El mejor indicador de que el debate del martes le fue más favorable a la vicepresidenta Harris que al ex presidente Trump es la pregunta que casi todos los análisis de la prensa estadounidense se hacían a su final: ¿será suficiente para que gane finalmente la primera las elecciones de noviembre? Nadie parece encontrar sensato hacer esta pregunta del revés después de ver ese debate. No es poca cosa si consideramos que, entre el debate en el que Biden salió tocado y hundido y el atentado contra el republicano, este último iba como una moto directo a la Casa Blanca.
Es cierto que Trump no hizo un Biden, pero sí hizo el peor Trump. Los caracteres no cambian, se especializan y el convicto ex presidente mostró su cara más estereotipada sin calibrar bien a quién tenía enfrente. Presume de no preparar sus debates, de ir a ello como quien va al club de golf con sus amigotes a soltar lo primero que le llegue a la boca esperando la risotada de los concurrentes. Visto el debate, parece que fue fiel a esa costumbre, a diferencia de la vicepresidenta Harris que había preparado cada minuto.
Lo hizo escogiendo un formato muy fílmico, el de la fiscal que presenta un caso contra un granuja listillo que se ha librado hasta el momento del cepo del código penal porque tiene pasta para pagarse buenos abogados y porque sabe jugar muy bien en la línea del fuera de juego. Harris lo tenía fácil porque es un trabajo que ha hecho casi toda su vida y desde el momento en que se acercó a su contrincante, le dio la mano y se presentó, le dejó claro que ella marcaba allí el guión.
Este papel asumido por Harris sacrificó, a mi juicio, algo importante. No se trataba solo de verla como la acusación pública contra una política que representa el pasado y la división irreversible del país, sino de conocer también a la futura presidenta de los Estados Unidos y, por tanto, saber más de lo que se propone hacer en ese desempeño.
Ahí fue mucho más parca, seguramente porque era justamente esa faceta la que esperaba el convicto para golpear sin misericordia. En los dos meses escasos que quedan de aquí al 5 de noviembre creo que iremos viendo más esa cara presidencial que la de fiscal, ya sin Trump en el atril de al lado esperando para morder.
Al estilo de juego del pelirrojo le va mejor que no haya VAR, pero aquí sí lo había y en un par de sonadas ocasiones le hizo quedar como un lunático que no sabía bien qué barbaridad había soltado
Al aspirante republicano no puede negársele capacidad de reacción. Inmediatamente se dio cuenta de que aquello se le estaba torciendo, pero hizo mal en echar mano de sí mismo. Pudo servirle, sin duda, para amarrar al votante fiel —justamente lo que Biden no pudo hacer en junio—, pero no para embolsar al que está entre él y Harris. Al estilo de juego del pelirrojo le va mejor que no haya VAR, pero aquí sí lo había y en un par de sonadas ocasiones le hizo quedar como un lunático que no sabía bien qué barbaridad había soltado.
Una cosa es decir que tu contrincante demócrata es marxista, pero otra bien distinta es afirmar que los inmigrantes se están comiendo las mascotas de las familias norteamericanas o que en los estados gobernados por demócratas se ejecuta a los recién nacidos. La frustración de Trump al oír a los moderadores desmontar sus bulos se exteriorizó luego cuando, como mal perdedor, se fue a la prensa para quejarse de los árbitros.
Ahí es donde perdió claramente el debate mientras Harris se crecía como la figura templada y coherente del debate, dejando hacer su trabajo a los moderadores. Son los momentos que al indeciso votante le pueden haber mostrado más presidenta a Harris y más tertuliano de segunda a Trump.
Sale de esta el convicto tocado, pero no hundido. Seguramente Harris no ha arañado la parroquia ajena, pero sí habrá afianzado la propia. Su logro en este debate no cabe esperarlo en esos noventa minutos, sino más bien en los escasos dos meses que restan para las elecciones.
Su imagen serena y contundente, así como la de un contrincante mendaz y ciertamente muy raro podrían ir decantando hacia su lado esos puñados de votos indecisos que van a decidir, como en 2020, finalmente el número de compromisarios de cada candidato en noviembre. Ya ha empezado por uno significativo, el de Taylor Swift, pero vendrán más en las próximas semanas.