Hace 23 años, en fiestas de Vitoria-Gasteiz los bares del Casco Histórico cerraban unas horas en señal de duelo por los miembros de ETA fallecidos en Bolueta cuando reventó el material explosivo que transportaban en el coche para atentar contra otras personas.
Al día siguiente ningún bar cerró en Vitoria por Joxe Mari Korta, empresario asesinado por ETA en Zumaia.
Joxe Mari Korta Uranga salió de su oficina el 8 de agosto del año 2000 y, cuando iba a subir a su coche, un miembro de ETA activó a distancia un artefacto explosivo alojado en un turismo aparcado al lado. Era el presidente de la Asociación de Empresarios de Gipuzkoa, ADEGI, y fue asesinado por rebelarse ante la extorsión de la banda y animar a otros miembros del empresariado a negarse también a pagar lo que la organización terrorista denominó el 'impuesto revolucionario'.
Se plantó frente al chantaje de ETA porque no quería que su dinero se empleara en financiar sus asesinatos. Con esta actitud ponía en riesgo su vida y la de su familia. Esos eran sus valores y ese era su valor.
Nadie elige ser víctima, y todas las personas tenemos nuestras luces y nuestras sombras, Joxe Mari también las tendría, pero una persona que adoptó esta actitud frente a aquellas circunstancias era como un faro que desprendía una luz inmensa que aún brilla, y sus familiares y amigos siguen reivindicando aquellos valores y aquella luz.
Porque tener valores supone salir de uno mismo, de una misma y pensar en el bien común, en el otro, aún a riesgo de dejar nuestro espacio de comodidad, y en los casos extremos poniendo en riesgo la propia vida. Unido a esto hay también otros asesinatos que siempre me han estremecido especialmente, el de aquellas personas que perdieron la vida tratando de evitar masacres y la muerte de otros seres humanos.
Porque hace falta ser de una pasta especial para dedicarte, por ejemplo, a desactivar artefactos explosivos. Esa profesión escogieron y así murieron por ejemplo los TEDAX de la Policía Nacional Andrés Muñoz Pérez y Valentín Martín Sánchez el 12 de junio de 1991, fallecieron cuando trataban de desactivar un paquete bomba localizado en el almacén de una empresa ubicada en Vallecas. Cuatro policías y otros dos ciudadanos sufrieron heridas. El artefacto iba destinado al presidente de una constructora relacionada con la autovía de Leizaran.
Tanto ETA como su entorno se afanaban en llegar a los jóvenes en los pueblos, en los barrios, en los centros de enseñanza, y les captaban como lo hacen las sectas más macabras
El 19 de marzo de 1992, dos coches-bomba activados por la banda terrorista ETA estallaron con pocas horas de diferencia acabando con la vida del artificiero de la Guardia Civil Enrique Martínez Hernández en la localidad barcelonesa de Llissá de Munt, y del albañil Antonio José Martos Martínez en San Quirce del Vallés, también en Barcelona. Y el ertzaina Txema Agirre Larraona fue asesinado por un miembro de ETA cuando abortó un atentado que se iba a perpetrar en la inauguración del museo Guggenheim de Bilbao. A todos ellos y a otros a los que no menciono expresamente, mi agradecimiento y mi reconocimiento.
En contraposición con estos valores, tanto ETA como su entorno se afanaban en llegar a los jóvenes en los pueblos, en los barrios, en los centros de enseñanza, y les captaban como lo hacen las sectas más macabras. Les llenaban la cabeza de pájaros y en el mejor de los casos se les incitaba a convertir en enemigo al adversario, a negarle su valía como persona o su capacidad y legitimidad para trabajar por cualquier causa. En el peor de los casos se les ponía una piedra en la mano o un cóctel molotov, porque todo lo que no estaba en la órbita de la secta era digno de ser atacado, o se les incitaba a pasar información sobre personas que podían ser objetivo de ETA, o se les susurraba al oído que eran los elegidos, las elegidas, para posteriormente invitarles a entrar en ETA. Todo para supuestamente luchar por una causa, ya fuera la construcción nacional, la independencia o el socialismo.
Han pasado los años, las décadas y ¿Qué ha conseguido ETA? Nada, aparte de sacar lo peor de muchas personas, atentar contra la vida y la integridad física de los seres humanos, amenazar, acosar y arrasar nuestros valores y la convivencia.
