Desde que Pedro Sánchez fue investido presidente del gobierno por mor de una moción de censura en junio de 2018 si algo se ha demostrado es el aguante que tiene España, como nación, como Estado y como sociedad. Al decir de la oposición, de toda la que ha tenido hasta la fecha, este madrileño le ha hecho a España todo tipo de perrerías: la ha engañado, traicionado, troceado, humillado, hundido.
Tanto le ha hecho que a Jorge Buxadé le costaba el otro día lo suyo escarbar en el diccionario buscando algún verbo original. No lo había, los había agotado y, sin embargo, ese trapo en que ha acabado el Estado, esos jirones que son todo lo que queda de la nación, esas tribus balcánicas dispuestas al ataque en que ha devenido la sociedad, se parecen bastante a España, a la España que existía antes del 2 de junio de 2018. El Estado español sigue existiendo (y si no lo ven, esperen a campaña de la renta), la nación española, tal y como la define el artículo 2 de nuestra constitución, sigue integrada por nacionalidades y regiones y la sociedad no se dedica a abofetearse por las esquinas.
La nación española, tal y como la define el artículo 2 de nuestra constitución, sigue integrada por nacionalidades y regiones y la sociedad no se dedica a abofetearse por las esquinas
El estrés apocalíptico que sostiene en dosis elevadas la oposición encuentra un alimentador en lo que se ha dado en llamar “constitucionalismo” y en su contexto propicio que se denomina “espíritu de la Transición”. Lo primero, que en cualquier país sería una especialidad jurídica, aquí es toda una marca de identidad política: constitucionalistas son solamente aquellos que entienden la constitución como lo hace la derecha. Es algo realmente notable en nuestro entorno europeo, pues no es muy habitual usar la constitución como argumento político.
Al hacerlo, el PP y Vox están pervirtiendo uno de los valores más relevantes del constitucionalismo europeo posterior a la II Guerra Mundial que integra por primera vez en nuestra historia constitucional el texto de 1978. En efecto, fue la primera constitución que realmente se hizo con el declarado propósito de generar un suelo constitucional que pudiera sostener diferentes opciones políticas. Al convertirla en un argumento ideológico, la derecha le devuelve el sentido que tuvieron los anteriores textos fundamentales como constituciones de partido.
La primera constitución se hizo con el declarado propósito de generar un suelo constitucional que pudiera sostener diferentes opciones políticas
Lo segundo, el “espíritu de la Transición” es el corolario del constitucionalismo entendido como identificación entre constitución e ideología. Es un sintagma con el que se alude a una época dorada de la política española en la que las diferentes ideologías se aunaron para dar a luz precisamente ese constitucionalismo que la derecha entiende signo exclusivo suyo y de aquellos a quienes tenga a bien ungir, como gusta hacer con algunos “socialistas buenos”.
Así como el “constitucionalismo” no tiene nada que ver con la constitución, a ese “espíritu de la Transición” donde le costó anidar fue precisamente en la derecha. Del proceso histórico de la Transición forman parte estructural tanto la ley de Amnistía de 1977 como la Constitución de 1978. La amnistía fue el requisito para poder hacer la constitución porque permitía separar dos tiempos históricos. Probablemente no hubo, por ello, momento más propicio para que brillara aquel espíritu que el 15 de octubre de 1977. La ley arrancó con una propuesta del grupo comunista que fue luego negociada con el gobierno centrista y los partidos, tragando no pocos sapos unos y otros. Hasta aquí el “espíritu” muy bien, pero hubo, sin embargo, dos partidos que se desmarcaron de aquel consenso: uno lo que enseguida sería Herri Batasuna y el otro Alianza Popular, la derecha.
La amnistía fue el requisito para poder hacer la constitución porque permitía separar dos tiempos históricos
La segunda ocasión para que el “espíritu” se materializara se dio con la constitución misma, tanto en su debate como en su votación definitiva. Esta se produjo en el Congreso el 31 de octubre de 1978 y los titulares de prensa del día siguiente se refirieron a una “masiva” aprobación del texto, porque lo fue. Masiva pero no total porque, además del PNV, en esta segunda gran ocasión le fallaron de nuevo al “espíritu” el entorno de ETA y… la mitad de los diputados de la derecha que votaron en contra o se abstuvieron.
Por tanto, no parece que la derecha estuviera muy metida en 1978 en la pomada del famoso “espíritu” de la Transición sino más bien en los márgenes. Es importante que con posterioridad haya recorrido el trecho que le faltaba en 1978, para la amnistía y para la constitución. Pero otra cosa es pasar de ahí a apropiarse de aquel momento como algo exclusivo suyo. Debería, por tanto, aceptar que si hubo algún espíritu en la Transición es precisamente el que advierte del peligro de hacer de la constitución un coto ideológico propio: ni la calle era de Fraga ni la constitución es de nadie porque es de todos.