Si tras leer el título de este artículo cree que lo que va a sustentarlo son argumentos para defender eso que llamamos “consumo responsable” y que va directamente vinculado al cambio climático, y a esas pequeñas prácticas que si todos ponemos en marcha nos benefician a todos, se equivoca. Este artículo quiere centrarse en los consumidores responsables que no obvian la importancia de lo expuesto anteriormente, pero que también tienen en cuenta el respeto que merece cualquier proveedor cuando se contrata un producto o un servicio.
Esta reflexión nace de dos situaciones recientes y que se repiten en el tiempo. Son dos las que se reflejan aquí, pero podían ser muchas más, porque las hay a patadas. Se acordarán, que hace tan solo una semanas y coincidiendo con las fechas navideñas, conocíamos los problemas de RENFE para dar servicio a todos los usuarios que los demandaban. El motivo no era un crecimiento exponencial de clientes que coincidían en fechas, no. El motivo era que siendo el servicio gratuito, por aquello de minimizar el impacto de la inflación, muchos usuarios en lugar de reservar una plaza, la que presumiblemente iban a usar, reservaban 4 ó 5, con lo cual, los vagones quedaban prácticamente vacíos, mientras que mucha gente tenía que buscar alternativas para poder desplazarse.
Otra caso absolutamente recurrente: reservar una mesa en un restaurante y finalmente, por cualquier causa más o menos justificada, no acudir, y no comunicar al local que la reserva quedaba anulada. Hay que ser poco sensible y poco cuidadoso para hacer una cosa así ¿verdad?. Pues esta práctica es mucho más habitual de lo que podemos imaginarnos. No hay más que mantener alguna que otra conversación con hosteleros para que se lamenten amargamente del “roto” que suponen este tipo de comportamientos.
En la teoría somos más afines a predicar eso del consumo responsable, que a ser responsables cuando tenemos el papel de consumidores y lo ejercemos como un auténtico poder
Conclusión: en el caso del transporte, un control más férreo y exhaustivo de las reservas, porque basta que son gratis para que la famosa picaresca se ponga a rular y en el caso de los restaurantes muchos ya se están planteando, algunos seguro que ya lo han puesto en marcha, cobrar una fianza en el momento de hacer la reserva, cuando menos para asegurar que la perdida se minimiza. Desgraciadamente somos una sociedad que en muchos casos sólo aplica el buen juicio y el sentido ético cuando de un modo u otro se nos penaliza, y eso pasa por eliminar determinadas ventajas de las que podemos y debemos beneficiarnos todos, y que se pierden porque algunos, que solo miran su ombligo utilizan de malas formas.
En paralelo nos llaman mucho la atención comportamientos especialmente cívicos que se dan en otros países, más o menos cercanos a nosotros. La conciencia cívica que tienen por ejemplo los austriacos para con el bien común es encomiable y si nos vamos más lejos y nos fijamos en la cultura japonesa es de analizar, lo que nos han sorprendido, incluso alucinado las imágenes de cómo dejaba el equipo nipón el vestuario en el mundial de Qatar y como se comportaba su afición. No sólo ordenaban, recogían y limpiaban, sino que y además agradecían por escrito a la organización los servicios prestados.
Aquí somos más de eso de que el que venga por detrás que arree, y así nos va. Lo que verdaderamente debería llamarnos la atención es que nos sorprenda la buena educación y el respeto, cuando tenían que ser lo habitual. La idea cuando menos, nos debería hacer reflexionar sobre si este es el tipo de sociedad que queremos ser.
Lamentablemente son mucho más contagiosos los malos comportamientos que los buenos. Parece más divertido reservar cuatro plazas que una en un transporte, cuando es gratis. No pasa nada si no anulamos la reserva, ya llegará otro, que más da si me meto con 15 prendas en un probador y las dejo donde mejor me encaje…No sé si en nuestras acciones en el día a día, pero en la teoría somos más afines a predicar eso del consumo responsable, que a ser responsables cuando tenemos el papel de consumidores y lo ejercemos como un auténtico poder. Y es que la máxima de “el cliente siempre tiene razón” está ya caducada.