En todos estos años el resto de la sociedad, las asociaciones, los políticos y las instituciones, los vascos y vascas no auténticos, los vendidos, los enemigos del pueblo vasco, hemos seguido luchando por las causas que eran de todos y de todas y que la izquierda abertzale quiso patrimonializar y contaminó con la violencia; con nuestras luces y sombras, con nuestras limitaciones, aciertos y desaciertos, cada uno, cada una, desde su posición ideológica, desde su manera de ver las cosas, desde la pluralidad y el pluralismo.
Fue ETA y su entorno quien captó a Patxi Rementeria Barruetabeña, Zigor Aranbarri Garamendi, Ekain Ruiz Ibarguren y Urko Gerrikagoitia Agirre, fueron ellos quienes decidieron montarse en aquel coche lleno de explosivos y armas, aunque el entorno de ETA nos quisiera hacer creer que éramos el resto de la sociedad los culpables de aquellas muertes, aunque tras aquella explosión convocaran toda su parafernalia de actos de duelo y solidaridad con aquellos muertos, entre destrozos de bienes públicos y ataques diversos.
Gesto por la Paz convocó sus concentraciones silenciosas también por la pérdida de estas vidas humanas, y los que acudimos a ellas lo hicimos con un convencimiento firme, aunque parte de la sociedad no lo comprendiera.
Porque como bien lo explicaba nuestra compañera de Gesto Ana Rosa Gómez Moral: “en cualquier asesinato existe una deshumanización de la víctima, es decir, el asesino siempre percibe que su móvil está por encima de aquella vida que arrebata a otra persona. En el caso de la violencia fanática (sea de inspiración religiosa o política), los asesinos no sólo deshumanizan a las víctimas, sino que han sufrido previamente un proceso de deshumanización propia por el que también ponen su vida al servicio de una causa que ellos consideran superior. De esta forma, la causa se convierte en algo más importante que la vida humana y, por tanto, se acepta el riesgo de morir matando.
Gesto por la Paz trató de romper esa lógica asumiendo la cualidad humana de quien está en disposición de matar y haciendo ver que cualquier vida, incluso la suya, estaba por encima de su causa. En este sentido, la defensa de la vida Gesto por la Paz conllevaba, además, la denuncia de la doble moral de ese mundo cerrado donde solo se rendía homenaje al martirio propio y donde las personas no tenían más sentido que el de la medida del sacrificio con que pudieran demostrar su pureza ideológica.
Al manifestar el dolor sincero por la pérdida de uno de los suyos Gesto por la Paz estaba obligando a recordar que, antes y por encima de cualquier causa, lo que nos igualaba a todos los seres humanos era nuestra condición de personas y que, de la misma manera que se la reconocíamos, ellos también deberían de ser capaces de reconocerla en todos aquellos a los que asesinaron o pretendieron asesinar. Así, mediante la recuperación de su humanidad Gesto por la Paz mostraba a quienes ejercían y justificaban la violencia que era posible recorrer un proceso inverso al que les llevó a poner la vida ajena y la propia al servicio de una causa y que eran las causas las que debían estar al servicio de todas las vidas”.
Esta idea y el resto del ideario de Gesto por la Paz se desarrollan en el precioso documental “GESTO”, dirigido por Xuban Insausti, que está disponible para ser proyectado en salas de cine y otros espacios. Y es que Gesto por la Paz fue una escuela magnífica para todos y todas los que tuvimos el honor de pertenecer a dicha asociación, e hizo una aportación inmensa a esta sociedad, no suficientemente reconocida. Sus valores a día de hoy están plenamente vigentes y merece la pena conocerlos y difundirlos.
De cara al futuro y para que nuestra triste historia no se repita, los líderes políticos de la izquierda abertzale deben hacer necesariamente un ejercicio de autocrítica y deslegitimación de toda aquella violencia que apoyaron expresamente, y la sociedad debe reaccionar y reconocer que en muchos casos, ya fuera por miedo, por la presión social, por comodidad o por indiferencia no reaccionó ante tanto terror y semejante pérdida de valores como era secundar un acto de protesta y duelo por la muerte de unos terroristas que tenían una intención firme de asesinar, y no mostrar ninguna señal de duelo por una persona inocente asesinada injustamente por los correligionarios de aquellos terroristas muertos.
Todos deberíamos interiorizar y expresar de una otra manera que la violencia no es el camino para conseguir ningún fin. De lo contrario siempre habrá alguien que pueda pensar que tú mereces ser el objetivo de cualquier ataque porque no comulgas con sus ideas, o si por el contrario cree que eres afín a su causa, ten por seguro que te hará de los suyos, pero difícilmente instigará a sus hijos a montarse en un coche lleno de explosivos, instigará al tuyo.
Maite Leanizbarrutia Biritxinaga
Miembro de Gogoan-Por una memoria digna.