Claro. Cuando se pone como ejemplo los malos efectos del comunismo se recuerdan las hambrunas que causaron las decisiones comunistas de Stalin, la pobreza en la que Castro sumió a Cuba, que era la perla del Caribe, o de las diásporas causadas por el hambre de los países del este europeo y, más recientemente, de Venezuela. Sin embargo, nadie habla de los éxitos del comunismo chino en los últimos treinta años.
Si un régimen comunista ha triunfado ha sido el que se ha aplicado en China desde los años 70 hasta esta parte. Que se quite a un lado la gloria del capitalismo de los siglos XIX y XX en Europa. Nadie, hasta la China actual, había conseguido sacar de la pobreza a 800 millones de personas en un plazo tan reducido de tiempo. Olé, olé y olé.
China ha pasado de representar el 1,5% de la economía mundial hace cincuenta años a lograr el 20% de todo el producto industrial bruto planetario en 2022. Casi nada. El crecimiento sobre sí mismo ha sido absoluto. Nunca antes conocido. Una economía planificada como la de China, con formas doctrinales distintas a las que se han aplicado en Europa en ese mismo periodo, ha adelantado a todos los países capitalistas del Viejo Continente y de Estados Unidos, que en solo unos pocos años va a ver que el gigante asiático le supera en todas las áreas de la economía y, muy posiblemente, en las de la geopolítica internacional.
Mientras que en España la deuda pública representa, en estos momentos, una cantidad semejante al 100% del Producto Industrial Bruto, en China es tan solo del 68%, lo que evita los costes del crédito que tanto daño causa a nuestra economía
¿Cuál ha sido la receta que ha dado lugar a esta feliz transformación del país más poblado del mundo?. La misma que aborrecen los socialistas y comunistas y aún muchos socialdemócratas y democrata-cristianos de nuestro entorno. China era hace cincuenta años un enorme país sin presencia internacional. Un espacio social y político en decadencia tras siglos de gloria que había sido frustrada por el colonialismo británico, que la había sumido en un remedo de lo que fue desde 1839 hasta
1849. Lo que se considera, el siglo de la humillación.
Sin embargo, en la década de los años 70, desde el disfrute de su soberanía, aliviada de la influencia soviética que la había condicionado desde la revolución, China dio un giro a su política económica con efectos muy positivos. Así, lo que ha hecho el sistema chino de planificación económica ha sido permitir la iniciativa privada y el libre mercado. De este modo, las empresas públicas controladas por el Estado han pasado de dirigir el 99% de la economía nacional a hacerlo en tan solo una cuarta parte, dejando a las empresas privadas el 75% restante.
La economía pública ha cedido el paso a la privada. Eso ha aliviado su carga financiera. Así, mientras que en España la deuda pública representa, en estos momentos, una cantidad semejante al 100% del Producto Industrial Bruto, en China es tan solo del 68%, lo que evita los costes del crédito que tanto daño causa a nuestra economía. El gran cambio de la economía china ha sido la de la contención del gasto público. Mientras que en Europa, y particularmente en España, el gasto público sigue una senda ascendente que a muchos aún les parece poca, en China ha seguido un camino inverso. Mientras que en España la única solución a los problemas de pobreza es la participación del Estado en la solución de los desajustes, en China se ha hecho lo contrario.
Así, hoy, en un país capitalista como España, la participación del gasto público sobre el PIB es del 51,9%, mientras que en China, un país comunista, es tan solo del 35,4%. Economía comunista como esta quiero yo para mi país. Con esta fórmula, China ha pasado de ser irrelevante en la economía mundial a ser la gran potencia inmediata y para el resto del siglo. Mientras que en España y en Europa se sigue justificando cualquier participación del Estado en los beneficios de la actividad económica privada, en China se respeta el resultado del trabajo, lo que ha dado lugar a su crecimiento económico y al sometimiento de la pobreza extrema.
Para quienes el problema es que haya grandes millonarios, sí, en China hay ahora millonarios, pero eso no es un problema para la economía, eso es un problema para la envidia. Viva China.
Eso es. En China, las empresas y los trabajadores pagan impuestos, como aquí; pero su contribución es más proporcionada que en este continente de creciente gasto público y menguante producción económica. La contribución de un trabajador chino al sistema de seguridad social se asemeja a los más bajos de los países europeos. A su vez, el gravamen sobre los rendimientos del trabajo, el IRPF, oscila entre un 10% para las rentas más bajas y un 45% para los que superan los 120 mil euros, mucho mejor de lo que Urkullu considera un paraíso fiscal. En España tributan desde el 19 al 47% en los casos más favorables.
Por fortuna para los autónomos, su tributación es aún mejor que la de los asalariados. Así, el margen para quienes trabajan a su propio riesgo está entre el 5 y el 35%. Los impuestos sobre las rentas del capital también son más bajos que aquí. Nadie paga más de un 20%. En cuanto al IVA, el máximo es del 13%. ¡Viva China! Y hay artículos, como los producidos por pequeñas empresas o los de la construcción que tributan al 3%. Resultado, China crece como nadie.
En el impuesto de sociedades, China tiene un tipo del 25% que está bonificado para empresas tecnológicas, por inversión en investigación o por su ubicación en zonas con necesidad de desarrollo. ¡Esa es la intervención que se necesita! Como consecuencia de ello, el tipo efectivo se acerca más al 15% o, incluso, menos. China ha hecho, en estas últimas décadas, lo que sería deseable realizar en la economía europea: Un proceso de liberalización, de control del gasto público y de aliento a la economía de mercado y la iniciativa privada.
Resultado: superación de la pobreza y crecimiento de las clases medias que meritan y progresan. Para algunos no todo es positivo. Para quienes el problema es que haya grandes millonarios, sí, en China hay ahora millonarios, pero eso no es un problema para la economía, eso es un problema para la envidia. Viva China.