Hace unos días, el presidente de Junts, Carles Puigdemont, exigió a Pedro Sánchez que utilizara un procedimiento recogido en la Constitución Española y se sometiera en el Congreso de los Diputados a una cuestión de confianza, supongo que para que Junts pudiera mostrar de modo oficial e institucional su desconfianza en Sánchez, de quien desconfía desde que confió en él para convertirlo en presidente del Gobierno de España, tal y como viene recordándonos cada vez que comparece ante los medios y nos recuerda que Sánchez no es ni de fiar ni fiable, como si no lo supiéramos.
Sin embargo, al día siguiente de la comparecencia de Puigdemont, su discípula y representante de los independentistas en el Congreso de los Diputados, Míriam Nogueras, con la simpatía que le caracteriza, al interpelar a Sánchez en el Pleno de Control, olvidó la cuestión de la cuestión de confianza y se ciñó a emplear el lenguaje llano que nos tiene acostumbrados: "Mueva el culo, señor Sánchez", le dijo, para que cumpla su compromiso irrealizable de transferir a Cataluña la política migratoria, y para que "paguen lo que deben" a los catalanes, sin especificar cuánto y a cuento de qué.
La cuestión de confianza es un recurso que solo puede emplear y en la práctica emplea el presidente del Gobierno cuando cree que va a ganar la votación y salir fortalecido, no cuando quienes no quieren o no pueden presentar una moción de censura se lo piden
En todo caso, la iniciativa puigdemoníaca está registrada en el Congreso de los Diputados, así que, aunque no sirva más que para fortalecer a Sánchez, es probable que se convierta en otro hito del parlamentarismo patrio. Porque la cuestión de confianza es un recurso que solo puede emplear y en la práctica emplea el presidente del Gobierno cuando cree que va a ganar la votación y salir fortalecido (como hizo Suárez en 1980 y González en 1990), no cuando quienes no quieren o no pueden presentar una moción de censura se lo piden para colar un titular en los medios; lo que sí podría hacer Junts si tuviera treinta y cinco diputados es presentar su propia moción de censura, pero ni tiene los treinta y cinco diputados ni los apoyos que le gustaría.
En todo caso, es práctica parlamentaria habitual que los grupos utilicen todos los medios a su alcance para obtener protagonismo e intentar alcanzar sus objetivos políticos; y especialmente en estos tiempos que corren en que el presidente del Gobierno de España está dispuesto a ceder cualquier cosa con tal de seguir en la poltrona.
Tras las cesiones socialistas a populistas, nacionalistas e independentistas y los casos supuestos o probados de corrupción política que acechan al PSOE y a Moncloa, ha habido quien ha exigido al PP que tenga el valor de presentar cuanto antes una moción de censura, de modo que, aunque no saliera adelante, sirviera para que los socios de Sánchez tuvieran que retratarse. Es como lanzar la piedra y esconder la mano, o como cuando animas a alguien a hacer algo que tú, en su posición, nunca harías.
El problema de este tipo de pirotecnia parlamentaria es que facilita titulares de prensa y columnas de columnistas insignes, pero suelen ser pan para hoy y hambre para mañana, justo el preciso día en que se vote y no solo no ganes sino que fortalezcas al adversario y termines haciendo el ridículo. Y ya sabemos qué es lo único que en política no está permitido, por mucho que sea el pan nuestro de cada día.
Si las cosas han ido casi siempre a trompicones a lo largo de la legislatura, ahora nos encontramos en uno de sus momentos álgidos, con multitud de frentes abiertos y, por encima de todos ellos, el frente presupuestario
En todo caso, con o sin cuestión de confianza y moción de censura, la legislatura está al borde del precipicio, apta únicamente para los muy cafeteros o para los malabaristas de la política de las características de Sánchez, capaz de salvar situaciones inverosímiles, al menos de momento. Porque si las cosas han ido casi siempre a trompicones a lo largo de la legislatura, ahora nos encontramos en uno de sus momentos álgidos, con multitud de frentes abiertos y, por encima de todos ellos, el frente presupuestario, ese batiburrillo de propuestas incoherentes y casi contradictorias que van a tener que unirse en un único documento.
De momento siguen juntos, aunque mal avenidos, todos los miembros de la coalición supuestamente progresista y el resto de interesados en que siga vivita y coleando. Porque no es tanto mérito de Sánchez, sino conveniencia propia de quienes todavía lo apoyan; y esa es la virtud o la suerte del presidente: unir o poner de acuerdo a quienes no se parecen demasiado pero comparten un mismo objetivo, que siga Sánchez como forma de tener más fácil alcanzar sus objetivos.
La cosa se complica día a día. Mientras Junts sigue reclamando la competencia de migración para frenar la inmigración que es un freno a sus objetivos, Podemos quiere su propio protagonismo y hacer valer sus cuatro diputados para exigir más intervencionismo en la política de vivienda y el restablecimiento del impuesto a las energéticas, lo que rechazan Junts y el PNV.
Además, otra de las exigencias de los independentistas catalanes, que el catalán sea oficial incluso allí donde no se habla (en Europa), es un imposible, a pesar de que el Gobierno de España dice haber hecho todo lo que estaba en su mano, que no era gran cosa.
Además, sigue sin concretarse cómo se articulará el concierto económico catalán que Sánchez prometió a Cataluña, más allá de que suponga el fin definitivo de la solidaridad y de la igualdad en España. O sea, demasiadas diferencias programáticas para que puedan ir aprobándose todas ellas y se satisfaga de ese modo a sus beneficiarios.
Además, algunos de los socios del PSOE se odian mutuamente, por mucho que disimulen
Vox ya presentó en su momento una moción de censura y el PP no va a repetir el error. Junts no puede presentar una cuestión de confianza porque carece de los diputados para ello. Podemos está ensayando el argumentario para votar contra los Presupuestos Generales del Estado pero no es seguro que termine haciéndolo. Bildu lleva tiempo insistiendo en que seguirá respaldando a Sánchez como forma de impedir que el PP llegue al Gobierno de España y como forma de que sus presos de ETA sigan siendo excarcelados. La nueva dirección de ERC dudo que opte por dejar caer a Sánchez. Y el PNV, por su parte, que sigue exigiendo el cumplimiento íntegro del Estatuto de Gernika y más competencias, quedará a la espera de acontecimientos, del modo en que históricamente ha actuado. Además, algunos de los socios del PSOE se odian mutuamente, por mucho que disimulen.
Si la corrupción sigue acorralando a la Moncloa y las reivindicaciones de los socios de Sánchez se convierten en imposibles, es probable que se produzca el desenlace al que esta legislatura está abocada desde que se puso en marcha. En ese momento, cada cual deberá mostrar sus cartas, incluido el PNV, cómodo en la sombra del Congreso de los Diputados y cómodo en Ajuria Enea, donde preside un gobierno estable.
Lo único seguro es que nadie hará nada que le perjudique, salvo que sean muy torpes, cosa que tampoco puede descartarse.