De repente ¡boom! Empezar a escuchar a la Generación Z te hace explotar la cabeza, hace temblar la seguridad de los conceptos con los que has crecido, los que has intentado transmitir. La pétrea visión del mundo es más caliza que marmolea cuando prestas atención fuera de la cotidianidad.
¿Qué es el odio? según la R.A.E. significa antipatía o aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea, pero y si de pronto ¿empezamos a odiar por el mero hecho de que ese sentimiento puede ser una lucrativa fuente de ingresos?. Llegamos así al concepto de monetización del odio que va mucho más allá de la repulsa, es una estructura creada y diseñada para sacar rédito de la polarización en las sociedades.
El concepto boomer que más se acercaría a esta idea sería: a río revuelto ganancia de pescadores, pero la bisoñez de esta expresión se queda muy lejos del nada fortuito ejercicio para generar beneficio político y económico para quienes lo practican con la complicidad de partidos políticos, medios de comunicación y la gran estrella invitada a este engranaje, el punto y a parte intergeneracional, las redes sociales.
¿Y si de pronto empezamos a odiar por el mero hecho de que ese sentimiento puede ser una lucrativa fuente de ingresos?
Pueden dibujar mentalmente una cruz y en cada punto situar la monetización directa e indirecta y la de arriba y abajo. La versión clásica sería la indirecta y desde arriba. Esta se entiende muy bien porque se ha dado siempre. Esta semana hemos tenido un ejemplo de la misma, a principios de semana Pedro Sánchez recibía a Volodímir Zelenski, presidente de Ucrania para firmar un acuerdo que contempla la donación de más de 1.000 millones de euros para reforzar las capacidades militares del país invadido por Rusia. Entre el material que se va a suministrar, la gran mayoría se produce por empresas españolas que fabricaran ex profeso para este fin, ahí están Urovesa, TRC, Indra, Escribano o Instalanza.
Con ello el debate político se ha situado entre quienes creen que estas decisiones tendrían que estar refrendadas por el Congreso porque contribuyen al belicismo, frente a quienes defienden que los valores sociales, económicos y políticos no se pueden preservar con tirachinas frente al Kremlin. Un clásico del debate público, sobre modelos de gobernanza o praxis que indirectamente tiene una afección económica.
La innovadora forma de monetizar sería la directa y desde bajo. Cualquiera con un móvil puede autodefinirse medio de comunicación y expandirse por una audiencia potencialmente mundial a través de las redes sociales. Nunca ha sido tan fácil y tan carente de control el lanzamiento de mensaje de odio sin filtros, en manos de empresas privadas con escaso control, escasa regulación y nulas consecuencias, cuyo objetivo es captar más y más suscriptores amparándose en el buenísmo interpretativo de la libertad de expresión. Un bocado demasiado grande para tragar desde las democracias liberales que temen, con razón, poner la línea en el lugar incorrecto.
Entre el material que se va a suministrar, la gran mayoría se produce por empresas españolas
El odio es una moneda de cambio en unas plataformas donde interactuamos a base de recompensas, likes, retuits, favs, follows... inocentes reconocimientos, calderilla 2.0 de la autosatisfacción que las empresas explotan conscientemente a sabiendas de su poder adictivo.
Y en estas estamos a las puertas de una nueva cita con las urnas, las elecciones europeas, donde el auge de la ultraderecha parece comprometer los pilares fundacionales de la Unión. Una ultraderecha que ha conectado con una sociedad con la manipulación que le permiten los nuevos canales y la modificación de las conductas cimentada en las emociones generalmente negativas, como el odio. Descargan al individuo de la culpa para echársela a la espalda de un chivo expiatorio. Que no hay trabajo e inseguridad, la culpa es de la inmigración. Que hay pocos nacimientos, las responsables son las feminazis que ya no quieren cuidar al marido y a los hijos. Que el mundo se desmorona, es que hay demasiados gays y lesbianas rompiendo la heteronormalidad. Pero ¿cómo se ha llegado hasta aquí?.
El auge de la ultraderecha parece comprometer los pilares fundacionales de la Unión Europea
En septiembre de 2021 Frances Haugen, ingeniera experta en datos y extrabajadora de Facebook, demandó a su empresa ante la Comisión de Seguridad y Valores de EE.UU. Denunció la permisividad de la empresa con la polarización y los contenidos que nacen de rabia, entre los que se incita al odio, la violencia y la desinformación porque conllevan mayor participación. Al mismo tiempo, Instagram, que pertenece a Facebook, publica con conocimiento material nocivo para la salud mental.
Tampoco es baladí el hecho de que Elon Musk se hiciese con Twitter. Musk es la prueba fatua de cómo un particular puede comprarse una red al grito de libertad para que por sus contornos se cuele la miseria, normalmente anónima, de quienes manejan los hilos de ceros y unos en el espacio digital y en el de las cuentas bancarias.