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Hubo una guerra civil en España. También en Euskadi. Nunca fue una contienda de los vascos contra los españoles. Mentira y gorda. Fue una guerra fraticida, descarnada y cruel que ganaron los malos. Tan sencillo como eso. Y entre los malos o los vencedores había gente corriente, ciudadanía, familias, que contribuyeron a la posterior represión, una vez acabada la contienda. Y buitres que se aprovecharon de los vencidos y les quitaron lo que pudieron. Las haciendas y hasta la vida.

Y en estas historias terribles que no se quieren recordar ni contar, hubo vascos responsables en dicha represión. Con nombres y apellidos. Hubo, primero, cientos, miles, de requetés guipuzcoanos, navarros, alaveses y vizcaínos que empezaron matando rojos en Pamplona y terminaron en el Ebro. Que pelearon y ganaron.

Requetés navarros que en 1937 pusieron guardia de honor en el árbol de Gernika para preservarlo de las tropas moras, requetés guipuzcoanos, euskaldunes y fededunes, que subieron los montes de Gamiz y Fika sembrando muerte y destrucción entre los asturianos, cántabros y vascos algunos de estos nacionalistas y otros de batallones republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas―, que intentaban defender las cumbres. Ya ven, algunos de los defensores eran también fededunes y euskaldunes. Otros no.

Había, por ejemplo, guipuzcoanos, que morían y eran homenajeados luego en sus pueblos, como en esta crónica de Oñati: "Los tres ataúdes salieron en hombros de requetés y envueltos en la bandera española y con la boina roja y el machete como símbolo. El duelo se despidió a los acordes de la marcha nacional, que la extraordinaria muchedumbre escuchó con el brazo en alto".

Y cuando Euskadi cayó, los vascos siguieron en la guerra. Los de un lado y los del otro. Porque los vascos republicanos no se rindieron en Santoña, como parece que nos cuentan. Allí se rindió el PNV. Y ni siquiera todo.

Y después de que cayera El Mazucu y todo el norte quedara en manos de Franco, pasaron a otros frentes, hasta el enfrentamiento final, civil y entre hermanos en la Batalla del Ebro

Hubo vascos republicanos, nacionalistas, carlistas y fascistas en el frente de Cantabria y en el de Asturias. Y después de que cayera El Mazucu y todo el norte quedara en manos de Franco, pasaron a otros frentes, hasta el enfrentamiento final, civil y entre hermanos en la Batalla del Ebro. Allí también hubo vascos en los dos lados. 

Después de la guerra, ya saben o debieran, represión, hambre, piojos y miseria. Sobre todo para los perdedores y sobre todo para los presos. Los presos de Euskadi y en Euskadi. Los que estaban en las cárceles vascas. Aquellos que purgaron y sobrevivieron, como mi abuelo José capitán republicano, cántabro y de Santander―, en Larrinaga, o los que tuvieron menos suerte como los extremeños del campo de la muerte de Orduña. 

Allí recluyeron, en el antiguo colegio de los Jesuitas, en el centro de la ciudad, a desafectos al régimen cuyo mayor delito era haber sido rojo, es decir sindicalista, concejal, alcalde, miembro de Izquierda Republicana, socialista, comunista o anarquista. O sospechoso de ello. Allí se les internó, lejos de sus casas, y se les utilizó como mano de obra esclava.

Como dice la sinopsis del libro de Javier García Calvo “Esclavos de Orduña 1937-1941”, tras la caída de Bizkaia en junio de 1937, el incipiente régimen franquista eligió Orduña como emplazamiento de un campo de concentración de prisioneros que pudiera dar cabida tanto a las decenas de miles de soldados capturados en el Frente del Norte como a aquellos penados por razones políticas que se encontraban hacinados en la Prisión Provincial de Vitoria. 

La estancia media de cada uno de ellos no fue excesivamente larga, pero su juventud fue aprovechada por las instituciones públicas y por pequeños y medianos empresarios para lucrarse de abundante mano de obra en condiciones equiparables a la esclavitud

El campo de la muerte de Orduña escondía un sistema esclavista desconocido hasta la fecha, que se sostuvo durante cuatro años merced a una tupida red de complicidades

Terminada la guerra el campo mutó en Prisión Central, pero el trabajo forzado perduró hasta el cierre de la misma, ya en 1941. Según el autor, el campo de la muerte de Orduña escondía un sistema esclavista desconocido hasta la fecha, que se sostuvo durante cuatro años merced a una tupida red de complicidades. 

Ahora, que se ha iniciado en la ciudad vizcaína la nueva fase de exhumaciones de los cuerpos de más de doscientos presos, principalmente de la comarca pacense de La Serena, deberíamos reflexionar y arrojar luz sobre esos esclavos y sobre sus empleadores. Quienes se aprovecharon de ellos, quienes se quedaron con sus paquetes, quienes les mataron de hambre y miseria. 

Fue un horror de tal calibre que hasta un inspector falangista que visitó la cárcel calificó a sus internos como muertos-vivientes. Y entre sus asesinos también hubo vascos.

Todo esto sin rencor, con la intención de sanar. De reconocer y de dejarse de mamarrachadas como lo de solicitar al Gobierno de España, cansinamente y cada año, que pida perdón por el bombardeo de Gernika. Esos mantras son los que perpetúan la mentira sobre la Guerra Civil en Euskadi. 

Desde luego, si la sociedad vasca, casi noventa años después del conflicto, no es capaz de mirarse y reconocerse en su cuota de responsabilidad en la represión franquista, podemos esperar sentados a que asuma nada en el relato de la historia más reciente de Euskal Herria. 

Esto va de vascos y vascos. Gogora!