No fue un debate. Desisto de llamar, al cara cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, debate. Creo que a lo que asistimos puede estar más cerca de la definición de show o espectáculo televisivo en prime time. Apuesto que en los denostados Sálvames Deluxe había más orden y menos mentiras. Al menos en la denominada telebasura no nos querían convencer de que que lo suyo iba en serio, al contrario de lo ocurrido en la cita a dos entre el candidato del PSOE y el del Partido Popular.
Había suscitado grandes expectativas. Anunciado a bombo y platillo el maravilloso, espectacular y nunca visto antes, único debate entre los dos candidatos con opciones a ser Presidente del Gobierno de España. ¡Pasen y vean! Pero no escuchen ni una sola propuesta porque fue imposible. Ruidoso y correoso encuentro donde hacerse una idea de qué visión, propuestas o balance podían ofrecer cada uno de ellos fue inútil. Fundamentalmente porque no hacían más que interrumpirse. ¡Déjeme hablar! se espetaban constantemente, a lo que las redes sociales contestaban ¡Txupito!.
Cogorza mediática y de audiencia, eso sí. El minuto de mayor audiencia, el llamado minuto de oro, congregó a casi seis millones y medio de televidentes. Lo siguió una media de 5,9 espectadores con una cuota de pantalla del 46,5%, aunque se mantuvo por debajo de las cifras alcanzadas por el debate entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez que acarició los diez millones, lo que me lleva a subrayar una anomalía. Y es que el evento fue organizado por un grupo de comunicación privado, Atresmedia. A diferencia de los anteriores, organizados por la Academia de la Televisión y ofrecido a emisión a las diferentes cadenas, Feijóo fue el encargado de seleccionar, de entre las diferentes ofertas, el formato y el medio que consideró conveniente. En mi opinión, alguien que aspira a la presidencia del Gobierno no debería haber denostado el ofrecimiento de la Radio Televisión pública, cuya vocación de servicio público y función pública es uno de los motivos de ser y estar.
Para quienes vivimos y votamos en Euskadi, con una especificidad política particular, no se abordó ni uno de los temas que volverán a estar sobre el tablero político. Ni una sola propuesta sobre autogobierno, ni mú sobre el debate territorial. Si acaso salió a relucir Cataluña o el País Vasco para lanzarse reproches por el pasado y por los pactos con los nacionalistas. La oferta para Euskadi consiste, exclusivamente, en el vapuleo que sacude el voto más nacionalista español.
Ni se trató el modelo industrial, ni de los fondos europeos, ni de la transformación digital y qué decir sobre la transición ecológica que ni estaba, ni se la esperaba, sin embargo, son asuntos de capital importancia para la próxima legislatura. Temas como la violencia machista pendulearon entre los reproches de Sánchez a Feijóo por su pactos con Vox y de Feijóo a Sánchez por la Ley del sólo sí es sí. Otra oportunidad perdida para salirse del marco genérico, el trazo grueso y haber contrastado propuestas. Otros temas que los candidatos parece que creen que suscitan interés fue el Falcón o el “que te vote Txapote!”, marcos empleados por la derecha que sorpresivamente apuntó Sánchez y que el popular no aprovechó para fijar una postura distante, sino complaciente. El paro juvenil, la temporalidad o el reto demográfico parece que lo reservaron para mejor ocasión.
Teniendo en cuenta los antecedentes de los encuentros en el Senado, Pedro Sánchez no vio venir la envolvente de su adversario. Los nervios se apoderaron del candidato socialista, la telegenia de las formas la ganó Feijóo y del fondo no podemos hablar porque, como perdigones, el gallego amontonaba los temas y los datos. Aunque cayó en muchas nconcreciones, mentiras y medias verdades, a Sánchez le hacía aguas la estrategia de defensa. Salió tocado, pero no hundido ya que el no debate se rebañará para la captación de fieles dentro de las parroquias, ya convencidas, de los bloques en izquierda y en derecha, pero los más de 700.000 indecisos que nos dicen las encuestas que hay, a día de hoy, no creo que les sirviera para decantarse.
De hecho, si alguien o algo ganó fue el descrédito creciente hacia la política, lo oímos a cada paso, todos los políticos son iguales. Me uno a la reflexión trending topic de Jordi Évole quien afirmó que los vencedores de la noche iban a ser los que no estaban y, en cierto modo, a esa conclusión llegué yo también.
No es mi estilo arremeter contra nadie y menos contra un colega de profesión, pero sería poco honesto no señalar que los moderadores Ana Pastor y Vicente Vallés no tuvieron o no pudieron tener su mejor día. Lo dificultó la disposición en el debate de los periodistas, frente a la mesa y en perpendicular, sin contacto visual con los contrincantes que debían girarse para atender las peticiones de los comunicadores. Un error de formato que contribuyó a que en ocasiones, la cosa pareciera irse de las manos.