Tenemos en el banquillo a un fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, al que se juzga por revelación de secretos en el caso de fraude fiscal de Alberto González Amador, conocido, además de por su acusación de defraudador al Estado, por ser el novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Lo del juicio parece algo insólito, sí, pero “cosas veredes que farán falar las piedras”. De ese hacer hablar a las piedras van estas líneas, así como de la declaración de varios periodistas en ese mismo juicio. El asunto se resume en saber quién filtró a los medios de comunicación un escrito en el que González Amador reconocía haber cometido fraude fiscal y falsedad documental mediante la emisión de facturas falsas.

En lo que yo me quiero detener hoy es en el dilema moral que ha supuesto para esos periodistas saber que el Fiscal es inocente, que no fue él quien filtró el famoso correo, pero no poder dar el nombre de la fuente que sí lo hizo por estar bajo el secreto profesional. El testimonio de los periodistas en este juicio es clave y genera entre la ciudadanía una sensación de incomprensión hacia ese derecho de quienes ejercen nuestra profesión a no desvelar las fuentes que maneja.

“Yo sé quién es la fuente, pero no lo puedo revelar, y eso me provoca un dilema porque aquí se le está pidiendo cárcel a una persona que es inocente”. Todos los periodistas que ya han declarado han desligado al Fiscal General del Estado de la filtración del famoso correo.

¿Cómo afrontar que mantener el secreto profesional tendría unas consecuencias difíciles de cuantificar, pero castigarían a alguien por algo que no ha hecho?

El debate en este caso se centra en dos decisiones éticas: preservar el secreto profesional y evitar la prisión a un inocente. ¿Qué hacer cuando revelar una fuente haría investigarla poniendo en tela de juicio la libertad de información y prensa? ¿Cómo afrontar que mantener el secreto profesional tendría unas consecuencias difíciles de cuantificar a priori, pero castigarían a alguien por algo que no ha hecho?

El pasado verano se aprobó por parte del Consejo de Ministros el anteproyecto de Ley reguladora del derecho al secreto profesional de la información. Se pretende fortalecer la trasparencia, la pluralidad y la independencia, al tiempo que se protege la confidencialidad de las fuentes.

La prensa libre es un pilar esencial de la democracia. En esa libertad se incluye la de los periodistas a investigar todo aquello que puede hacer más libres a los y las ciudadanos de un país. El periodismo de investigación requiere de un secreto respecto a quien facilita la información que, de violarse, cerraría las puertas al conocimiento de realidades que muchos quieren ocultar. Evitar represalias sobre las fuentes es el verdadero origen de un secreto profesional que en muchas ocasiones provoca ese dilema moral del que hablábamos.

Si queremos mantener la libertad de prensa, habremos de respetar un secreto que será el facilitador de otras denuncias que, de no producirse, empequeñecerían nuestra democracia.

A vueltas con el periodismo, me detengo en las palabras que la periodista Almudena Ariza pronunció al recibir el premio a la libertad de expresión José María Portell que le entregó la Asociación de Periodistas Vascos. Es otro de los dilemas del periodismo, del que se dice que deber ser neutral. Sin embargo, Ariza lo tiene claro al asegurar que no cree en la neutralidad del periodismo y sí en el rigor, en la verificación y en la búsqueda de fuentes.

“La neutralidad ante el horror no es posible cuando vemos a civiles muertos bajo las bombas, ante un genocidio en directo con unos dirigentes inamovibles sin detenerlo. Dar titulares sin contexto es hacer de portavoz a un estado criminal” asegura.

Los jóvenes han de saber que el periodismo que importa es el que se enfrenta e incómoda, el que ofrece miradas profundas

No es periodismo decir que uno dice que llueve y el otro que no. Periodismo es abrir la ventana y comprobar con tus propios ojos si llueve o no. Una gran lección que debemos trasladar a las nuevas generaciones de profesionales acostumbrados ahora a un periodismo rápido, fácil y de frases copiadas. Han de saber que el periodismo que importa es el que se enfrenta e incómoda, el que ofrece miradas profundas. Se trata de tomar partido por la verdad.

Me surgen estos pensamientos cuando se cumple el quinto aniversario de la puesta en marcha de este medio, de Crónica Vasca. Recuerdo perfectamente los primeros pasos, ilusionantes, pegados al suelo y a una realidad cambiante que ha llevado a reinterpretar la forma de relacionarnos con los lectores. Nuevos formatos, podcast, videoblogs, newsletters, todo hecho desde el rigor y, sobre todo, buscando fuentes e información que nos permitan contribuir a tener una audiencia crítica que busca ese bien tan preciado, la verdad.

Felicidades a todo el equipo de Crónica Vasca. Larga vida.