Que un Estado soberano invada a su vecino no es nada nuevo. Ahí está Rusia entrando como Perico por su casa en Ucrania o amenazando con hacerlo en otras repúblicas nacidas de la desintegración de la Unión Soviética.

El orden internacional surgido de la II Guerra Mundial y de la Guerra Fría no es especialmente alérgico a estas situaciones. Desde luego, dichos desmanes no quedan sin respuesta internacional, bien sea para tratar de frenarlos o bien para bendecirlos, pero, en cualquier caso, pueden presentarse dentro de la lógica del recurso a la guerra como última razón de la relación entre Estados. 

Esto mismo está haciendo cuando escribo estas líneas Israel en Líbano: invadiendo otro Estado. Como Putin, no declara guerra alguna porque el supuesto que considera legitimador no es la guerra en sí, sino la propia seguridad. Putin afirmaba su necesidad de defenderse de los nazis de Ucrania (no del Estado ucraniano) y Netanyahu de los terroristas que están asentados en Líbano (y no del Estado libanés).

Si la limpieza se lleva por delante a unas decenas de miles de ucranianos o de libaneses que no tienen nada que ver con el factor de legitimación aducido no pasa absolutamente nada: daños colaterales

Por eso afirman también ambos que se irán en cuanto el trabajo de limpieza esté hecho. Si la limpieza se lleva por delante a unas decenas de miles de ucranianos o de libaneses que no tienen nada que ver con el factor de legitimación aducido no pasa absolutamente nada: daños colaterales. Todo eso puede encajarse en esa razón perversa de la relación entre Estados soberanos de la que la humanidad no ha logrado aún librarse. 

Cuando Israel entró a sangre y fuego en la franja de Gaza, sin embargo, no estaba invadiendo otro Estado. De hecho, esa ha sido la postura de Netanyahu desde que en 1996 accedió por primera vez a la jefatura de gobierno en Israel.

En su larga trayectoria al frente del gobierno nunca ha dado pasos significativos para concretar la solución de los dos Estados. Antes al contrario, la política israelí de la era Netanyahu ha consistido en un incremento de los asentamientos judíos en lo que se suponía que debía conformar territorialmente el otro Estado, el palestino.

Potencias como Estados Unidos, Francia, Alemania y Reino Unido, si bien defienden la idea del Estado palestino, se niegan, hasta ahora, a su concreción mediante reconocimiento y regularización como tal en la ONU.

Si, tal y como Netanyahu sostiene, Palestina no es un Estado ¿qué es? Según el propio primer ministro israelí ni es más que una autonomía ni, en lo que de él dependa, lo será jamás. Con ello no está más que describiendo una situación de hecho, al menos hasta la reciente ocupación militar de Gaza y buena parte de Cisjordania: los territorios palestinos son, como mucho, una autonomía. 

Las fuerzas israelíes en ningún caso han considerado que cruzaban frontera alguna al entrar en Gaza

Esta constatación, no obstante, conlleva otra: si es una autonomía, Palestina forma parte del dominio del Estado de Israel. Por lo tanto, cuando este último ocupa militarmente esos territorios está haciéndolo con parte de un dominio propio de su Estado y actuando sobre una población que se halla bajo su soberanía. De hecho, las fuerzas israelíes en ningún caso han considerado que cruzaban frontera alguna al entrar en Gaza.

Esto cambia drásticamente la situación respecto de Líbano (o de otras agresiones a Estados soberanos). Si el derecho internacional nunca ha llegado a negar la posibilidad de la agresión y la guerra entre Estados, sí lo ha hecho respecto de la capacidad de un Estado para agredir a una parte de su propia población. Lo hizo tras la II Guerra Mundial y justamente para poder condenar eficazmente la actuación de la Alemania nazi contra su población judía.

El subterfugio de la obediencia debida y de la soberanía del Estado sobre su población no sirvió a los líderes nazis en Nuremberg para librarse de la horca. Se asentó entonces en el derecho internacional un principio que cambió completamente la concepción de la soberanía estatal: actuar contra un grupo nacional, étnico o religioso con la intención de destruirlo total o parcialmente es un delito, aunque sean súbditos del Estado agresor. A diferencia de lo que se había considerado hasta entonces, los Estados no eran dueños sino responsables de sus poblaciones.

Israel en Gaza está paradójicamente regresando a 1940, al momento previo en que ese principio se asentó en el derecho internacional para castigar a quienes tanto daño injusto habían ocasionado al pueblo judío (y a otros, como los gitanos). Se comporta como los Estados lo hacían antes de la II Guerra Mundial, considerando que puede hacer lo que estime conveniente con la población que el propio Estado de Israel considera bajo su soberanía. Ay, si Rapahel Lemkin, el jurista judío que acuñó la primera doctrina sobre el genocidio, hubiera vivido para ver a Israel regresando a 1940.