asamblearias. Se vota pero con un guión bien marcado.
Es decir, que se cocinan para que salga lo que a unos pocos les interesa. Y en este caso parece haber en juego muchas ambiciones personales de ex directivos de Orona, según señalaba el analista Carlos Etxeberri. Tampoco en la corporación han sido muy explícitos sobre lo que está ocurriendo, más aún teniendo en cuenta que la llama saltó a raíz de que Mondragon rechazara una propuesta de gobernanza del fabricante de ascensores.
El problema de fondo es que el grupo de cooperativas es muy heterogéneo y tampoco sus lazos de unión son fortísimos. No hay que olvidar que en Mondragon no hay un propietario común, como ocurriría en una corporación capitalista, donde los accionistas lo son generalmente de la matriz y de sus filiales. Esa jerarquía genera evidentemente más seguridad a largo plazo.
En Mondragon conviven, además, cooperativas que nacieron de Ulgor y Fagor, que tienen un hilo conductor común gestado por el padre Arizmendiarrieta, con otras que se han incorporado por el simple hecho de ser cooperativas. Es cierto que aportan el 2% de sus beneficios a la corporación, que deben ser solidarias cuando una necesita ayuda y que utilizan una marca común que consolida resultados anualmente para poder presumir de estar entre los 15 mayores grupos empresariales de España.
Orona y Ulma
Pero no hay mucho más. Orona tiene su propio proyecto industrial con mínimas sinergias con otras cooperativas y Ulma es de hecho un grupo de empresas, con gestación común a partir de unos obreros de una chocolatera de Oñati que un día se dieron cuenta de que había un hueco de negocio en la gestión de almacenes para terceros. Curiosamente fueron directivos de Mondragon los que les animaron a emprender, aunque eso ya lo han olvidado los empleados actuales.
¿Qué decir de Irizar? El fabricante de autobuses que lleva el made in Euskadi por todo el mundo salió un día del grupo en una operación en la que jugaron un papel importante tanto la distancia como la figura de Koldo Saratxaga. En el fondo, esto no es más que un déjà vu, una historia que se repite periódicamente porque las costuras que unen a las cooperativas de Mondragon son muy frágiles.
Comparten una filosofía de cómo debe ser y funcionar una compañía pero no mucho más. Hay mucho de sentimiento, como si fuera un tema futbolístico. ¿Eres del Athletic Club? No, yo de la Real Sociedad. "Mondragon son muchos mondragones", escribía el consultor Julen Iturbe-Ormaetxe, que trabajó muchos años en un par de cooperativas.
Por si fuera poco, la juventud vasca poco tiene que ver con la de los años en que solidaridad y auzolan primaban a la hora de trabajar. El ocio es ahora la prioridad, el emprendimiento la moda, la mayor parte de los cooperativistas de muchas empresas están en otros países y los que curran de verdad en Euskadi suelen ser inmigrantes venidos de muy lejos y con ideas bien diferentes.