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Cantaba Mari Trini por qué a mí se me ha caído una estrella en el jardín, por qué a mí se me ha caído una estrella en el jardín, ahora no sé qué voy a hacer contigo. Prometo que este estribillo resonaba en mi cabeza al escuchar al secretario general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, responder al ser preguntado sobre la dimisión de tres concejales de su formación en el municipio alavés de Arratzua-Ubarrundia por no poder evitar la implantación de una planta fotovoltaica que implica a dicha localidad.

Se trata de un plan que se habían comprometido frenar en la campaña electoral de las municipales. Ahora los vecinos, desde la plataforma Proiektu Honi Ez!, acusan a Bildu de practicar política de moqueta. Esta no es la primera daga directa al alma geminiana de la formación.

En las mismas coordenadas, ocurría algo similar en Oion, también en Álava y gobernada por la coalición soberanista. La corporación municipal otorgaba los últimos permisos para el parque eólico de Labraza, el primero en Euskadi casi dos décadas después. La coletilla de tener que hacerlo por imperativo administrativo, para protegerse del señalamiento vecinal a los que habían prometido en campaña que esto jamás ocurriría, fue la consigna, como el agua en un canal de riego, que repetían los portavoces de Bildu, lo contrario habría sido prevaricar. Y yo me pregunto, entonces ¿mintieron sus administradores a sus vecinos y vecinas? Obviamente sí.

La estrategia, para no lidiar con sus propias contradicciones, es tirar por elevación. Otegi dice ahora que la responsabilidad es la falta de planificación del Gobierno Vasco en materia de renovables para eludir un asunto muy fácil de llevar en la pancarta y complicado de gestionar en el día a día.

La institucionalidad, objetivo político prioritario para la formación de Otegi, conjuga con dificultad el abrazo a la gestión honesta, con punto de mira en Lehendakaritza, y con los discursos históricos de la formación. Resuena en la memoria en el parto de EH Bildu 2011, los magníficos resultados en Gipuzkoa, consiguiendo la alcaldía de Donostia y la Diputación Foral, y los cuatro años donde se enredaron a cuenta de las basuras y el puerta a puerta. Bien saben el peso que tuvo en la no revalidación de la confianza de los electores. En una cosa estoy de acuerdo, el reto es multinivel. Es el momento de acordar en todas las escalas la soberanía energética que necesitamos en Euskadi y aquí cuentan todos.

Es un fenómeno que en inglés se le ha venido a llamar "Not in my backyard", es decir, renovables sí, pero no en mi patio trasero. Nos habla de la conciencia social sobre la necesidad de la descarbonización en favor de las energías limpias siempre y cuando no me afecten demasiado a mis hábitos, mis rutinas, y a ser posible que esos proyectos se hagan en el pueblo de al lado. Un rechazo vecinal y de determinados colectivos ecologistas que apela al impacto visual de las zonas rurales que ha tenido su resonancia en partidos políticos que han detectado un nicho electoral.  Aquí podríamos incluir los partidos ultras, aunque por otro motivos, en este caso negacionistas.

Y entonces ¿qué hacemos? porque está claro que necesitamos aumentar la capacidad de generación eléctrica. En pocas décadas se prevé que tengamos que doblar las actuales necesidades, a raíz de la reconversión de la industria, la movilidad eléctrica o el ingente suministro para los centros de datos, indispensables para el nuevo oráculo tecnológico, la inteligencia artificial y todo ello a un coste asumible. Parece que el único camino es que el impacto local tenga que traducirse en ventajas también locales, y no solo de amplio espectro, que ahí es donde coincidimos la gran mayoría.

El lehendakari Pradales reclama al Ejecutivo español el aumento de la capacidad eléctrica de Euskadi, de hecho habla de lo urgente de esta decisión. Euskadi no puede permitirse falta de capacidad eléctrica, es el cuello de botella que impide el desarrollo de renovables y acelerar la descarbonización, así como para la atracción de empresas a nuestro territorio.

Las actuales infraestructuras están frenando el despliegue de nuevas factorías. Hay que desbloquear las capacidades latentes, activar los megavatios disponibles, invertir en redes de transporte y distribuir mayor potencia señalaba el lehendakari. Todo esto no es literatura, afecta directamente a 34.000 empleos vascos que dependen de la mejora de la red eléctrica, competencia del Estado. Así que poca broma con este asunto, porque aquí sí estamos hablando de las cosas de comer.

En resumen, en los próximos 25 años vamos a necesitar más energía y más barata para poder ser competitivos. La red industrial vasca tiene que ir en aumento, ahí está el empleo que genera valor añadido, mejores convenios laborales y mayores salarios. Además, conseguir que este suministro no lastre los costes de producción y que los ciudadanos, también aquellos que no quieren una planta de renovables en su jardín, puedan beneficiarse de las descarbonización y un precio de la luz barato.

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