El retrovisor es un espejo muy humano que ayuda a ver lo que acaba de pasar; si miramos hacia el pasado remoto sirve como visión retrospectiva para memorizar y actualizar; la hemeroteca es herramienta obligada, crónica precisa de hechos e imágenes de ayer; ya sean de la semana pasada o de hace cuarenta años.

Vivimos tiempos acelerados que apenas permiten reflexionar sobre nuestros actos diarios y exigen pasar fugazmente por la realidad; hay que vivir y olvidar deprisa, incluso cuando se tata de hechos graves que deberíamos analizar y recordar para no recaer; hoy todo se somete al imperativo noticiable, y sea grave o frívolo, todo se devora por el gargantúa de la audiencia e inmediatez, monstruo bueno que todo lo traga. Cuando entras en su boca, tienes memoria y cuando sales -por donde sales- en ese trayecto rápido y fugaz de tobogán, ya has olvidado; una metáfora de la existencia cada día más aceptada. La noticia apenas dura un instante, ni siquiera un día; la actualidad resulta inaprehensible.

El hecho que traemos a la memoria, aunque se produjo hace algún tiempo sigue pendiente. Ocurrió en Tolosa por fiestas de San Juan, el 24 de junio de 1981, cuando tres o cuatro gentes con nombres y apellidos, miembros del comando Goierri de ETA, asesinaron a tres jóvenes vendedores de libros.

Las víctimas, tres luchadores, como cualquiera de nosotros entonces:

Iñaki Ibargutxi, Miravalles-Ugao. 26 años, soltero y militante de EGI (PNV).

Imanol Mtz. Castaños. Durango. 26 años casado con 2 hijos y simpatizante de HB

Conrado, hermano de Imanol. Durango. 31 años casado, un niño. En el PCE-EE.

Los dos primeros murieron en el acto y el tercero nueve meses después. La dirección de HB, temiendo una posible reacción contraria, difunde a los medios torpe y rápidamente, la mentira de que había sido el GAL. Treinta y siete años más tarde ¡37! ETA, tras un panegírico de exculpación y desmemoria militante, especie de Alzheimer obligado para propios y extraños, reconoce en un boletín interno (Zutabe) que habían sido ellos y que había sido un error. No aparece ningún ciudadano implicado (¿?) y los responsables “se llaman Andana”, ocultándose en las siglas.

Admitir un atentado y el asesinato de tres ciudadanos como error es parte de la perversión mantenida, pues implica considerar que el resto de atentados y muertes fueron un acierto. En el mismo papel del 2018 en el que la banda se exculpa de atentados que dicen no haber cometido, admiten su responsabilidad (¿la de quien?) en el atentado de la cafetería Rolando de Madrid donde murieron siete personas y hubo 70 heridos.

Cuando nos enfrentamos a un hecho tan grave e irreversible como éste, cuando se padecen las consecuencias del terror y la omertá, nos preguntamos: ¿Cómo es posible que no supiéramos más, que aguantáramos tanto, que no reaccionáramos antes?

Si bien es cierto que desde 2018 no ha habido atentados ni asesinatos, cuando nos enfrentamos a un hecho tan grave e irreversible como éste, cuando se padecen las consecuencias del terror y la omertá, nos preguntamos: ¿Cómo es posible que no supiéramos más, que aguantáramos tanto, que no reaccionáramos antes?... ¿Que su caso y el de tantos otros (más de 300) sigan aún sin esclarecerse?

Estas preguntas, evidencian el problema pendiente, producto de la normalización creciente de la violencia en nuestra vida social durante sesenta años; primero asumimos la de “baja intensidad” –jaia bai eta borroka ere bai– y después la del terror, imponiendo una neutralización permanente de la población, así como la implantación de una desmemorización programada, fundamentos para el negacionismo futuro.

Olvidamos pronto que detrás de cada “caso”, agresión, atentado, segregación… hay una persona o varias: familias, amigos, ciudadanos, un pueblo que padece, que padecemos un grado de silenciamiento y terror, pues cuando un ciudadano es objeto del terror. Es toda la sociedad la que soporta el golpe y el pésame es sólo un gesto básico necesario de solidaridad hacia la víctima primera.

Hoy, que algunos faltan ya para contarlo, brindamos por su memoria, por los olvidados, por nuestros amigos y familiares perdidos que seguirán siendo jóvenes en nuestra memoria.

*El autor del texto, Marcos Hernando, era amigo de uno de los asesinados