Puigdemont es de los pocos políticos en activo que han conseguido sobrevivir a Pedro Sánchez. El dilema que enfrenta ahora el presidente del Gobierno en funciones es si acaba también con este último resistente ya o tiene que esperar a mejor ocasión. Hacerlo implica asumir el riesgo de acompañarle en la defenestración y no hacerlo el de darle carrete al más inconveniente de los potenciales aliados: si con Pablo Iglesias lo de dormir se complicaba, con este va a ser una pesadilla constante.
Tan superviviente es el catalán que en la comparecencia de este martes (como “president de Catalunya”, ni más ni menos), solamente se ocupó de sí mismo, dejando el procés para más adelante. Se trata, vino a decir, de salvar el pellejo para, cuando lleguen los presupuestos al Congreso, volver al raca raca del referéndum. Pero lo primero es lo primero: el invento de la república en el exilio, del Consell que nunca se reúne y de la nacionalidad digital de pago se están agotando y Puigdemont necesita ya los aires y los euros de Catalunya in situ, no por transferencia de los donativos graciosos emanados del empleo público catalán. Dicho de otro modo, o logra ser candidato a la presidencia de la Generalitat en las elecciones autonómicas que se celebrarán durante esta legislatura española, o le costará mucho mantener encendida la llama que lleva siete años sosteniendo desde Bruselas.
Colocar la amnistía como el previo (no la condición) de una negociación que lleve a apoyar la investidura de cualquier candidato a la presidencia del Gobierno (pues a ambos se dirigió), responde a esa necesidad primaria de supervivencia personal. Es cierto que la mona la ha vestido con galas políticas: que si se trata de amnistiar todo desde 2012, que si hay que sacar de la ecuación a los policías encausados por su actuación el 1 de octubre de 2017, que si no implica renunciar a volver a las andadas. Pero mona se queda: se trata de salvar el pellejo, de agarrar un salvavidas cuando parecía que se habían agotado.
Es por ello que no extrañaría ver en las próximas semanas movimientos sorpresivos respecto de esta contundencia de ayer. Donde dijimos amnistía podremos aceptar otra forma de perdón y donde dijimos unilateralidad podremos aceptar que una consulta la hace innecesaria. Habrá que ver hasta dónde es capaz Puigdemont de interpretarse a sí mismo, aunque tiene dadas muestras de sus habilidades al respecto.
Con su intervención del martes, el conducator de Junts le ha hecho el favor a Núñez Feijóo de no tener que oír otra regañina de Díaz Ayuso. Hace mal, a mi juicio, el PP en ir cerrando una tras otra todas las puertas políticas, salvo la de Vox, pero eso es otro asunto. Lo cierto es que de los dos interpelados por Puigdemont solo resta Pedro Sánchez. Como en los westerns ahí van a estar los dos únicos que quedan en pie al final de la peli con la mano a la altura del revolver y pensando muy bien qué hará el otro. Es un solo disparo que depende mucho más de la inteligencia que de la puntería.
La repetición electoral significaría darle una vida extra al líder del PP y, sin embargo, a día de hoy, parece ser la salida más sensata (descartado cualquier arreglo entre PP y PSOE). Que sea lo más sensato no es garantía de que sea lo que ocurra. Esto dependerá de cómo y hasta qué punto Sánchez y Puigdemont se aguanten la mirada. El primero necesita sí o sí un compromiso de no retorno a la casilla de salida para activar alguna medida que lleve a la vuelta del fugado limpio de polvo y paja. El segundo necesita alguna pista de aterrizaje que le permita un simbólico “Ja sóc aquí”. Es decir, a ambos les interesa que no se repitan las elecciones, pero ambos saben que, tal y como arranca la cosa, es lo más probable. Quizá en ese lance sea el actual presidente en funciones quien pueda aguantar más, pues ante una repetición electoral por no haber tragado con las exigencias de Waterloo estaría en mejor posición que Puigdemont habiendo abarcado mucho y apretado nada.