El propósito: lo que nunca aparece en las listas de año nuevo
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Es curioso cómo el Año Nuevo nos incita a hacer listas de buenos propósitos. Metas siempre nobles y en ocasiones improbables: volver al gimnasio porque ahora sí que sí, ahorrar con la voluntad de un monje budista o aprender un idioma que solo usaremos para pedir café en vacaciones. Deseos, algunos nuevos, otros reciclados, vestidos con mezcla de ilusión y culpa. La experiencia dice que, más veces de las que nos gustaría, se truncan antes de llegar el verano.
El problema no está en la falta de fuerza de voluntad. Qué va. Al menos, no del todo. Hay algo más profundo en la necesidad de imponerse objetivos con cada cambio de calendario, en el incumplimiento sistemático de una parte, en esperar a que vuelvan a caer las hojas para regar el árbol de las buenas intenciones. Es el intento de llenar un vacío que ni siquiera sabemos nombrar.
Sí, ahí está la trampa de los propósitos. Solo son tareas específicas que ocultan lo que de verdad deberíamos construir: el propósito. Suena a trabalenguas, pero en absoluto.
La existencia tiene cuenta atrás, eso está claro, pero en algún momento decidimos darle todo el poder al cronómetro y acordar que hay un momento para cada cosa
El propósito, con mayúsculas, nada tiene que ver con objetivos aislados. Qué se yo, dejar las redes sociales con un post de despedida, mantener la casa impecablemente ordenada, desayunar semillas chía... No, el propósito nunca es destino. Es un mapa. La dirección que da sentido a todo lo demás para que los deseos de Año Nuevo dejen de flotar como islotes en un océano de desconexión.
Cuando tienes propósito las piezas encajan porque ya no se trata de metas sueltas y caprichosas, sino de algo más grande que las une. El ejercicio deja de ser una promesa de enero y se convierte en la rutina de cuidar un cuerpo que te lleva a hacer lo que amas. Emprender ya no es una salida laboral tras quedarte en la calle compuesto y sin curro, pasa a ser medio para generar el impacto que siempre soñaste. Y puede que acabes dando con un sitio al que llamar hogar, por algún pueblecito perdido donde al fin te encuentres.
¿Estoy corriendo hacia algo que realmente quiero o simplemente intentando cumplir con lo que se espera de mí?
Pero claro, descubrir tu propósito no es tan sencillo como comprar un primaloft con descuento y salir al monte. Requiere pausa. Y silencio. Dos cosas que, en el mundo actual, son más difíciles que hallar pareja por Tinder y que funcione.
Además, andamos sujetos a demasiadas presiones externas que no ayudan a vivir con propósito. Especialmente una: la sensación de ir tarde. La existencia tiene cuenta atrás, eso está claro, pero en algún momento decidimos darle todo el poder al cronómetro y acordar que hay un momento para cada cosa. Y que, si no llegamos a tiempo, hemos fracasado.
Tarde para cambiar de trabajo, tarde para aprender algo nuevo, tarde para empezar otra vez. El sentimiento de "voy tarde" nos persigue como la sombra de un perro fiel, pegajosa, difícil de ignorar. Y en esa prisa por recuperar el tiempo perdido, se nos olvida hacer la pregunta clave: ¿estoy corriendo hacia algo que realmente quiero o simplemente intentando cumplir con lo que se espera de mí?
Es más efectivo codearse con el tiempo como compañero, no enemigo
Yo también he sentido ese reloj. Y la impotencia de ver pasar los años y no sentirme plena, mientras fabricaba listas de deseos que no terminaban de cumplirse o sí pero me dejaban fría. Entonces conocí a una persona que acabó por abrirme los ojos, sin pretenderlo, y ahora empiezo a sentir la valentía para dar forma a ideas que andaba barruntando desde hace un tiempo.
Es verdad que he necesitado el ejemplo de otro para tomar conciencia de mi propósito. A veces es así: alguien nos presta un espejo en el que, por fin, nos vemos con claridad. Gracias a él, a conocer su proyecto de vida todavía en proceso, he empezado a ignorar el ruido de fuera y escucharme por dentro. A entender que es más efectivo codearse con el tiempo como compañero, no enemigo.
Ahora, creo que estoy lista para ir moviendo ficha. Otra cosa es que lo logre. A veces encontrar el propósito y hacerlo real no implica demasiados cambios; en ocasiones, supone un giro de 180 grados. Y eso da miedo. Muchísimo.
Seamos honestos. No es fácil romper con la inercia de los corsés sociales, con el "así son las cosas", las voces que te dicen que mejor sigas el camino conocido. Ese libreto que viene preescrito desde antes de que nazcas: estudiar, un trabajo estable de ocho a tres, pareja, hijos, hipoteca en la ciudad. Todo en el orden correcto y dentro de los plazos adecuados, no vaya a ser que se descontrole algo.
El propósito, al menos como yo lo entiendo, va más allá de construir un futuro ideal que se haga presente. Tiene que ver con autoescucha y coherencia. Con avanzar, aunque sea a pequeños pasos, en una dirección que no contradiga quien eres
Al final, la vida se convierte en una carrera de relevos en la que vas recogiendo resultados impuestos, uno tras otro, sin preguntarte si realmente los deseabas.
El problema es que muchas veces ese guion no funciona. Basta con mirar alrededor. Gente que hizo todo supuestamente "bien" y acaba en un divorcio conflictivo porque no asume quedarse sola, atrapada en trabajos que detesta, mezclando lexatines con cerveza y una vida que no reconoce como propia mientras vende la moto por Instagram.
Es el precio de no haberse hecho nunca la pregunta esencial, ésa de la que os hablaba antes.
Y no, no soy ingenua. Sé que en ocasiones es imposible conseguir la vida que una quiere. Hay un sistema que limita, circunstancias personales, económicas o de salud que pesan como intentar caminar por barro con zapatos de plomo.
Pero el propósito, al menos como yo lo entiendo, va más allá de construir un futuro ideal que se haga presente. Tiene que ver con autoescucha y coherencia. Con avanzar, aunque sea a pequeños pasos, en una dirección que no contradiga quien eres.
Por eso esto nada tiene que ver con salir de la zona de confort. Olvidaos. Además, me agota la filosofía de “atrévete a todo” que convierte la vida en una constante ginkana de autoexigencia. No, el propósito no es un salto al vacío ni un “si quieres, puedes.” Es algo más parecido a mirar por dentro, abrazar el vacío y llenarlo con la misma pasión con que de pequeñín colmabas cubos de arena en la playa.
No sé, supongo que quiero convencerme de que lo conseguiré. De momento, ya he hecho el primer movimiento. Apuntarme a la autoescuela, con 44 castañas, para sacarme el carné de conducir. No es uno de tantos buenos propósitos de Año Nuevo, sino una de esas casillas que he de tachar para alcanzar mi propósito. Si lo logro, algún día os contaré cuál era.