Eneko Goia, todavía alcalde de San Sebastián, ha decidido dejar el cargo tras diez años al frente del Ayuntamiento donostiarra, y no se presentará a la reelección en las próximas elecciones de 2027. Según nos ha dicho, la decisión la tenía tomada desde hace tiempo, a lo que le respondo que si la conocía desde que se presentó y fue elegido, debió haberlo dicho entonces, para que los votantes supieran que a mitad de legislatura tendrían como alcalde a alguien que no se postuló para ello. La decisión es una combinación consecuencia de lo personal y lo político: por un lado, porque la política, cuando se está en cargos de alta responsabilidad y elevada exposición pública, quema más de lo que muchos piensan porque es un trabajo que uno ejerce las veinticuatro horas del día; por otro lado, el PNV necesita un revulsivo para, ante la amenaza de un Bildu ascendente, conservar la alcaldía de Donosti. Además, como Goia pertenece al PNV, no tendrá problemas en acomodarse al puesto que le ofrezcan, por lo que no es que su renuncia lo vaya a convertir precisamente en un ciudadano precarizado, como los hay a miles en la ciudad de la que ha sido alcalde durante una década. 

La savia nueva suele ser buena por sí misma por los atributos propios que aporta

Respecto al debate sobre la limitación de los mandatos políticos, es un clásico que aflora cada cierto tiempo. Cuando a un gobernante lo siguen votando, es difícil pedirle que abandone sus responsabilidades para renovar la esfera política y que se incorpore a ella gente nueva con nuevas ideas. Nadie quiere renunciar a aquello que lo entusiasma y que además se encuentra bien remunerado. Y en cuanto a la posibilidad de que una ley limite la duración de los mandatos, tiene sus pros y sus contras, porque podría provocar que gente muy capacitada que además ha adquirido la experiencia debida tras un tiempo dedicado a realizar un mismo trabajo, tenga que abandonar su puesto incluso contando con el respaldo del pueblo. Yo reivindico, más bien, que la política profesional se entienda como una actividad a la que se llega para servir a la gente durante un tiempo en lugar de para eternizarse en ella más de la cuenta, aunque esto es, lo reconozco, subjetivo. Yo hablo por lo que observé de cerca durante mi experiencia de casi ocho años en el Parlamento vasco: a menudo ocurre que políticos que llevan en sus puestos largos años, incluso décadas, pierden la noción de la realidad o incluso viven de espaldas a ella, y luego pasa lo que pasa; por no hablar, desde luego, de quienes llegan para servirse e incluso enriquecerse ilegalmente. Durante mi periplo parlamentario, conocí a diputados que, tras varias décadas en su puesto, seguían realizando un buen trabajo, pero creo que es sano para uno mismo y para la sociedad a la que se pretende servir no permanecer más de lo debido. La savia nueva suele ser buena por sí misma por los atributos propios que aporta. 

En el caso de Goia, que intuyo seguirá en la política profesional pero supongo que en algún cargo menos expuesto, la renuncia se debe, como decía antes, a que ser alcalde agota; no es que sea como trabajar en la mina, pero seguro que mentalmente cansa, y además la familia se ve afectada. Sin embargo, Goia pertenece al PNV, y todos sabemos que el PNV sabe lo que se hace, o al menos actúa estratégicamente y siempre para fortalecer su proyecto político y ganar las próximas elecciones. Y es lo que se pretende ahora: frenar el ascenso de Bildu, seguir siendo el partido más votado y mantener el Consistorio donostiarra. 

Ahora mismo, las espaldas están en todo lo alto, tanto en Donosti como en Gipuzkoa y en el conjunto del País Vasco. El PNV quiere mantener su hegemonía y frenar a Bildu. El resto de partidos deberían ser audaces e ingeniosos e ir a por todas: ser alternativa en lugar de alternancia o, mucho peor, comparsa

Porque todos los partidos están mirando ya a las elecciones de 2027; y si no han elegido a los candidatos o esbozado al menos su estrategia, pronto empezarán a hacerlo. Y el PNV, esa maquinaria antes casi perfecta que últimamente da signos de agotamiento y renquea, ya ha comenzado a desarrollarla (y presentará como candidato a quien sustituya ahora a Goia). Y el resto debería hacer lo mismo, sin que tal cosa implique convertir la política en un espectáculo circense o abusar de la demagogia, pero para algo están las cabezas pensantes y los profesionales: para dibujar una hoja de ruta que lleve al partido al mejor resultado posible, sin abandonar los principios y las ideas que les son propios y a los que se deben, ya que Sánchez sólo hay uno y no es un ejemplo a seguir, al menos desde la ética. Y elegir al mejor candidato posible, teniendo en cuenta la idiosincrasia donostiarra, con todos sus vicios y todas sus virtudes. Nunca seremos Bilbao, pero es que no queremos serlo; al fin y al cabo, además de donostiarras somos guipuzcoanos, con todo lo que eso implica. 

La cuestión es qué clase de ciudad nos ofrecen los distintos partidos políticos. Por un lado, cuál es el modelo de cada uno; por otro lado, para ir a lo concreto, los proyectos que defienden. En el uso de las competencias municipales, todo lo que tiene que ver con el turismo, la economía, la movilidad, la inmigración, el planeamiento urbano, los barrios, la vivienda, la sostenibilidad, la seguridad o la proyección nacional e internacional. Y la construcción o la renovación de nuevas posibles infraestructuras que respondan a las necesidades de los donostiarras, tengan la edad que tengan. 

Ahora mismo, las espaldas están en todo lo alto, tanto en Donosti como en Gipuzkoa y en el conjunto del País Vasco. El PNV quiere mantener su hegemonía y frenar a Bildu. El resto de partidos deberían ser audaces e ingeniosos e ir a por todas: ser alternativa en lugar de alternancia o, mucho peor, comparsa. Cada pieza es un diamante que quiere ser conservado o conquistado por los principales partidos políticos. Y Donosti es, sin duda, uno de ellos.