Nadie se puede sustraer a la Navidad. Aunque no te gusten las Navidades, habrás de convivir durante, al menos, un mes entre luces de colores y música con cascabeles y voces infantiles. Lo que te será más difícil será identificar el origen de esta fiesta, que pierde progresivamente su significado original, no sólo como referencia religiosa sino también sobre cualquier alegoría al motivo que le dio lugar.

Los escaparates, los anuncios de la televisión, la decoración urbana de la Navidad han perdido las referencias al cristianismo. Hoy, la Navidad está representada por pinos luminosos, el acebo con sus frutos rojos y las estrellas geométricas que hacen la nieve. Alguien ha debido de pensar que la imagen de la Natividad es algo obsoleto que no guarda relación con la modernidad y que la vida actual se reconoce más fácilmente, con más cercanía, si se representa con renos y trineos voladores y un señor gordo vestido con la ropa que le proporcionó Coca Cola.

El motivo original de la Navidad ha pasado ya a un espacio privado, particular, familiar. Está mal visto felicitar con una postal que represente un motivo religioso y por eso se emplean imágenes de elfos y muñecos de nieve o, al estilo de la Casa Real, con las fotos de nosotros mismos, que es, reconozcámoslo, la forma de enviar algo a lo que de verdad aprecias.

La Navidad es, en efecto, una festividad religiosa, pero para los países de origen cristiano, y aún para todo el mundo, tiene un significado que va mucho más allá del sentido sagrado y representa algunos de los valores que han dado lugar a nuestra civilización.

Con la Navidad, con lo que representa el nacimiento de Cristo, se celebra una interpretación singular de la existencia del ser humano en la Tierra que pasa por eximirlo de pecados que no ha cometido y liberarlo de condicionantes físicos, familiares o sociales, haciendo, de cada persona, un ser único y con toda la dignidad que le otorga su condición de hijo de Dios. Eso es lo que ahora llamamos ser acreedor a los Derechos Humanos, que no por casualidad se reconocieron en los países cristianos como una versión desacralizada del mensaje de una religión que era la común a toda Europa.

La Navidad es, por tanto, una fiesta europea y mundial en la que se festejan hechos tan importantes para la comunidad internacional como es la de que, por primera vez en la historia, el mensaje de Cristo se erigiera sobre todas las razas y todos los pueblos

La Navidad es, por tanto, una fiesta europea y mundial en la que se festejan hechos tan importantes para la comunidad internacional como es la de que, por primera vez en la historia, el mensaje de Cristo se erigiera sobre todas las razas y todos los pueblos, distinguiendo al cristianismo de todas las religiones raciales, tribales y sectarias con un mensaje de universalidad que hoy se ha sumido por todos los pueblos del mundo.

Celebrar la Navidad es algo más que usar manteles con motivos nórdicos y pijamas con ositos blancos y campanitas rojas y verdes, es rememorar nuestra historia y nuestro origen, independientemente de la fe que le profesemos al fenómeno social y religioso que dio lugar a todo esto. Pero eso no se lleva, por el contrario, hemos aceptado la versión comercial de la Navidad y hemos renunciado a recordar su origen para que nadie se moleste y para que no nos confundan.

Una constante en la sociedad occidental, en las culturas de origen cristiano, que reniegan de su pasado mediante una ruptura incluso estética con lo que fue su origen. Una negación que revela un enorme complejo social y una pérdida de referencias culturales y humanas que llevan a nuestras sociedades a ser colectivos sin historia o, peor aún, negadores de la historia.

Sin duda, hay elementos de la trayectoria de occidente que no son ejemplares, pero hay otros que sí lo son e, independientemente de la fe se les profese, son un motivo de celebración. Uno de ellos es la Navidad que está sufriendo un proceso de negación y estigmatización que nos niega y nos estigmatiza a nosotros mismos, a quienes la cultivamos durante siglos, pues era el elemento aglutinador de una sociedad con importantes éxitos que se han extendido por todo el mundo.

No merece mucha confianza aquel que reniega de su familia como no merece mucha confianza quien reniega de su historia y, desde luego, los europeos nos debilitamos como cultura cuando no somos capaces de rememorarla con orgullo para lo bueno y con espíritu crítico para lo malo, pero sin convertir las raíces de nuestra civilización en una fiesta comercial en la que lo más sagrado es vestir ropa interior roja en la última noche del año.