La oportunidad que este martes perdió el PP en el Congreso de los Diputados le pasará factura. Feijóo parece que ha optado finalmente por el costado de su partido que limita con Vox. Bastó un alto de José María Aznar y algunos dardos de Isabel Díaz Ayuso y el líder del partido ha plegado todas las velas que había dispuesto para poder buscar otros vientos que le empujaran hacia la Moncloa.

La ocasión era inmejorable porque el martes asistimos en el Congreso a una consagración de la nación española y, sobre todo, a un auto constitucional sin precedentes. Pocas veces en nuestra cámara de representantes se había visto de manera tan nítida representado el artículo segundo de nuestra constitución: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.”

El martes asistimos en el Congreso a una consagración de la nación española y, sobre todo, a un auto constitucional sin precedentes

El martes en el Congreso había una nación española —su soberanía ni más ni menos allí representada— y varias nacionalidades que no necesariamente se manifestaban a través de partidos nacionalistas, expresando su idiosincrasia mediante el uso de un emblema tan visible como la lengua. Para varios de los representantes no se trataba de ello, aunque en el fondo, usando cada cual la lengua española que más le acomodaba, parecían más españoles, no menos.

El artículo segundo de la Constitución no ha tenido muy buena fama. Se ha tendido a despachar como una especie de preámbulo del título octavo que, además, no tiene consecuencia en el resto del texto. El argumento para sostener esta idea es evidente: la constitución no vuelve a nombrar ni una sola vez más a estas nacionalidades, haciéndolo solo a las Comunidades Autónomas, que es, además, el nombre con el que se conocen legalmente los territorios españoles.

Esto es cierto, pero no lo es menos que la constitución tampoco vuelve a mencionar ni una sola vez a la nación española. El pueblo, no la nación, es soberano, a él representan las Cortes y en su nombre se administra la justicia. La nación desparece tanto como las nacionalidades. Por ello precisamente el artículo segundo es de una importancia política que ha sido indebidamente relegada. La unidad de la nación española es el fundamento de la Constitución y esta está integrada por nacionalidades y regiones. Nación española y nacionalidades españolas son parte de la misma ecuación constitucional y están ambas al principio del texto porque son fundamentos del mismo.

La unidad de la nación española es el fundamento de la Constitución y esta está integrada por nacionalidades y regiones

Las palabras de este artículo están medidas al milímetro, pues su elaboración duró prácticamente todo el período constituyente. El problema sobre el que costaba poner de acuerdo a derecha, izquierda y nacionalistas era justamente el término “nacionalidades”. Si finalmente se quedó fue a cambio de que se reforzara en el mismo artículo la idea de la unidad de la nación española. El resultado es esa filigrana constitucional que en una sola frase encaja la nación española, las nacionalidades y el derecho a la autonomía. Si la constitución de 1931 había establecido un Estado integral, la de 1978 muestra una nación integral. La nación española está integrada por sus nacionalidades y regiones.

Pues bien, el martes lo que vimos en el Congreso fue esa nación española, ni más ni menos. No se entiende muy bien entonces el motivo de fondo para que el PP no se haya sumado a esa consagración si tiene todo el día la boca llena con la palabra constitucionalismo. La única razón para ello puede estar precisamente en que el sector más ultranacionalista del partido ha torcido el brazo a Feijóo. En la idea de nación española que maneja ese sector del partido (Aznar, Díaz Ayuso, Álvarez de Toledo…) no encaja el artículo segundo de la constitución, es como si no existiera. De modo que es por una razón nacionalista que el PP puede terminar ignorando este rasgo constitucional y continuar por una senda que se empeña, al contrario que la constitución, en identificar nación y nacionalidad. Es lo mismo que hacen los nacionalistas vascos y catalanes en Euskadi o Cataluña: olvidarse de la plurinacionalidad.

El PP comparte ese afán por el éxtasis nacionalista con Vox, pero parece que con nadie más, ni siquiera con Coalición Canaria. ¿No es, al menos, para que le den una pensada? La constitución puede ser para ellos una caja de sorpresas.