“Algo estamos haciendo mal”. “Tenemos un problema claro de comunicación”. “Deberíamos contar la verdadera realidad de nuestro día a día”.
He escuchado estas y otras frases parecidas, atribuidas a distintas voces, en varias citas empresariales, que han tenido lugar en las últimas semanas. El lamento es casi una constante entre un buen número de empresarios, emprendedores y autónomos, que consideran que su verdadera realidad y la imagen del empresario del siglo XXI, no se corresponde ni de lejos, con lo que se transmite de puertas para fuera.
La verdad es que no es nada fácil poner en valor el trabajo de empresas y empresarios, cuando arrastramos décadas en las que se han ido asentando máximas contrarias a su labor, a su esfuerzo, y a sus problemas.
La mayoría de los líderes empresariales ya asumen que entre su gestión diaria deben incluir la comunicación, porque no pueden dejarla en manos de otros u obviarla
Sin embargo, hemos avanzado mucho de una década a esta parte. Antes las empresas y sus responsables delegaban su voz en otros, permanecían callados con cosas que les afectaban de lleno, y solo en contadas ocasiones, respondían a las críticas, argumentando que bastante tenían con hacerse cargo del día a día, y sacar sus negocios adelante. Ese argumento también vale ahora, pero no es menos cierto que la mayoría de los líderes empresariales ya asumen que entre su gestión diaria deben incluir la comunicación, porque no pueden dejarla en manos de otros u obviarla.
Es cierto que sigue haciendo falta hacer una labor intensa para dignificar la figura del empresario. El empresario/emprendedor de hoy, ha evolucionado en poco tiempo mucho más, que cualquier otro colectivo, tanto que es consciente de que a pesar de ese avance, aún no se ha generado la imagen correspondiente al mismo, entre la sociedad.
El principal problema es que cuando se piensa en empresarios, se piensa en una idea anquilosada en el tiempo, que ya no era real entonces y mucho menos, lo es ahora. Por eso hay que empezar, como en cualquier proceso de comunicación, por definir bien el mensaje y ese mensaje, debe insistir en cómo es la figura del empresario de hoy, y cuál es y debe ser la función de la empresa en los tiempos que corren.
Y el empresario del 2023 está muy alejado de ese perfil abonado durante años, principalmente por los sindicados, de que el emprendedor solo por el hecho de serlo, ya tiene connotaciones negativas. Es un explotador que se aprovecha del trabajo de su equipo para enriquecerse, sin aportar poco o nada, a eso que ahora ha dado en llamarse el bien común. Bien es cierto que esa imagen ya no es compartida por mucha gente, pero aún quedan resquicios de ella, que afloran cada vez que se conoce un comportamiento o actitud empresarial negativa, que ensombrece la labor de todos.
La nefasta imagen ha sido rentable durante mucho tiempo, pero ya es hora de desecharla. Entre los empresarios como en el resto de los colectivos, hay garbanzos negros, pero al igual que en el resto de los sectores, hay siempre más buenos ejemplos que malos, y es hora de ponerlos en valor.
El empresario, el emprendedor, sigue siendo alguien, que a través de una idea traducida en un proyecto, contribuye a incrementar el bienestar y la riqueza para toda la sociedad. Para toda la sociedad
El empresario, el emprendedor, sigue siendo alguien, que a través de una idea traducida en un proyecto, contribuye a incrementar el bienestar y la riqueza para toda la sociedad. Para toda la sociedad. Cuanto mejor les vaya a los emprendedores, a los autónomos, a los empresarios, a las empresas y a los proyectos, mejor le va a ir a la sociedad.
Que el empresario gane dinero no es ni negativo, ni malo, es simplemente su razón de ser. Nadie monta una empresa para perder. La filosofía es ganar, porque ganando las empresas, ganamos todos.
Ya va siendo hora de dignificar las funciones, la labor, la responsabilidad, el riesgo y en general, la figura de los empresarios, de los buenos empresarios, que dicho sea de paso, son la mayoría, aunque algunos sigan empeñándose en encumbrar a los malos, para tapar lo que hacen los buenos.