El domingo pasado coincidieron en el tiempo dos eventos con gran carga emocional. Uno, el acontecimiento más seguido del mundo; el otro, un acontecimiento local, qué por su especificidad y su carácter identitario, sorprende a quien se asoma a él por primera vez. El primero. La final del Mundial de fútbol rompió todos los récords de audiencia de televisión; el segundo, la final del Campeonato de Bertsolaris, congregó a cerca de 13.500 personas en el pabellón de Navarra Arena de Pamplona.
El fútbol se práctica en cualquier parque, trozo de tierra o espacio donde exista algo parecido a un balón, para el fútbol ya no hay fronteras, su lenguaje es la pelota. El “versolarismo” es un canto improvisado que se práctica recitando versos que responden a un tema propuesto; es una práctica cultural del euskera que vive su momento cumbre cuando se celebra su campeonato cuatrianual. Es una expresión que ha ido evolucionando y qué en la actualidad, por su repercusión, no es comparable a ningún acontecimiento relacionado con el euskera.
En un contexto tan convulso de cambio, incertidumbre y crisis como el actual, en este año que acaba, con los buenos deseos que caracterizan estas fechas, les deseo unos días donde primen las emociones positivas como la ilusión, el amor y la esperanza
Cualquiera que viese la final del Mundial de fútbol del domingo pasado sintió en algún momento la emoción de un partido que navegaba en la incertidumbre, donde la posibilidad de sorpresa era tal, que era imposible no engancharse a la pantalla. Algo parecido sucede con el versolarismo, donde la improvisación y la conexión con el público generan un clima en el que la sorpresa por el ingenio de los oradores y oradoras puede producirse en cualquier momento, consiguiendo así emocionar y exaltar al espectador o espectadora.
Dos eventos diferentes, uno de carácter global y otro de carácter eminentemente local, a los que les une el sentido de lo colectivo, la creatividad y la capacidad para emocionar a quien lo observa. El fútbol no tiene límites; el versolarismo vive un auge por su capacidad para hacer de la comunicación oral un espectáculo y por su capacidad para conectar con la población más joven gracias a una mayor presencia de las mujeres y a una mayor diversidad en los temas.
Las emociones, presentes en nuestras experiencias colectivas, pero también en nuestras relaciones personales, gestan nuestras reacciones. En un contexto tan convulso de cambio, incertidumbre y crisis como el actual, en este año que acaba, con los buenos deseos que caracterizan estas fechas, les deseo unos días donde primen las emociones positivas como la ilusión, el amor y la esperanza. Y esperar que el 2023 venga escaso de desconfianza, miedo, odio o rabia. Ya saben, el futuro se construye, siempre, desde lo colectivo.