La última vez que asistí a un pleno de política general en el Parlamento vasco lo hice como público desde la tribuna; al día siguiente, un diario nacionalista adicto al PNV y al dictado de la formación nacionalista se preguntaba qué hacía un chico como yo en un lugar como ese, como si uno, por estar fuera de la política profesional y, sobre todo, por no pertenecer al cortijo nacionalista, no tuviese derecho a seguir preocupado por los asuntos públicos y escuchar a sus representantes en vivo y en directo, bien fuera por curiosidad, interés o puro morbo.
La presencia de Arnaldo Otegi no la criticaron, sin embargo, supongo que porque el representante de la cosa tiene más méritos que un servidor en cuanto a actividad política desarrollada y, sobre todo, a la actividad que combina la política con otros menesteres más expeditivos, en los que yo, afortunadamente, no tengo currículum, salvo como sujeto pasivo y víctima.
Ya hace algunos años de aquello y ahora no me acerco por donde fue mi casa, sino que la observo desde la distancia; sin melancolía ni tristeza, por cierto, cosa que suelen preguntarme, sino con la conciencia tranquila que, habida cuenta las circunstancias y los medios con los que contábamos, te provoca el trabajo bien hecho y te permite dormir tranquilo.
Estos días se ha celebrado en el Parlamento vasco el pleno de política general, lo que viene a ser un debate sobre la situación en la que se encuentra Euskadi en el momento en que se celebra (tercer jueves de septiembre), que, por cierto, a diferencia de lo que ocurre en el Congreso de los Diputados con el debate sobre el estado de la nación, nadie duda de que debe producirse en cuanto finaliza el periodo no lectivo veraniego.
Estos días se ha celebrado en el Parlamento vasco el pleno de política general, lo que viene a ser un debate sobre la situación en la que se encuentra Euskadi
Así como Pedro Sánchez lo convoca sólo si le beneficia (y apenas lo ha convocado desde que es presidente del Gobierno de España), en el País Vasco nadie duda de que debe celebrarse.
Es como los presupuestos: aquí sería un escándalo que el Proyecto de Presupuestos no se presentara en la Cámara en el plazo establecido para que fuera estudiado, enmendado, debatido y votado por los diferentes grupos, mientras que el Gobierno de España no lo presenta y no pasa nada, aunque sea de obligado cumplimiento y la Constitución Española lo exija.
Siempre me ha llamado la atención que los mismos que hacen las leyes las incumplan con todo el descaro del mundo, pero así son las cosas en el universo Sánchez y así se las contamos cada semana.
Como no podíamos estar quietos, cuando se debatió la reforma del reglamento del Parlamento Vasco a propuesta nuestra, presentamos una batería de 102 propuestas de modificación con el objetivo de abrirlo a la ciudadanía, actualizarlo y modernizarlo, en el buen sentido del término. El resto de grupos, algunos de los cuales contaba con un buen puñado de diputados más proclives a la vida contemplativa que al trabajo parlamentario, se subían por las paredes.
Qué ganas de trabajar más de lo necesario, ¿verdad? Entre las reformas, una planteaba que el debate de política general finalizara con la presentación de propuestas de resolución que pudieran debatirse y votarse, al objeto, en primer lugar, de que la jornada dejara de ser un monólogo yuxtapuesto de voces encontradas que se hablan, pero no se escuchan; en segundo lugar, para que las resoluciones que se aprobaran supusieran un mandato a cumplir por parte del Gobierno vasco; y, en tercer lugar, porque el debate, aunque más extenso, sería más participativo y entretenido, lo cual nunca viene mal en cualquier quehacer que imaginemos y tampoco en la política, que suele provocar entre hartazgo y aburrimiento.
Siempre me ha llamado la atención que los mismos que hacen las leyes las incumplan con todo el descaro del mundo, pero así son las cosas en el universo Sánchez y así se las contamos cada semana
Sin embargo, la Mesa del Parlamento vasco aparcó la iniciativa, y cuando parecía que por fin podía debatirse, la legislatura finalizó porque el lehendakari Urkullu adelantó las elecciones. Ese es uno de los asuntos que quizás alguno de los grupos presentes pudiera recoger para que se debatiera… aunque me temo que no caerá esa breva, estando como suelen estar los partidos políticos dedicados a menesteres más elevados, como dedicarse a pelearse y soslayar lo importante.
Pradales, como siempre, quiere profundizar en el autogobierno, cantinela que se repite desde que el mundo es mundo, y en concreto urge a "pactar un nuevo Estatuto en nueve meses", ante la posibilidad de que Sánchez pierda la Moncloa y gobierne la derecha en España.
Es obvio que temen que sin Sánchez de presidente las cesiones al nacionalismo desaparezcan, y que sin el nihil obstat del Congreso de los Diputados la reforma que pretenden es un imposible, como bien sabe Ibarretxe.
La cuestión es que en EH Bildu tiene un aliado para avanzar hacia la independencia, y Andueza, del PSE, nos dice que hablará "de todo" pero no abrirá la puerta a la independencia. Es lo que nos faltaba. En todo caso, el problema no es que se hable de todo, sino que los socialistas sólo sean capaces de decir que no a la independencia, como si acercarse a ella no la anticipara.
Pero es el socialismo que hoy tenemos vigente en Euskadi y en España, abducido por las tesis nacionalistas, bien sea por pereza intelectual, cobardía o conveniencia. Por su parte, el PP le ha recordado que Euskadi no es un oasis, y que los problemas de aquí son semejantes a los del resto de España. Es aquello que a la gente le preocupa, y donde manda capitán no manda marinero.
Es obvio que temen que sin Sánchez de presidente las cesiones al nacionalismo desaparezcan
El lehendakari Pradales podría centrarse en lo importante y gestionar bien lo que ya es competencia de su gobierno, pero, en lugar de eso, prefiere pedir más competencias y olvidar las que ya tiene. Osakidetza, antigua joya de la corona, es ahora motivo de indignación popular, porque ya no es lo que era.
Y la educación está como está, pero, como es asunto generalizado, se pasa página y se obvia, como si fuera una causa perdida. Por no hablar del problema de la vivienda, una auténtica pesadilla para centenares de miles de vascos.
Y la inseguridad creciente. O el empleo precarizado. Pero Pradales no se refiere a los tiempos oscuros que supone la depauperación de los servicios públicos, sino a la posibilidad de que Sánchez pierda las elecciones.
Y ahora, antes de que el PP gobierne, quiere pactar un nuevo estatuto para separar más a Euskadi del resto de España, que es el cuento nacionalista de toda la vida. Pero lo de la reforma del Estatuto es más viejo que el hilo negro: ya hace quince años lo debatimos en el Parlamento Vasco y ahí siguen.
Y mientras, el lehendakari mira a Madrid, a la espera de acontecimientos que puedan cambiarlo todo, incluido el tablero político vasco. Él sabe que, en cuanto Sánchez convoque elecciones, se abrirá un tiempo nuevo.