Somos industriales. Así nos reconocemos desde hace décadas y además, hemos exhibido con orgullo esa bandera durante mucho tiempo, porque en nuestro tejido económico la industria tuvo, tiene y esperamos que siga teniendo un peso específico.
Esa industria, la nuestra, ha ido creciendo y haciéndose grande de la mano de emprendedores que aglutinan valores tan importantes como el tesón, la asunción de riesgos, el esfuerzo, las ganas de devolver a la sociedad parte de lo que se recibe... La lista no es infinita, pero desde luego es larga.
Hubo un tiempo no tan lejano en el que la industria y los valores que representa eran un motivo de orgullo prácticamente para todo el mundo. Hoy parece que ese orgullo se ha diluido, y que nuestra joya de la corona en materia económica ya no requiere tantos mimos.
Craso error. Y es un error de bulto por muchos motivos. Hay quien cree que estas empresas de largo recorrido, ya tienen en el ADN superar una crisis detrás de otra y necesitan el cariño justo; también los hay que se han quedado en la imagen de la empresa industrial de hace 50 años, y que ya no tienen interés. Sin embargo nuestras industrias siguen siendo emblemáticas porque son ejemplos evidentes para propios y extraños en materias clave como la innovación, la competitividad, la gestión del talento o la sostenibilidad, entre otras muchas cosas en las que son punteros y además en muchos casos, autodidactas.
En este contexto y siendo conocedores de la importancia de mantener las empresas industriales, lo cierto es que la mayoría se sienten, sino maltratadas, al menos vulnerables en el actual contexto económico. Los obstáculos son conocidos y numerosos y cuando damos uno por resuelto, nos sorprende otro mayor.
Conscientes de que no tiene sentido hablar de tiempos inciertos, porque la incertidumbre ha venido para quedarse, afrontan los problemas con el impulso que les caracteriza, mientras reclaman ser escuchados y tenidos en cuenta, porque mientras los datos de la economía hablan de clara mejoría, según quien los interprete, las carteras de pedidos, los márgenes de rentabilidad y el capital disponible se van mermando. Por eso siguen demandando que no nos quedemos en lecturas económicas interesadas, que sólo sirven para tapar que hay problemas de alcance. La realidad es que podemos estar ante el inminente cierre de muchas empresas. Porque a pesar de los múltiples esfuerzos si no se le pone remedio, algunas estarán abocadas a echar la persiana por no poder afrontar unos gastos que no dejan de crecer.
Mientras los datos de la economía hablan de clara mejoría, según quien los interprete, las carteras de pedidos, los márgenes de rentabilidad y el capital disponible se van mermando.
Tenemos la obligación de proteger a las industrias, sin ellas nos empobrecemos todos, y debemos hacerlo con todas las armas que en cada momento estén a nuestro alcance. Ahora mismo, minimizar el coste del impacto de la energía es crucial para que muchos puedan continuar con su actividad y mantener el empleo. Es necesario en este sentido, acometer medidas estructurales y no meras ayudas puntuales, que no están encaminadas a lo que realmente importa, que es el cambio de un modelo energético que ya estaba obsoleto antes de que los precios de la energía se dispararan.
Y hay que hacer más. Hay que dignificar la figura de nuestras industrias simplemente contando su realidad en el siglo XXI. Es necesario poner en valor el tipo de empresa en la que se han convertido, acercándolas de una manera objetiva a la sociedad en general, y a los jóvenes en particular, para que cuando piensen por ejemplo, en una empresa de fundición, no la asocien con un entorno laboral sucio, donde no es apetecible trabajar, sino con una industria puntera e innovadora, cuyos productos encontramos de forma recurrente en nuestro día a día.
Asignatura pendiente
Tenemos como asignatura pendiente enseñar el mundo industrial a las nuevas generaciones, para que contemplen esas empresas como una opción atractiva en la que poder desarrollar su carrera profesional y no hay otra forma de hacerlo que mostrando lo que sabemos hacer bien.
En las industrias hay sin duda problemas serios a los que debe darse una pronta solución porque nos jugamos el futuro, y en las industrias también hay empleo y además es de calidad. Por ello, es nuestra obligación ser prescriptores de esas empresas y de quienes las hacen posibles porque entre otras cosas, debemos agradecerles toneladas de coraje dignidad.