Bipartidismo. Vox ha vuelto a poner el término de moda, aunque su existencia ya formaba parte de nuestra cultura política. Los que vivimos la Transición crecimos con una estructura partidista definida: dos partidos centrales (por la derecha UCD y por la izquierda PSOE) y dos apéndices, digamos, más radicales (AP, Alianza Popular, y PC, Partido Comunista).
Con el tiempo, la refundación de AP en el actual PP, la disolución de UCD y experimentos fugaces (desde CDS hasta Ciudadanos) han dejado una derecha formada por el Partido Popular y el más reciente Vox. Al otro lado, el PSOE se mantiene como paradigma socialdemócrata, y a su izquierda anidan coaliciones o agrupaciones que conviven con problemas y donde el PC mantiene una presencia testimonial.
Vox esgrime el bipartidismo (PSOE-PP) a modo de “denuncia”. Intereses particulares, por supuesto, explican esa insistencia. Como toda opción alejada del centro (también ocurre por la izquierda) siempre tiene el riesgo de convertirse en un apéndice de la formación mayoritaria. Por eso quiere y necesita desmarcarse.
Pero uno se detiene seriamente a contemplar el escenario político español y comprueba que el bipartidismo florece en todas partes y existe a otros niveles.
Podríamos aventurar un nuevo bipartidismo (Podemos-Sumar), con formaciones que compiten entre sí con no menor fiereza
Si Vox habla del bipartidismo PSOE-PP, a los que adjudica políticas similares, podríamos hablar también de un bipartidismo a la derecha (PP-Vox) y de un bipartidismo a la izquierda (PSOE y un ala a su izquierda). Y aún dentro de esta podríamos aventurar un nuevo bipartidismo (Podemos-Sumar), con formaciones que compiten entre sí con no menor fiereza.
Si fijamos la atención en los aliados de Sánchez en Euskadi o Cataluña, los binomios se multiplican. En Cataluña Junts-ERC, aunque el nuevo panorama catalán nos revela un nuevo desdoblamiento bipartidista: Junts-Aliança Catalana, a la derecha, y ERC-CUP, a la izquierda.
Este baile de siglas nos conduce también a Euskadi. De nuevo, entre los aliados que coadyuvan al milagroso mantenimiento del Pedro Sánchez en la Moncloa, asoma otro bipartidismo: PNV-EH Bildu.
Otra característica los une: ninguno de esos binomios funciona en condiciones de alianza, sino de bronca y áspera competición
Por tanto, más allá de la insistencia interesada de Vox en un bipartidismo nacional, podríamos hablar de una constelación de “fenómenos bipartidistas”. Otra característica los une: ninguno de esos binomios funciona en condiciones de alianza, sino de bronca y áspera competición.
Centrándonos en Euskadi: PNV y EH Bildu forman parte de la acumulación de fuerzas que sostienen a Pedro Sánchez. Pero ambos compiten entre sí. Y, permítaseme decir, se odian más o menos cordialmente, como ocurre entre Podemos y Sumar, ERC y CUP, o Junts y Aliança Catalana.
El fenómeno, en Euskadi, es relativamente nuevo, porque el apoyo de la izquierda abertzale al terrorismo de ETA le suponía, de facto, un techo electoral determinado, pero ahora EH Bildu va creciendo y mira ya de frente al PNV. El PNV no estaba acostumbrado a esas tomas de confianza y, como ocurre cuando uno asiste a algo a lo que no está acostumbrado, siento inquietud, inseguridad y desorientación.
Nadie se fía de nadie, ni siquiera de sus presuntos aliados
La red de binomios “bipartidistas” en la política española es diabólica. Nadie se fía de nadie. Ni siquiera de sus presuntos aliados. La pintoresca mescolanza de formaciones que sostiene en la Moncloa al presidente de gobierno está erizada de aliados que no son de fiar, cuando menos, y de enemigos recíprocos, cuando más.
Volviendo a Euskadi: en la política vasca, PNV y EH Bildu, por primera vez, se miran de frente. El Partido Socialista de Euskadi ha sido, durante mucho tiempo, una especie de colaborador necesario del partido hegemónico, pero el ascenso de la izquierda abertzale altera ese escenario.
Paradójicamente, eso puede hacer que aumente la capacidad de influencia política del PSE, porque los colaboradores necesarios, en política, son ciertamente importantes, pero en un escenario de confrontación real entre los dos partidos nacionalistas, el partido colaborador puede convertirse en algo todavía más influyente y decisivo: el partido bisagra.
