Que estamos viviendo tiempos convulsos, volátiles y difíciles de gestionar creo que es algo en lo que la mayoría podríamos estar de acuerdo. Cabe el riesgo de que esta dificultad se nos atragante y pensar aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, tal y como recitaba Jorge Manrique en las 'Coplas por la muerte de su padre' allá por el siglo XV. Es decir, buscar en el pasado la seguridad que hoy no tenemos acreditada frente al abismo de la incertidumbre y la rapidez de los cambios.

Recientemente ONU Mujeres presentaba un informe en el que constataba que uno de cada cuatro países del mundo reporta retrocesos en materia de derechos de las mujeres. Hasta hace unos cuantos años entendíamos que íbamos avanzando, lenta, pero inexorablemente a lomos de la justa reivindicación de la igualdad.

La sorpresa es que ahora mismo estamos ante diferentes procesos para tratar de mantener lo conseguido y construir una barrera que nos impida ir hacia atrás. La urgencia es avanzar más rápido y en función del contexto seguir defendiendo los espacios ya ganados y los que nos quedan por ganar.

Podemos pensar en el olvido de las mujeres de Afganistán, probablemente el peor lugar del mundo para nacer mujer junto a Yemen o Pakistán. Matrimonios forzados, violencia sexual, sin voz, sin rostros, sin esperanza. Son casos extremos que han perdido el foco de la actualidad, pero valgan estas líneas para traerlos al pensamiento y a la actualidad aunque sea por un breve instante.

Sin embargo, no hay que irse tan lejos para notar que parte del momentum retroceso acecha bien cerca, en nuestras democracias liberales, en EE.UU., en Europa, en cada avance de los populismos de extrema derecha y en la influencia que ejercen sobre las políticas.

Recientemente hemos vivido un caso muy paradigmático en el Ayuntamiento de Madrid. El grupo popular liderado con mayoría absoluta por José Luis Martínez Almeida, junto a Vox, ha aprobado una moción para obligar a las mujeres que quieran abortar a recibir información de lo que vinieron a llamar “síndrome postaborto”. Una invención prejuiciosa y neocatólica sin respaldo, ni literatura científica que lo sustente, que habla del peligro que sufre una mujer que aborta de sentir pensamientos suicidas, acabar en el alcoholismo o en depresión.

Nos tendríamos que reír ante semejante patochada, ocurrencia o jaimitada machista de quien por un lado considera que las mujeres debemos ser seres tutelados, infantiles y no completos en desarrollo para tomar decisiones, y por otro no deja de desatar un pestilente tufo a halo retrospectivo de sotana y estricta moral católica que como un pedo mental brotó del primer edil de la capital de España pensando que sería un pionero del retroceso. Nos tendríamos que reír, sí, pero no tiene ni maldita gracia.

La ultraderecha al otro lado del charco o aquí aspira a imponer una única manera de ser correcta y verdadera inspirada en un pasado que nunca fue el que dicen que fue, y mucho menos para las mujeres. Advertidas estamos

Éste solo es un caso en que la visión retrospectiva idílica se ha venido a manifestar sobre un derecho ganado a sudor y fuerza por las mujeres. No estaba, ni se le esperaba en el debate público, ni siquiera entre el votante popular se discute, sin embargo, ha reaparecido de la forma más inesperada. 

La pulsión por la añoranza de un pasado glorioso para la familia tradicional, los valores cristianos, el desprecio al multiculturalismo y las diferentes identidades sexuales están también detrás de eslóganes tan martilleantes como el Make America Great Again.

La ultraderecha al otro lado del charco o aquí aspira a imponer una única manera de ser correcta y verdadera inspirada en un pasado que nunca fue el que dicen que fue, y mucho menos para las mujeres. Advertidas estamos.