
El extranjero.
El extranjero
Pienso en todas esas personas que no recorren miles de kilómetros para disfrutar sino para buscar su sueño, alcanzar una vida digna
Más de la autora: Señoros, el tiempo se acaba
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Allá donde voy me llaman el extranjero. Donde quiera que estoy, el extranjero me siento. Me marcho y no pienso en la vuelta, solo se que lo que me queda, en un bolsillo lo puedo llevar. Estas frases pertenecen a la canción escrita e interpretada por Enrique Bunbury que podrían haber servido como banda sonora de la última película protagonizada por Mario Casas y titulada Muy lejos.
Pienso tanto en la canción como en la película en este día en el que los desplazamientos son masivos por un deseo de poner tierra de por medio durante unas jornadas y de olvidarnos de una rutina cada vez más loca. Y pienso también en todas esas personas que no recorren miles de kilómetros para disfrutar sino para buscar su sueño, alcanzar una vida digna a base de trabajo, sacrificio, abandono de sus familias, alejamiento de sus hijos e hijas y mucho sufrimiento.
Hoy los aeropuertos, las estaciones de autobuses, las de servicio, las de trenes y todos aquellos lugares que nos sirvan para viajar y evadirnos durante cinco días están absolutamente repletos. Lo bueno es que la mayoría de quienes hoy dejan su casa tienen billete de vuelta, no como los protagonistas de los pensamientos que han dado pie a esta columna.
Afortunadamente algo va cambiando cuando hemos dejado de utilizar el término “ilegales” para referirnos a quienes aún no han logrado regularizar su situación en el país al que llegan
Por ponerles en contexto, Mario Casas interpreta a un catalán, que decide quedarse en Utrech después de asistir a un partido de fútbol de su equipo, el Español. Lo hace sobre todo intentando huir de una situación asfixiante de esas que tanto se dan en el llamado deporte rey, el reconocimiento de la homosexualidad en un ambiente en el que la testosterona se corta con cuchillo. Pero lo que podría haber sido la nueva vida de un ciudadano europeo en otro país, también europeo, se convierte en una pesadilla como la que viven todas las personas “sin papeles”.
Afortunadamente algo va cambiando cuando hemos dejado de utilizar el término “ilegales” para referirnos a quienes aún no han logrado regularizar su situación en el país al que llegan. Las palabras son importantes y no es lo mismo decir que no tienes papeles que ser señalado como ilegal. Al igual que no es lo mismo decir que una persona es un mena, que llamarla por su nombre. El nombre humaniza, el acrónimo te quita hasta la dignidad porque te convierte en nadie.
Sergio, el hombre que interpreta Mario Casas, se encuentra con unos y unas conciudadanas que le ven como “el español” y a éstos no se les alquilan pisos ni se les dan trabajos de primera; se les dan, si acaso, lo que llaman “trabajos de españoles”, es decir, limpiar baños, hacer mudanzas, trabajar a destajo en restaurantes de comida rápida y un largo etc que todos y todas conocemos porque son los que en España se facilitan a las personas que llegan de otros países salvo que sean rubios, blancos y de ojos azules.
Ser migrante no tiene buena prensa, vayas donde vayas. Y por muchos años que pases en el lugar de acogida, siempre serás el inmigrante que no es ni de un sitio ni de otro
Me gusta que el director de la cinta, Gerard Oms, nos ponga frente al espejo. Tenemos la sensación de que cuando viajamos desde un país integrado en la Unión Europea a otro del mismo grupo, las cosas son diferentes a cuando desde África o Sudamérica vienen otras personas buscando lo mismo, trabajo, calidad de vida, arraigo y dignidad.
Nos encontramos con que eso no sucede en todas las ocasiones. Ser migrante no tiene buena prensa, vayas donde vayas. Y por muchos años que pases en el lugar de acogida, siempre serás el inmigrante que no es ni de un sitio ni de otro. Ni de donde llega ni de donde se fue.
Las barreras idiomáticas, el desarraigo, la inseguridad que genera vivir lejos de tu casa y de tu familia, la falta de empatía o la precariedad son asuntos que se tratan en una película tan cercana como necesaria. En tiempos de auge de los postulados contrarios a la llegada de migrantes en la mayoría de los países europeos, que alguien llegue y nos de una bofetada de realidad es más que necesario.
Sobre todo para quienes ejercen una superioridad laboral, moral y de poder sobre quienes llegan sin darse cuenta que, en algún momento, todos y todas podemos necesitar dejarlo todo y empezar una nueva vida. Más en estos tiempos convulsos en los que no sabemos si vamos a tener que salir de nuestra casa y convertirse en refugiados climáticos, si alguien va a optar por iniciar más guerras o si las batallas tecnológicas nos van a empujar hacia lo desconocido.
Qué bueno es que a través de la cultura te obliguen a hacerte preguntas y a posicionarte. Estos días de fiesta nos sirven para viajar, para agarrarnos al carpe diem, para disfrutar y sacar a ese hedonista que llevamos dentro. Ojalá encontremos un ratito también para pensar en historias como la de Sergio, historia por cierto que no ha salido de la cabeza del director sino que es una película de esas “basada en hechos reales” que tanto nos gustan. Seguro que en la vida real, la historia no nos gusta tanto.