Ayer fue el día 298 de este año 2023 y por si ustedes no lo sabían fue una de esas jornadas en la que se celebraba un Día Internacional o Mundial, cada vez es más difícil encontrar una en la que no se conmemore nada. Lo que pasa es que la de este 24 de octubre era muy especial, trascendental diría yo. Ayer en todo el planeta se celebra el Día Mundial contra el Cambio Climático y quizás, como suele suceder en otras ediciones, los árboles de la actualidad diaria, sin duda alguna muy cargada y llena de conflictos muy impactantes y dolorosos, nos impidan ver el bosque del descomunal reto para la Humanidad que supone afrontar una crisis climática que se ha acelerado en estos últimos años.
Las noticias sobre las consecuencias palpables de este cambio climático aparecen cada día en los titulares de todos los medios de comunicación y en la mayoría cada vez se puede apreciar más claramente el enorme coste de no actuar para mitigar o adaptarse a este cambio global. Durante mucho tiempo, nos hemos preguntado cuánto nos va a costar implementar nuevas energías renovables, abandonar los combustibles fósiles, reverdecer nuestras ciudades o transformar nuestra movilidad. Sin embargo, la pregunta pertinente es: ¿Cuál está siendo y va a ser el coste de no actuar para frenar este cambio climático? Por primera vez, una publicación de la prestigiosa revista científica Nature lo ha calculado para estas últimas 2 décadas y la cifra es espeluznante: 16 millones de dólares por hora.
¿Cuál está siendo y va a ser el coste de no actuar para frenar este cambio climático?
Es un estudio riguroso que expone cómo se ha subestimado este coste y presenta una realidad que nos encontramos todos los días. La mitad de la cosecha de cereales o de oliva en España se ha perdido ya debido al calor extremo y a la sequía de este verano. Por si fuera poco, la última tormenta en Andalucía ha perjudicado aún más el olivar, con lo que se reducirán también los litros de aceite que salgan al mercado.
El aumento del precio del aceite de oliva es un coste directo de la crisis climática que ya experimentamos todos en nuestros bolsillos pero no será el único. Los agricultores vascos, especialmente los de Álava, el territorio con más peso del sector terciario, lo saben muy bien y por eso la semana pasada organizaron un funeral por la agricultura para denunciar una situación límite en la que uno de los principales problemas es, precisamente, la pérdida de productividad de muchos de sus productos habituales por el cambio climático.
La mitad de la cosecha de cereales o de oliva en España se ha perdido ya debido al calor extremo y a la sequía de este verano
Aunque creo que cada vez hay menos personas que no ven está situación límite, si que pienso que todavía no nos hemos dado cuenta de la urgencia de actuar ya, de no posponer las medidas para virar nuestra economía. Porque los elevadísimos costes no sólo son económicos, lo son también de salud y afectan directamente a nuestra calidad de vida, diría aún más, a nuestro modo de vida. Así, por ejemplo, el 34% de los habitantes de la próxima Capital Verde de Europa en 2024, Valencia, viven en espacios donde los niveles de calidad del aire suponen un riesgo para su salud.
El propio Gobierno Vasco publicó un informe, realizado por Tecnalia y Azti, sobre las consecuencias de que el nivel del mar subiera 1 metro en nuestra costa, algo nada descabellado si sigue el ritmo actual de aumento de las temperaturas a nivel global. Casi el 28% de la superficie dedicada a la vivienda en Bilbao podría desaparecer, el 25% en Getxo. Según un estudio de Swiss Re, el gigante de los reaseguros, España podría perder hasta un 10% de su PIB en 2050 por el cambio climático, de hecho, es uno de los países más vulnerables de Europa.
Este coste de no actuar se puede trasladar también a todas las empresas vascas, las grandes y las pymes, pero también, la enorme oportunidad que supone para todas ellas el buscar soluciones que permitan acelerar la necesaria transición ecológica. Dejemos de mirar el cambio climático como un coste y empecemos a considerarlo un factor de competitividad. Hay que adaptar nuestro tejido productivo a esta realidad, mejor dicho, hay que acelerar la adaptación de este tejido productivo, no puede haber titubeos ni podemos dejar engañarnos por cantos de sirena de lobbies que persiguen alargar la agonía de los combustibles fósiles.
No puede haber titubeos ni podemos dejar engañarnos por cantos de sirena de lobbies que persiguen alargar la agonía de los combustibles fósiles
Es urgente revisar todas nuestras políticas y reconducir las que provocan que la temperatura del planeta sigue subiendo. Estaría bien que, por una vez, la administración pública fuera líder en este camino. Alguna luz se ve cuando la propia UE se abría la semana pasada a aprobar una medida estructural de lucha contra el cambio climático.
Seguir la política del avestruz con el cambio climático puede ser letal, lo estamos viendo cada día, y se saca la cabeza de la tierra reduciendo el tráfico motorizado en nuestras ciudades, incrementando la implantación de energías renovables, disminuyendo los desplazamientos absurdos en avión a favor del tren, generando estrategias agroalimentarias de km 0, reduciendo y reutilizando nuestros residuos o introduciendo la naturaleza en los entornos urbanos. Las decisiones diarias de cada persona cuentan y las de nuestros políticos y políticas pueden ayudar a mitigar o a empeorar las consecuencias de este cambio climático. Ojalá lo tengan en cuenta en los presupuestos del año que viene y no sólo en los discursos.