Leo en Crónica Vasca, el artículo que el lehendakari Pradales dedica a reflexionar sobre la diferencia entre la actitud alemana y la española respecto del bombardeo de Gernika hace 88 años. Lo hace motivado por la visita que el presidente de la República Federal de Alemania, Frank Walter Steinmeier, ha realizado a la villa foral en homenaje a las víctimas de aquel sanguinario ataque de la Fuera Aérea alemana.

La idea principal, que el lehendakari ha expuesto tanto ante la prensa como ante el Parlamento vasco, consiste en afear a España que no haya aprovechado la ocasión para hacer lo propio y pedir perdón por dicho ataque, dado que la Legión Cóndor atacó Gernika y otras ciudades en beneficio del ejército franquista.

Como Alemania, sostiene Pradales, España debería pedir perdón al pueblo vasco, puesto que ambas naciones, España y Alemania, fueron al fin y al cabo quienes causaron aquel 26 de abril de 1937 tanta muerte y dolor.

No se diga, dice el lehendakari, que el ataque fue orquestado por la Alemania nazi en apoyo de un ejército que se había sublevado contra el legítimo gobierno republicano. Tampoco que ese ejército levantisco y su general reprimieron duramente a todos aquellos que se posicionaron con la legítima república española.

Todo ello, sostiene, no exime a España de pedir perdón a los vascos por aquel ataque, de la misma manera que lo hace un presidente alemán que, por supuesto, de nazi, no tiene ni la sombra. Abonando más este planteamiento, refiere el lehendakari el conmovedor discurso de Angela Merkel en Auschwitz en el que, señalando el campo, les dijo a los alemanes que ellos eran también eso.

Aparentemente, la posición que mantiene en este razonamiento Pradales parece incontestable: quién no entiende que un Estado agresor pida perdón posteriormente por acciones especialmente dolorosas, como lo fue el bombardeo de Gernika y otras ciudades españolas.

El problema que presenta el argumento del lehendakari es que altera completamente la relación entre víctimas y victimarios. En primer lugar, porque él, como el nacionalismo en su conjunto, siguen considerando que entre el verano de 1936 y la rendición de Santoña un año después se produjo una guerra internacional entre España y Euskadi. Solo así puede entenderse ese empeño en mostrar a España como agresora y a Euskadi como agredida.

Lo único que podría tener un viso de actuación propiamente vasca en el conflicto civil fue su final en el verano de 1937, cuando el ejército controlado por nacionalistas vascos se rindió a los fascistas italianos

En ningún momento la guerra civil fue otra cosa que eso, una guerra española en la que participaron italianos y alemanes a título de ensayo y brigadas internacionales, sosteniendo el principio de legitimidad que los gobiernos occidentales prefirieron ignorar.

Lo único que podría tener un viso de actuación propiamente vasca en el conflicto civil fue su final en el verano de 1937, cuando el ejército controlado por nacionalistas vascos se rindió a los fascistas italianos. Aunque de poco les sirvió de cara a salvar el pellejo, rendirse se habían rendido. Quizá ahí sí quepa una disculpa por los herederos no del Estado vasco que ni existía, pero sí del partido político, el de Pradales, que auspició aquel pacto que traicionó a la legítima república española.

La exigencia del lehendakari de un perdón “de España” a los vascos va, sin embargo, más allá de lo simbólico. Es una revictimización en toda regla de los que ya fueron machacados en la guerra y después de ella. Sería algo así como exigir a los supervivientes del 26 de abril de 1937 que pidan perdón por lo que sufrieron.

La constitución española de 1978, que pronto será la más longeva de cuantas ha habido en España, desconecta con el Estado responsable del bombardeo de Gernika y de mil atrocidades más y reconecta con la legitimidad democrática, la que existía en Gernika en abril de 1937, la que representaban en el justo homenaje reciente Crucita Etxabe y María del Carmen Aguirre.

Si alguien lee el artículo de Pradales publicado por este periódico, digamos, en Australia, se preguntará quién es ese señor de barba que sale al lado del presidente alemán. ¿Será un traductor, de esos que van pegados a la oreja de un dirigente? La duda sería comprensible, sobre todo porque Pradales en ningún momento se refiere a ese señor, tal cual si fuera un empleado de Steinmeier.

Le interesaría saber que es el rey de España, Felipe VI, y que está ahí representando al Estado español, como Pradales. El mismo rey que inauguró el homenaje al presidente republicano Manuel Azaña en 2020. Un señor cuya presencia ahí como rey de España no se apoya ni en el franquismo, ni en la dinastía, sino únicamente en la legitimidad democrática recuperada en 1978, la que existía en Gernika en forma de república en abril de 1937, la que estaba representada en el homenaje del pasado día 28 de noviembre por Crucita Etxabe y María del Carmen Aguirre.