Me contaba recientemente el propietario de una ingeniería aeronáutica vasca que donde más demanda están registrando es en el área de defensa. Además, a los candidatos que entrevistan ya no les suena mal trabajar en ese sector. La guerra de Ucrania ha supuesto para los europeos un baño de realismo y para la OTAN la excusa perfecta para forzar a todos sus miembros a destinar el 2% de su PIB a armamento.



Hete aquí que los aviones militares están detrás de la creación en 1989 de Industria de Turbopropulsores (ITP) y ahora mismo de la decisión, anunciada el miércoles, de invertir 24 millones de euros para crear un centro de I+D. La firma controlada por el fondo norteamericano Bain es uno de los principales socios del programa FCAS (Future Combat Air System) para construir un nuevo avión de combate europeo.



Un proyecto similar, el EFA (European Fighter Aircraft) para la primera versión de esa aeronave que iba a competir con los F-18 norteamericanos, justificó en 1989 la creación de ITP, que inicialmente iba a ir enclavada en Orduña y terminó en un parque tecnológico entonces prácticamente vacío localizado en Zamudio. La iniciativa es de un grupo familiar, los Sendagorta, propietarios de Sener, una ingeniería que empezó haciendo software para fabricar barcos y prosiguió con proyectos tan diversos como las centrales nucleares, el Superpuerto de Bilbao, plantas petroquímicas como Petronor, una plataforma de lanzamiento de satélites y diversos mecanismos integrados en telescopios y sondas espaciales.



A esta empresa de Getxo la moratoria nuclear le había dejado compuesta y sin novio, por lo que tuvo que desarrollar su ya extraordinaria imaginación para encontrar nuevas razones de ser. Entonces no había energías renovables ni nada que se le pareciera y los hermanos Sendagorta, Enrique y Manu, tuvieron que mirar hacia su pasado. Manu, que era ingeniero aeronáutico, había trabajado en la construcción de las bases militares americanas en España. Enrique, ingeniero naval, había sido oficial de la Armada. Es esta tradición militar la que les lleva a diseñar el proyecto de ITP, que daría muchas vueltas antes de hacerse realidad.



Una de ellas estuvo relacionada con la necesidad de disponer de un socio de referencia. No era factible vender motores a Boeing o Airbus sin contar con el aval de una marca prestigiosa. Los Sendagorta ya habían hecho algo parecido atrayendo a Gulf Air para que fuera socio industrial de Petronor. Para ITP tantearon a varias compañías y finalmente se quedaron con Rolls Royce, que entró como accionista minoritario.



Completaban el elenco de socios el INI del Gobierno de España, entonces comandado por el ministro vasco Claudio Aranzadi, y el BBV, entonces muy activo a la hora de invertir en industrias de futuro. Con el tiempo Rolls Royce compraría el 100% al resto de accionistas, hasta que el año pasado vendió la compañía al fondo Bain, que se ha buscado varios escuderos locales, entre ellos el Gobierno vasco.



ITP aspiraba a tener 750 trabajadores y hoy tiene 4.700 en varios países, lo que da una idea del éxito del proyecto. Su dependencia de una marca reconocida como Rolls Royce es evidente que ya no es imprescindible. Otra nota curiosa es que uno de sus primeros directores generales fue un ingeniero que entonces tenía 42 años, José Ignacio Sánchez Galán, que después reinaría en Iberdrola tras una escala en Vodafone.



¿Cuál es la clave para que Sener diera con este proyecto? Por una parte, la enorme diversificación de una ingeniería que, además de los sectores ya mencionados, después se centraría especialmente en la generación de energía. Por otra, su capacidad de asunción de riesgos, que le ha llevado a fracasar en muchos proyectos, como la incineración de basuras para producir energía o la producción termosolar. Zabalgarbi y las diferentes plantas de Torresol son ejemplos de brillante ingeniería y tecnología en la que los números no han justificado seguir creciendo.



Así lo explicaba Enrique Sendagorta en su autobiografía: "Desde el primer momento nos encontramos con la necesidad de realizar desarrollos a riesgo, sin la contrapartida de contratos". ¿Sería posible repetir hoy una historia como la de ITP? Creo que las administraciones siguen dispuestas a colaborar en proyectos de ese tipo, pero no tengo claro que nos queden muchos empresarios como los hermanos Sendagorta.



Las nuevas vocaciones me temo que tienen tantas opciones en el mundo en las que empezar que la nuestra les resulte poco atractiva. Y aquí hemos sido un cero a la izquierda a la hora de aplaudir a gente como los Sendagorta, que no hay que olvidar que están detrás de dos de las diez mayores empresas de Euskadi, Petronor e ITP. Es sorprendente que ninguno de ellos, ya fallecidos, tenga una calle a su nombre en los pueblos de Euskadi.