Flaco favor le ha hecho el escritor de discursos de la FIFA a su presidente Infantino. “Me siento qatarí” –o catarí, que está en debate, creo-, hubiera sido más exacto y más creíble que afirmar su solidaridad con los emigrantes, los pelirrojos, las mujeres y los gays.
Me da que el escritor de discursos se ha inspirado en aquel célebre “Ich bin ein Berliner” que pronunció JFK –el de Jackie- el 26 de junio de 1963 durante un discurso en el Ayuntamiento de Berlín Occidental, con motivo del 15º aniversario del bloqueo de Berlín, realizado por la URSS.
“Yo soy berlinés” decía Kennedy en solidaridad con los cercados berlineses occidentales. “Yo soy catarí” –o qatarí- es, seguramente, lo que esperaban escuchar los 250.000 incomprendidos ciudadanos de ese país de casi 3 millones de habitantes, con su jeque a la cabeza.
Infantino no se siente nada en estos momentos, excepto preocupado. Trasladar el Mundial a Qatar ha sido una decisión arriesgada que puede no compensar al final el aspecto lucrativo de la misma.
La imagen el domingo del estadio vacío durante el partido inaugural se puede repetir durante todo el Mundial en un país donde el deporte rey son las carreras de camellos. Y eso, créanme, erosiona más la imagen de la FIFA y de Catar –o Qatar- que cualquier gesto que pudieran hacer los jugadores de las selecciones europeas, norteamericanas, exceptuando México, o australiana, y sus solidarias y acomodadas sociedades.
Acoto geográficamente la solidaridad mundial con las personas gay (no se habla del resto de colectivos aglutinados en las siglas LGTBQIA+), con las mujeres y con los emigrantes en Qatar, por el origen hipócrita y eurocentrista de la misma.
Y aquí debo dar la razón a Infantino, o a su escritor de discursos, cuando dice que Europa (incluyendo a Canada, USA y Australia) debería pedir perdón al resto del mundo antes que pedir cuentas. Discrepo, eso sí, en la exageración –también eurocentrista- de los 3.000 últimos años de historia mencionados. Hubiera bastado con los últimos 250.
La creciente solidaridad con los emigrantes en Qatar, sus mujeres y sus gays tiene un tufillo, me parece a mi, racista e islamófobo. Seguramente me explicaré mal, pero lo que quiero decir es que en 2018 el Mundial se celebró en Rusia y no recuerdo grandes gestos contra un país tan poco gay friendly como este.
Y en 2008, no hace tanto, los Juegos Olímpicos tuvieron lugar en Beijing, capital de la dictadura más grande del universo conocido. Donde la libertad es un concepto sometido al poder. Es decir que no existe. Y tampoco se rasgaron muchas vestiduras.
Pero eso sí. Si el evento se celebra en un país ubérrimo, pero cetrino y pequeño, ahí vamos a saco. Por envidia, porque son más ricos que nosotros y no nos necesitan. Es más, les necesitamos nosotros para seguir teniendo aire acondicionado. Por racismo, porque llevamos siglos sintiéndonos superiores a los putos moros. Y por abusones, porque los europeos somos abusones con los más débiles.
Qatar –o Catar- solo tiene una misión en este momento para cerrar en triunfo su experiencia mundialista: llenar los campos desde el minuto 1 al 90, o 96, o lo que diga el árbitro. Y eso en un país más forrado que el Tío Gilito tiene que ser fácil. Ocho estadios con una capacidad total de 340.000 habitantes. Descontamos unos 3.000 aficionados de media por cada selección participante, excepto Catar –o Qatar- que como se demostró el domingo tendrá unos 350. Restamos otros 1.500 familiares y allegados a cada selección y unos 1500 VIPS por partido y el resto se rellena con mano de obra emigrante uniformada como corresponda a cada partido. Que en este país son diez veces más numerosos que los nacionales.
Como decimos en Bilbao, por dinero no va a ser.