Si les digo el nombre de Aylan es fácil que a muchos no les diga nada. Algunos tal vez lo asocien con la tragedia de un niño, sin poder aportar muchos más datos. Los que más recuerden, sabrán que la muerte del pequeño Aylan Kurdi, de tres años, conmovió a todo el mundo, al aparecer ahogado en una playa de Turquía cuando su familia huía del horror de la guerra en Siria. Ocurrió en el 2015 y poco después se viralizó una ilustración con varias imágenes de Aylan. En la primera se veía de forma nítida al niño con su camiseta roja y su pantalón corto de color azul, para poco a poco, en las siguientes imágenes, ir desdibujándose hasta desaparecer totalmente.
La imagen describe a la perfección nuestra capacidad de epatarnos hasta la lágrima, cuando conocemos desgracias ajenas y como esa capacidad es directamente proporcional a la que tenemos para olvidarlas, más antes que después. Ni siquiera es una cuestión de tiempo. En este caso han pasado 9 años y sin duda, eso es mucho tiempo, pero sobre todo es una cuestión de que las cosas, los sucesos, las noticias vayan solapándose unas a otras, sin solución de continuidad.
Estos días acaban de cumplirse dos años de la guerra entre Rusia y Ucrania. Dos años. Un conflicto que Putin dijo que iba a ser rápido, y que a día de hoy permanece abierto. Hace dos años, cuando esto estalló, todos los ojos del mundo se posaban en la zona, particularmente los de Europa. Veíamos con horror los muertos de uno y otro bando, y lamentábamos el desplazamiento de millones de ucranianos que se veían obligados a abandonarlo todo, además de asistir en vivo y en directo, a la separación de las familias. Mientras unos iban al frente, otros buscaban cobijo allá donde se les ofreciera.
La capacidad de epatarnos hasta la lágrima cuando conocemos desgracias ajenas y como esa capacidad es directamente proporcional a la que tenemos para olvidarlas
Por si la crisis humanitaria no fuera suficiente, la guerra visibilizó de forma cruda los graves problemas económicos: crisis de suministros, dependencia del gas ruso, carestía de la energía… que nos suponía, y aún nos está suponiendo aquí, en el viejo continente.
Sin embargo, de una u otra forma hemos ido pasando página, naturalizando que allí sigue muriendo gente, que en Ucrania pocos edificios quedan en pie y que nadie se atreve a pronosticar ya cuanto más puede durar esa crisis.
Hoy estamos más pendientes de otra cruenta guerra, la que desde hace unos meses se vive en Gaza y que se acerca a los 30.000 muertos, si es que la cifra no se ha superado. Pero aun siendo muy conscientes de que lo que allí está ocurriendo, ayudados por las informaciones diarias que van documentado lo que sucede, tampoco lo procesamos como los primeros días. Ya empezamos a verlo como algo lejano, largo y hasta cierto punto ajeno.
Ya empezamos a verlo como algo lejano, largo y hasta cierto punto ajeno
A la de Gaza le sustituirá otra crisis antes o después, del mismo modo que Gaza ha desplazado del primer plano a Ucrania. Todo se irá diluyendo conforme pasen los días igual que la imagen de Aylan fue desdibujándose hasta desaparecer.
Sólo los que lo sufren en sus carnes, siguen siendo plenamente conscientes del dolor permanente en el que viven y de la importancia de que no nos olvidemos que siguen allí.
Es posible que sea propio de la condición humana olvidarse cuanto antes de lo malo, por una cuestión de supervivencia, pero no lo hace menos duro. Nuestra capacidad de cambiar de tercio, de cicatrizar, nuestra memoria frágil resulta cruel para quienes siguen sufriendo.
Nuestra capacidad de cambiar de tercio, de cicatrizar, nuestra memoria frágil resulta cruel para quienes siguen sufriendo
Nueve años de las lágrimas por Aylan, dos años desde que despertamos con Ucrania en la retina, unos meses desde que nos quedáramos noqueados con las imágenes que todavía a diario nos llegan de la franja de Gaza, y nadie ha sido capaz de parar todas estas monstruosidades mientras seguimos con nuestra vida.
Sí, no nos queda otra si queremos vivir, pero igual tampoco está de más que de vez en cuando nos paremos un rato y echemos la vista atrás tirando de hemeroteca para rememorar aquello que tanto nos impactó y que hemos ido olvidando, o que cada vez nos duele menos.
No está mal recordar con sentido y con sensibilidad. Lo merecen los que todavía sufren y ya han desaparecido de los titulares para ir desdibujándose como Aylan.
In memoriam