Uno de mis cuentos preferidos ha sido siempre El pastorcillo mentiroso. Su moraleja no era tanto no mientas cuanto no exageres continuamente porque acabarás sin crédito alguno. Alarma es una palabra tan potente que llama ni más ni menos que a las armas ante un peligro que no puede solventarse por otras vías. Por eso el pastorcillo acaba desacreditado y nadie le hace caso cuando grita esa palabra. A fuerza de usarla, la ha desgastado.
En España llevamos en estado de alarma política desde el 12 de enero de 2020, cuando Pedro Sánchez presentó su gobierno. Se nos ha gritado alarma porque nos iban a gobernar unos comunistas, porque España se rompía y se regalaban los pedazos a ávidos nacionalistas (a quienes, por cierto, no hacen sino replicar quienes alarman), porque se llegaba a acuerdos con una organización terrorista desaparecida hace algunos años o porque se ponía en cuestión que una manzana es una manzana y una pera es una pera.
La última alarma ha sonado la semana pasada porque, estamos ya de remate, el Gobierno ha dado un golpe de Estado. Como lo oyen. No ha venido nada mal que el más inepto de los presidentes latinoamericanos en mucho tiempo lo haya intentado y fracasado de la misma en Perú. No ha sido el equipo alarmista habitual, el de Vox, sino la lideresa del disque centro la que ha dado esta vez la voz. Luego ya el coro ha ido a tono: el presidente Sánchez ha puesto patas abajo el sistema constitucional, lo que equivale a un golpe de Estado.
Cuando exageras de este modo lo menos que te puede pasar es que pierdas credibilidad y lo más que el análisis se quede en un ámbito de irrealidad
Lo extraño, muy chocante, es que ninguna institución, española o europea, haya salido inmediatamente a defender el orden constitucional, como ha hecho en Perú el Congreso. Por no hacerlo, no lo han hecho ni los del griterío de la alarma constitucional. No sé, al menos un encierro en la sede de la soberanía nacional, una mísera denuncia, un viaje de urgencia a Bruselas, algo. Cuando ETA pasaba aquí a cuchillo a quienes no se sometían a su dictado, a Bruselas fuimos precisamente, y a Madrid, y a las calles de Bilbao, porque realmente la situación era de alarma.
Pocas dudas pueden caber a estas alturas de la irresponsabilidad constitucional del Partido Popular con su negativa a la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Sin embargo, malamente se entiende que la respuesta a ello tenga que venir de un vericueto más que discutible de reforma del procedimiento de elección
Cuando exageras de este modo lo menos que te puede pasar es que pierdas credibilidad y lo más que el análisis se quede en un ámbito de irrealidad. No, el Gobierno no ha dado un golpe de Estado. Más aún, no ha hecho nada ilegal. Como mucho, podrían tenerse dudas acerca de la regularidad procedimental de aprovechar el viaje de la reforma del Código Penal para reformar la ley del Poder Judicial. Está completamente fuera de la realidad cualquier parecido con un golpe de Estado, con una alteración del orden constitucional o con una actuación ilegal del Gobierno.
Digo todo esto porque creo que con lo acaecido la semana pasada en el Congreso no conviene desnortarse por exageración porque no es un golpe de Estado, pero sí es muy grave. Pocas dudas pueden caber a estas alturas de la irresponsabilidad constitucional del Partido Popular con su negativa a la renovación del Consejo General del Poder Judicial o del filubusterismo de los consejeros afines a este mismo partido en dicho organismo. Sin embargo, malamente se entiende que la respuesta a ello tenga que venir de un vericueto más que discutible de reforma del procedimiento de elección por parte del CGPJ de los dos magistrados que propone para el Tribunal Constitucional.
No somos menores, ni incapaces. Podemos entender perfectamente lo que es una amnistía y sopesar su conveniencia en un caso como el que se trata de cerrar. Nomás no nos tomen por imbéciles
Más grave aún son las reformas del Código Penal relativas a delitos de sedición y malversación. En primer lugar porque parecen lo que son: un trueque político en el que unos aprueban el último presupuesto de la legislatura y otros acceden a cambiar el código penal justamente en lo que beneficia a líderes de los primeros. En segundo lugar porque, hecho así 'al corre, corre', se elude tanto el acuerdo con otros grupos relevantes de la cámara (al menos, intentarlo), como el proceso de consultas que la envergadura de la reforma requiere. Pero sobre todo, a mi juicio, es especialmente grave por la justificación que el ministro Bolaños ofrece desde el Gobierno: se hace para poner fin al procés. Patxi López agrega que esto es una muestra de valentía política. No me cabe duda que el actual gobierno ha arriesgado mucho políticamente para calmar aguas en Cataluña, pero si de verdad querían sacar a relucir la valentía deberían haberse planteado una amnistía. Lo que están haciendo tiene sus efectos prácticos, de eso se trata en el fondo, pero le falta la sinceridad, la valentía, de proponerla abiertamente.
Pongo punto y aparte para que se vea bien: no somos menores, ni incapaces. Podemos entender perfectamente lo que es una amnistía y sopesar su conveniencia en un caso como el que se trata de cerrar. Nomás no nos tomen por imbéciles. Gracias.