Lo recuerdo como si fuese ayer. Al llegar a casa y llamar al timbre, mi madre me abrió la puerta: "Lo han matado, pobre, lo han matado…", me anunció entre lágrimas. "¿A quién?", le pregunté. "A Gregorio Ordóñez". Y a continuación, mis exabruptos y descalificaciones, tan habituales (y necesarios) en quienes nos indignamos ante semejantes hechos: "¡Qué hijos de puta!", debí de gritar, o algo parecido. Nos rebelamos ante las injusticias, luego existimos. Y obramos en consecuencia, que es con el compromiso político.
Yo ya militaba en Denon Artean, creo recordar, o quizá fue el asesinato que terminó de animarme a colaborar formalmente con la agrupación que en aquella época ya se manifestaba tenazmente contra ETA, y donde tuve la suerte de conocer a un buen puñado de personas buenas y dignas lideradas por la incombustible Cristina Cuesta. Mientras tanto, otros miraban para otro lado o nos pedían calma y sosiego para confirmar su complicidad o su indolencia. "Ni con unos ni con otros", nos decían los indolentes, como si fuera lo mismo asesinar que ser asesinado.
Otros mantenían silencio sepulcral, nunca mejor dicho. O nos pedían silencio para no avinagrar las tertulias o las conversaciones de la cuadrilla. Los cómplices, impertérritos, continuaban apoyando sus crímenes para lograr sus objetivos políticos. Y ahí siguen, sin crímenes pero políticamente rehabilitados, habiendo recogido los frutos de años de violencia y terrorismo. Ya lo dijo Barrena hace años: "Los terroristas de hoy puede que mañana no lo sean, depende de quién escriba la historia".
Gregorio Ordóñez era de derechas y es posible que defendiera ciertas ideas que yo no compartía. De hecho, así era. Pero aquello era irrelevante a los efectos que nos ocupa, porque se trataba de defender la libertad y la democracia, y él era uno de los que mejor lo hacía en aquella época. Y porque el pluralismo ideológico es consustancial a la democracia. Y hubo un tiempo en el País Vasco en el que lo trascendente era acabar con la mafia etarra y ensanchar los espacios de libertad y de convivencia.
Gregorio Ordóñez fue quien mejor supo hacerlo; desgraciadamente, lo que no pudo fue salvar su propia vida, otro de los objetivos de mucha gente amenazada en aquella época: seguir viva. Nadie se expresaba con tanta claridad y tanta valentía.
Se le entendía cuando hablaba, y lo hacía sin remilgos, disimulos o eufemismos. Al pan, pan, y al vino, vino; y a los terroristas, terroristas de la peor calaña. No por venganza o por simple desahogo personal o físico sino como actitud política necesaria para poder zafarnos del miedo, levantar la cabeza y enfrentarnos mejor a la bestia separatista, a la dictadura más infame y a sus cómplices presentes en las instituciones. Casi nadie se atrevía a decir tantas cosas y tan meridianamente claras. Casi nadie dio tanto ejemplo como Gregorio Ordóñez.
Con aquel asesinato, ETA acababa con el presidente del PP en Gipuzkoa, con el diputado del Parlamento Vasco y con el teniente de alcalde de San Sebastián. Y con un joven de 36 años, un buen marido y un padre incipiente, con un hijo de apenas meses que no puede guardar recuerdos de su padre, más allá de lo que le han contado, porque se lo asesinaron. Y con un ciudadano ejemplar y un hombre libre.
Con aquel asesinato, ETA trataba, otra vez, de condicionar el panorama político, adulterar la competición electoral y perjudicar a los adversarios, "socializar el sufrimiento", aterrorizar a la sociedad, asesinar al diferente y obtener ventajas políticas de ello. O sea, la bomba y el tiro en la nuca contra la libertad y la democracia y para cambiar la realidad sociológica e imponer su proyecto totalitario. Que de eso trata el terrorismo.
Y logró que Ordóñez no fuera alcalde de San Sebastián, que miles de personas se "exiliaran" y que el PP menguara políticamente. Y de aquellos crímenes, estos lodos. Gregorio era un hombre libre y se expresaba libremente, que es la mejor manera de defender la libertad de expresión, le pese a quien le pese.
Yo no sé qué es lo que pensaría Gregorio Ordóñez de la situación política que vive actualmente Euskadi y el resto de España. Nadie lo sabe. Yo sí recuerdo su denuncia valiente de los crímenes cometidos por ETA y del papel jugado por sus servicios auxiliares, o sea, la llamada "izquierda abertzale", sin la cual ETA no habría perdurado en el tiempo. Y su oposición radical a negociar políticamente con los criminales.
Yo, a diferencia de otros, no creo que estemos peor que nunca, ni que ETA siga viva o que haya alcanzado los objetivos por los que asesinó. Yo creo, al contrario, que ETA fue policialmente derrotada sin compensación reseñable. Sin embargo, no soy ingenuo. Obviamente, ya no hay terrorismo. Y el independentismo vasco es actor clave tanto en la política vasca como en la nacional, a lo que habrá que contraponer proyectos políticos mejores y mejor defendidos. No queda otra que seguir en el tajo.
El problema es que hoy a los asesinos de Gregorio Ordóñez se les homenajea impunemente en calles y ciudades del País Vasco, y que sigue habiendo crímenes pendientes de resolución cuyos autores todavía se desconocen. Además, nuestros jóvenes no saben la verdad de los hechos ocurridos, o lo que saben es mentira.
Y quizás lo peor de todo es que los responsables y/o beneficiarios políticos de su asesinato han sido rehabilitados por el PSOE de Sánchez y sus socios. E incluso cuentan sus votos como propios, los califican como "progresistas" y los tienen por socios y colaboradores preferentes. Y al PP, sin embargo, lo consideran enemigo a eliminar políticamente. Y todo esto me parece una indecencia.