Hace unos días el Bilbao Exhibition Centre (BEC) desvelaba que su impacto económico en 2022 ha sido de 153,3 millones de euros. Es decir, que sus ferias, conciertos, convenciones y parques infantiles generaron comidas en restaurantes, noches en hoteles, viajes en taxi y compras en tiendas por ese importe. ¿Es mucho o poco? O mejor dicho, ¿es el impacto económico la mejor forma de medir el "éxito" del BEC?

La primera pregunta no tiene una respuesta sencilla. El impacto económico depende fundamentalmente del número de asistentes a una feria y especialmente de los que vienen de fuera de Bizkaia. De ahí que los certámenes profesionales sean los que mayores ingresos inducidos generan y especialmente la Bienal Internacional Española de la Máquina Herramienta.

Por eso en las grandes capitales una sola feria de unos días tiene generalmente más impacto económico que todo el BEC en un año. Sin ir más lejos, Fitur, que se celebra en el Ifema madrileño, asegura haber generado 400 millones de euros, casi tres veces más que lo que ha calculado el Bilbao Exhibition Centre en los 232 eventos organizados en 2022, que considera "un año de gran actividad".

Dicho de otra manera: si miramos el impacto económico, solo tendría sentido organizar ferias allí donde los volúmenes de asistentes son muy elevados. En el resto de ciudades, como Bilbao, el resultado es tan exiguo comparativamente que genera no pocas dudas sobre la viabilidad del entramado que ha sido necesario conformar para albergar estos eventos.

Hay que tener en cuenta que el BEC tiene una superficie cercana a los 250.000 metros cuadrados, por encima de los 200.000 que tiene la madrileña Ifema bajo cubierta y los 150.000 de que disponía la Fira de Barcelona en Montjuic hasta que se inauguró el nuevo espacio de L'Hospitalet de Llobregat. La guipuzcoana Ficoba tiene, en contraste, apenas 9.000 metros cuadrados. Es evidente que el centro baracaldés se sobredimensionó, como si de una bilbainada se tratara, previendo que los certámenes feriales fueran a crecer sin parar.

Y lo que ha ocurrido es precisamente lo contrario. Al margen de pandemias, internet ha ido sustituyendo progresivamente gran parte de lo que se hace en las ferias. Las empresas abren webs para mostrar sus catálogos y los comerciales utilizan el poder de los software CRM y de la analítica de datos para identificar clientes potenciales sin necesidad de gastarse un dineral en stands y viajes. En Euskadi han surgido varias startups que se dedican precisamente a la venta online de productos y servicios para empresas. Esto afecta especialmente a las ferias industriales, las que acogía el BEC.

De ahí que cada día se utilice el centro baracaldés más para hacer exámenes de oposiciones y menos para encuentros profesionales. Es cierto que el BEC aspiraba a ser un motor económico para Bizkaia pero también lo es que cada día tiene que buscar más actividades culturales y sociales que justifiquen el mantenimiento de semejante infraestructura. Sin olvidar que ha transformado parte de su cubierta en una planta solar.

Y es que el Bilbao Exhibition Centre es muy caro. En 2021, último año del que ha publicado sus cuentas, perdió la friolera de 19,5 millones de euros, algo menos que en 2020, cuando decidió mantener a su plantilla en activo pese a que no había ferias. Este resultado va en línea con el de otros ejercicios y obliga a los socios, que son fundamentalmente el Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia, a inyectar capital constantemente.

Las continuas pérdidas están directamente relacionadas con las dimensiones de la infraestructura, cuya construcción hace ya casi 20 años todavía se está pagando. La deuda sumaba a 31 de diciembre de 2021 casi 200 millones de euros. Y eso que el BEC utiliza un truco contable, no amortizar gran parte de las instalaciones, para reducir el importe de sus resultados negativos.

¿De dónde vienen entonces las pérdidas? De la actividad ordinaria. Unas instalaciones sobredimensionadas exigen un gasto ingente en servicios externos, como la electricidad y el gas, y en personal. Los 71 empleados del BEC se comieron 4,2 millones de euros en 2021, lo que sale a más de 45.000 euros por cabeza sin las cargas sociales. Los siete directivos se llevaron casi el doble, todo incluido.

Es una plantilla que cuenta, además, con algunas prebendas difíciles de explicar para el vasquito medio: su convenio colectivo permite a sus trabajadores prejubilarse con 60 años cobrando de golpe el sueldo de dos años. Pero al margen de estos chollos, ¿tiene sentido seguir manteniendo un monstruo ferial que la mayor parte del año está vacío? El modelo Ficoba, mejor adaptado a las dimensiones del territorio, quizás sea más razonable.