Ya sé que la lista de asuntos del día se encabeza con unos mangantes (Koldo, el consorte de Madrid), elecciones aquí (Euskadi) y allá (Cataluña) y un fugado que a lo mejor vuelve y se martiriza de mentirijillas. Hemos llegado ya a la bajeza de llamar a eso política. Sin embargo, más allá de los Pirineos, es en junio donde realmente se juega el partido, donde sí hará falta política de verdad. En las elecciones al parlamento europeo van a converger no pocas de las líneas que estructuran actualmente la política global y que parten de Estados Unidos, Rusia, China o India.
Más que los propios europeos, esos actores globales sí consideran a la Unión como un ente político al que muchos de ellos quisieran ver liquidado lo antes posible. Ni que decir tiene que ese sería el anhelo de Putin, pero también en buena medida el del aspirante republicano a la presidencia norteamericana. Aunque solo fuera por esa razón, ya se podría intuir que las elecciones europeas de junio son cruciales.
Las crisis que se han sucedido en este inicio del siglo XXI han ido cincelando una Unión mucho más trabada. La crisis financiera, el Brexit, la crisis pandémica y la guerra de Ucrania han delimitado aceleradamente el contorno político de una Unión que, careciendo de los instrumentos propios de un Estado, no ha tenido otro remedio que ir conformando algo parecido a un cuerpo político unitario para encarar esos momentos críticos. Por decirlo de un modo gráfico, que ustedes me perdonarán, la Unión se está haciendo a hostia limpia.
En las elecciones europeas van a converger no pocas de las líneas que estructuran actualmente la política global y que parten de Estados Unidos, Rusia, China o India
Esa es también la principal razón de su debilidad, puesto que al hacerse más unión a golpe de crisis no está consolidándose institucionalmente de acuerdo con las exigencias planteadas. Así, tenemos deuda conjunta, compramos y distribuimos vacunas o decidimos sanciones a Rusia y fondos para Ucrania sin que ello implique una más precisa definición del papel político del parlamento europeo ni una derivación de la Comisión hacia un ministerio responsable.
Lo que nos jugamos en junio políticamente es si la Unión enfilará el camino hacia una institucionalización más eficiente (más estatal, para entendernos) o todo lo contrario. Los partidos de la ultraderecha europea, muy crecidos sobre todo después de las elecciones portuguesas, tienen el viento a favor para propagar la idea de que sería un error una Unión más sólida institucionalmente. Asidos a unos nacionalismos muy digeribles socialmente, los partidos ultraderechistas europeos abogan por una Unión de mínimos en un escenario que se parecería más al de 1980 que al de 2024.
Los partidos ultraderechistas europeos abogan por una Unión de mínimos en un escenario que se parecería más al de 1980 que al de 2024
Muy en la línea del “Espanya ens roba” de los independentistas catalanes, la ultraderecha difunde la impresión de que Bruselas es un pozo sin fondo que se traga “nuestros” recursos al tiempo que un foco de burocracia innecesaria (por ejemplo, para “nuestros” agricultores). Al igual que repiten Javier Milei o Donald Trump el mantra es aquí menos gobierno y menos regulaciones algo que, si no llegas ni a mediados de mes, te suena muy bien y, sobre todo, te ofrece un culpable.
Para Europa el reforzamiento de estas posiciones ideológicas en junio sería letal. Lejos de esa visión de mínimos, la Unión tiene que hacerse más Estado, reforzarse institucionalmente y, si fuera posible, integrarse más constitucionalmente. Pero sobre todo, y este es, creo, el auténtico punto de discordia, tiene que hacerse más sociedad. Pocas frases han hecho más daño a la democracia liberal que se consolidó en Europa tras la Segunda Guerra Mundial (de donde mana la idea de la Unión) como la que pronunció Margaret Thatcher cuando dijo que la sociedad no existe. No lo decía en el sentido sociológico ni pensando en Durkheim o Popper sino en un sentido puramente político para defender justamente la desvinculación entre el Estado y la sociedad (y sus problemas). Básicamente lo que Milei lleva haciendo estos cien días en Argentina.
La ultraderecha difunde la impresión de que Bruselas es un pozo sin fondo
En el caso de Estados-nación como el Reino Unido de Thatcher o la Argentina de Milei gobernar como si la sociedad no fuera un sujeto de la política tiene como consecuencia más directa el incremento de la desigualdad. En el caso de la Unión Europea sería, simplemente, su final precisamente porque no tiene la cobertura institucional permanente (constitucional) de un Estado-nación. Sería impensable no ya que Europa pudiera acometer una política de defensa propia sino tan siquiera que siguiera dando apoyo a Ucrania.
Por ello Putin hará lo que pueda (y en el caso del mandarín ruso esto significa literalmente cualquier cosa) para que en las elecciones de junio triunfe o, al menos, tenga un excelente resultado la ultraderecha. El momento es decisivo porque la combinación Putin más Trump más una UE inclinada a la extrema derecha significaría el triunfo global de esa idea de que la sociedad no existe cuyo correlato es el cuestionamiento de la democracia liberal.