Son los grandes olvidados de un conflicto que obligó a cientos de ciudadanos a caminar siempre con una sombra detrás. Los escoltas se hicieron imprescindibles, sobre todo en el momento en el que ETA decidió "socializar el conflicto" y ampliar los colectivos contra los que atentaba.
Los objetivos del terrorismo dejaron de ser solo las fuerzas de seguridad o los militares. Empezaron a estar en el punto de mira los políticos, los jueces, periodistas...Había tantos colectivos amenazados que era imposible protegerles a todos. Los escoltas privados empezaron a cotizarse en Euskadi y muchos vinieron de fuera buscando un trabajo que estaba bien pagado pero en el que se corría un alto riesgo.
Con el fin de ETA su labor dejó de ser necesaria casi de la noche a la mañana y estos trabajadores cayeron en desgracia. Algunos pudieron reciclarse, seguir en la seguridad privada. A otros se les ofreció la protección de mujeres maltratadas. Pero la mayoría de ellos tuvieron que buscar alternativas a un trabajo que en la mayor parte de las ocasiones les dejó marcas emocionales para siempre, y en algunas también físicas, sin que hayan disfrutado de ningún tipo de reconocimiento a su labor.
"No ha habido reconocimiento, ni lo va a haber nunca"
Jose Mari fue escolta y es víctima de ETA. Un comando atentó contra su protegida, la concejal del PP Elena Azpiroz. Ella salió indemne, pero José Mari recibió un disparo por que el perdió la visión de su ojo izquierdo. Tenía 27 años. El atentado le dejó con una incapacidad para seguir desarrollando su trabajo como hasta entonces. Pero además dejó al descubierto su identidad su localidad, en Renteria.
"Me tuve que ir porque quedé expuesto. Intenté evitar que me identificaran, pero fue imposible. Yo estaba ya jodido porque soy de Renteria y se quiénes son mis vecinos. Tuve que buscarme otra vivienda. Tuve que cambiar las matrículas del coche... todo con recursos propios". Poco después del atentado en que resultó herido mataron al concejal del PP José Luis Caso. "Eso me constó mucho superarlo porque creo que fue el mismo comando que me disparó a mi, y me sentía culpable", dice.
Recuerda "el miedo que había en aquella época. Nos mataban, el miedo se cortaba". Sabe que muchos de sus compañeros lo pasaron muy mal cuando con el fin de ETA nadie se acordó de ellos. "El sector de la seguridad privada siempre ha sido el patito feo de esto". "No ha habido un reconocimiento ni lo va a haber nunca" más allá de que algún protegido reconozca la labor de un escolta a título individual.
Muchos de los escoltas eran gente de fuera "éramos pocos los que naturales de aquí, porque era mucho más complicada nuestro día a día, nos podían reconocer. Por eso se cubrió con mucha gente que venía de otras comunidades autónomas. "Cuando se acabó ETA de un día para otro lo perdieron todo. De la noche a la mañana no eras nadie".
De hecho, asegura que hubo una elevada tasa de suicidios entre compañeros que se encontraron desubicados. "Ahora ya nadie se acuerda de los que hemos hecho", lamenta.
"Hemos sido los tontos útiles"
Mikel ha trabajado 17 años como escolta, casi de los primeros que empezaron en esa profesión en Euskadi, protegiendo al PP, como "zulú", como llamaban a los que iban de "avanzadilla" en moto en los eventos para controlar que no hubiera atentados, ni ningún problema. Después ha tenido entre sus protegidos a políticos, empresarios, banqueros...
También es de los que se metió en el mundo de la seguridad siendo del País Vasco, pese a que "eso hacía la cosa mucha más compleja". Pero "había mucha gente de fuera porque habia un boom muy grande", una necesidad de protección que era imposible de cubrir. De hecho, recuerda que se tuvo que cambiar la ley para permitir que ls particulares pudieran hacer labores de protección, algo que en principio era una labor de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado.
"Esto dio dinero a mucha gente", asegura, no sólo a los escoltas, ya que "detrás de muchas empresas de seguridad había también cargos políticos". Asegura que los escoltas han sido "la maquinaria tonta de toda esta historia. Los tontos útiles de todo esto".
MIkel se marchó quemado de la profesión, y se recicló en otro sector completamente diferente, pero "muchos se quedaron sin nada" Recuerda que "hacíamos la misma labor que cualquier policía, pero no eramos funcionarios". Eso permitió que se "nos dejara de lado", pese a que muchas veces nuestras jornadas eran interminables.
"A mi protegido y a mi nos negaban la comida en los bares"
Juan es uno de los que llegó al País Vasco para trabajar de vigilante desde Tenerife. Trabajó seis años el sector como escolta de políticos y empresarios. Tuvo "suerte", dice o "un trabajo bien hecho", porque no tuvo demasiados percances en su trabajo "más allá de golpes al coche, gritos en la calle cuando pasabas con el protegido, algún objeto delante del coche..." Pero recuerda con tristeza que acompañando a un empresario más de una vez no les querían dar de comer en un restaurante después de reconocerle.
También tiene grabado el asesinato de Isaías Carrasco, porque le acompañó alguna vez antes de que lo mataran. La tregua fue el momento del declive para estos trabajadores, y él decidió marcharse antes . "Sentía un agotamiento mental" , dice, y se volvió a Tenerife.
También volvió a Canarias Jesús, que fue escolta de alto cargo de Confebask. Cuando regresó a su antiguo trabajo no tuvo problemas porque había pedido una excedencia, pero "a muchos otros no les resultó nada fácil volver a trabajar"