“La ciudad es nuestra” es una miniserie de David Simon, creador de “The Wire”, que narra el ascenso y caída de un grupo policial corrupto de la ciudad estadounidense de Baltimore. Al principio de la misma, y como suele ser habitual, vamos conociendo a los diferentes protagonistas de la historia.
En este contexto nos encontramos con Wunmi Mosaku como Nicole Steele, una abogada asignada a la División de Derechos Civiles del Departamento de Justicia, y con Ian Duff, como Ahmed Jackson, su compañero de trabajo. Cuándo les presentan, Nicole le dice al recién llegado Ahmed que será mejor que gane Hillary si no quiere verse pronto de patitas en la calle, a lo que el interpelado responde que Trump no va a llegar ni a la nominación.
Spoiler: Trump ganó y volvió a ganar.
El viernes pasado, las redes en España nos dejaron ver a un Milei desencajado, errático y psicótico en la campaña electoral argentina. Un Milei que, supuestamente, llegaba a estos comicios parciales tocado por escándalos de corrupción, por la crisis galopante y el desplome económico que ha obligado a pedir un rescate multimillonario a los EEUU, que sería concedido a cambio de que —Trump dixit— Argentina eligiera bien.
Spoiler: Milei ganó el domingo. Argentina votó bien.
Habrá argentinos y estadounidenses, más preparados que yo, que expliquen por qué hay tanta gente, tan enfadada, tan empoderada en valores rancios y agresivos, que prefieren ceder derechos y conquistas sociales para la mayoría, a cambio de no sé muy bien qué.
El caso es que, visto lo visto, el final de la Unión Europea como concepto conocido y el triunfo de los nacionalismos agresivos en el viejo continente no es algo inconcebible. De hecho, ha pasado de ser un mal chiste a una posibilidad real que está a la vuelta de la esquina.
Vox y Bildu comparten ultranacionalismo, supremacismo, deshumanización del adversario y nulo respeto a las opiniones diferentes
En España, que Abascal gobierne ya no es una broma. Que lo haga Bildu en Euskadi tampoco. Pongo ambos ejemplos juntos porque, en mi opinión, las dos opciones comparten ultranacionalismo, supremacismo, deshumanización del adversario y nulo respeto a las opiniones diferentes. Además, las dos formaciones crecen, principalmente, desde un voto joven al que el pasado infame que ambas reivindican —Franco y ETA— fascina y atrae. Se complementan.
La democracia está en el alambre, debilitada por el ataque masivo y persistente del algoritmo, la judicatura o los medios de incomunicación, por poner unos pocos ejemplos. Estamos a merced de X, Tik Tok, Instagram y Facebook. De las granjas de troles y de los intereses espurios. Indefensos y contentos con el soma instantáneo.
¿Queda tiempo para reaccionar? Soy pesimista. Por ejemplo, donde gobierna la derecha, la sanidad pública se va privatizando, igual que la educación. En España, hace veinte años había 50 universidades públicas y 22 privadas. Hoy están casi a la par. Y los resultados no son mejores, son peores para la mayoría: peor atención primaria y especializada y peor formación académica. Los datos mandan, pero la extrema derecha crece y la reacción de los gobiernos liberales y de la mayoría de la ciudadanía, de los que van a ver recortadas sus prestaciones, sus derechos, es desesperantemente lenta.
En Euskadi, el papel del extremismo excluyente se lo reparten entre Bildu y el PNV por diferentes motivos. No lo digo por decir.
Los primeros crecen sostenidamente y avanzan demoscópica e inexorablemente hacia Ajuria Enea y las Diputaciones, si el PSE-EE no lo impide. No tienen programa, tienen consignas: Fuera el fascismo de la universidad y de las calles. No quieren competencia totalitaria. Renovables sí pero no. Errefuxiatuak ongi etorri, aunque lejos. Euskaldunak first, erdaldunak a Lanbide, ACAB y cosas así. Todo mientras intentan contener y aguantar en el redil a la peña irredenta de GKS, que ya les llama abiertamente burgueses y vendidos. Su voto joven y combativo es imprescindible para sus planes y Bildu no va a dudar en tachar a los antisistemas de tontos útiles e invento del españolismo más rancio. Están a un paso de encontrar al CNI detrás de la disidencia.
El PNV está ahciendo movimientos defensivos y ultras que ocultan la falta de modelo de integración del ex-partido guía hacia los migrantes que necesitamos
Con el PNV ocurre parecido. Han detectado movimientos para montar un chiringuito nacionalista de carácter claramente xenófobo y han decidido adelantarse. Convertir el centro de refugiados de Vitoria-Gasteiz en un macrocentro de menas, conectar emigración y delincuencia en los discursos, cambiar la política de información de la policía e incluir el origen de los delincuentes en la nota de prensa... Todo movimientos defensivos y ultras que ocultan la falta de modelo de integración del ex-partido guía hacia los migrantes que necesitamos y que cumplen una función imprescindible en nuestro tejido productivo y asistencial.
Todo al tiempo que ambas formaciones coinciden en temas súper esenciales y súper importantes para ellos y marginales para el vasco promedio: la euskaldunización total del empleo público, la segregación educativa a favor de las ikastolas y la desconexión con España. Finalmente, no se pondrán de acuerdo, como siempre, pero nos distraerán, y mucho, de lo esencial: como evitar que el mundo, tal y como lo conocemos, se acabe. Una fruslería. A ver si se ponen las pilas.
