Como la mayor de 6 hermanos/as a Maite Sebal le tocó desde muy pequeña asumir responsabilidades que, vistas con la perspectiva de hoy en día, sería motivo de reprobación. “Mis padres se iban a misa, por ejemplo, y me dejaban con 6 años al cargo de los otros”, asegura mientras muestra su convencimiento de que “la responsabilidad de hermana mayor te va forjando”. Nacida en Bergara, en esa familia numerosa, asumió también que “había que cumplir, portarse bien y estudiar sin dar mucha guerra porque había otros 5 a quienes atender”.

Una forma de pensar y actuar que le acompaña hoy en día, con un poso de serenidad y firmeza que desde 2017 le sirve para dirigir Cáritas Diocesana de Vitoria, un puesto en el que, hasta su llegada, nunca había ocupado una mujer. Estudió con una beca de Mutualidades laborales en Zaragoza, donde se marchó con 13 años, hasta que acabó COU y regresó a casa para matricularse en Deusto gracias a otra beca. Eligió Económicas porque le gustaban las matemáticas “y tenía mejor salida”, rememora. Trabajó en una auditoría multinacional en la parte de consulting que le sirvió para aprender muchas cosas, entre otras, que no se veía allí para siempre, y los sistemas informáticos fueron otro de sus destinos.

De la enseñanza en un instituto aprendió que, pese a tener una plaza de funcionaria, se podía renunciar a ella porque no era algo que se le daba bien y a tirar por un camino con el que había convivido desde pequeña: la informática. “He visto fichas de las perforadas de ordenadores y esas cosas desde pequeña en mi casa. Lo llevaba un poco en las venas”, asegura. Fueron muchos los años en los que estuvo a caballo entre Bergara y Vitoria desempeñando funciones en este ámbito. Hasta que dejó de llenarle. Entonces se cogió dos años sabáticos, estudió en la UNED Historia y Geografía un par de cursos y montó una empresa con su marido en la que hoy sigue manteniendo la actividad, aunque sabe que “no tendrá continuidad” porque sus hijas viven en Barcelona y no tienen interés en seguir.

Y en esas estaba cuando en 2014 se hizo voluntaria de Cáritas Vitoria desarrollando su actividad en los programas con mayores primero, y administrativas después, cuando, en 2017, recibió la llamada del obispo Juan Carlos Elizalde proponiéndole suceder a Santos Gil en la dirección de Cáritas Vitoria.

¿Qué le motivó a decir “si quiero” a un obispo?

Pues, aunque tenía labor con la empresa familiar, creo que siempre tuve claro que tenía que decir que sí porque creía que podía hacer cosas y creía en el proyecto. Al principio fue duro porque había muchas cosas de las que enterarse. No es lo mismo estar de voluntaria conociendo una parte de la estructura que todo: la parte interna o no, los programas que hay, las zonas, actividades, la relación con la gente y las administraciones… Los primeros pasos fueron encaminados a entender todo esto y de no meter demasiado la pata, pero confiando en la gente y haciendo equipo se va logrando.

Fuiste la primera mujer directora en un estamento muy masculino…

En esta diócesis hay muchas mujeres al cargo de puestos de responsabilidad: pastoral de salud, economía y patrimonio, obras, juventud, laicado… Ya se van dando parcelas con presencia de mujeres… Puedo decir, además, que me han dejado hacer a todos los niveles y que tampoco me he sentido presionada por ser mujer. Es verdad que, viendo el bombo que se le dio, en algún momento pensé “espero que todo esto luego no pese”, pero sinceramente creo que se me encarga esta labor porque creen que puedo hacer una buena gestión.

Y en esas está, gestionando…

Yo creo que piensan que soy un poco fría, que en el ámbito social choca un poco. Tengo que ver que los recursos sean los adecuados, que los ingresos compensen los gastos e intentar que eso funcione. A veces hay las reticencias de las partes, pero bueno, poco a poco vamos haciendo con el equipo y con la gente.

Tenemos medias de edad de voluntariado muy elevado y, encima, con el tema de la pandemia se ha retraído muchísimo. Ha habido gente que tiene que cuidarse ahora y protegerse y que, cuando esto pase, pues veremos…

Estáis inmersos en un nuevo plan estratégico…

Sí, estamos diseñando un plan que va a suponer cambios. Tenemos recursos escasos y nunca vamos a tener ni podríamos tener un superávit, porque tenerlo significa que estamos haciendo algo muy mal. El dinero que tenemos lo tenemos que gastar en lo que lo tenemos que gastar, pero dentro de eso tengo que intentar que el déficit esté ajustado y que los recursos funcionen. Entiendo que tenemos una serie de criterios, pero que no están en contraposición con hacer las cosas bien. Tenemos que fomentar la comunidad cristiana de bienes, pero no me puedo quedar ahí tampoco. Lo que estoy aprendiendo con el plan estratégico es que la búsqueda de equilibrios es muy complicada.

El voluntariado es una parte importante de su institución y desde muchas entidades se habla de una crisis de voluntariado…

Es un problema, sí y, además, nos vamos haciendo todos mayores y hay que buscar el relevo, atraerlo. Ahí nos tenemos que enfocar. Es complicado que el relevo sean los chavales de 30 años porque están a otras cosas: trabajo, estudios, proyectos de vida iniciales... Tenemos medias de edad de voluntariado muy elevado y, encima, con el tema de la pandemia se ha retraído muchísimo. Ha habido gente que tiene que cuidarse ahora y protegerse y que, cuando esto pase, pues veremos… Quienes se han quedado han redoblado esfuerzos y dado todo para poder llegar, pero nos hace falta relevo.

¿Qué perfil de gente usuaria acude a Cáritas ahora mismo?

El perfil nuestro siempre, mayoritariamente, es mujer. Muchas veces es la mujer que viene de representando a toda la familia y luego en los talleres son hombres porque la búsqueda de trabajo es más fácil para los hombres. Las mujeres se tienen que ceñir al trabajo doméstico muchas veces. Durante el confinamiento nos aparecieron muchos perfiles de economía sumergida que muchas veces es la única manera que tienen, y les dejamos, de trabajar. También nos llegó en ese momento gente de la prostitución que no podía ejercer o que, debido a las prácticas de traslado que realizan, les pilló lejos de su familia y orígenes. Con la recuperación de algo de normalidad esos perfiles han desaparecido. Tenemos mucha gente con trabajos precarios, con poco salario, a quienes no les llega estando en ERTE. Imagínate una familia de cuatro y de tres hijos con el 30% menos del salario de un salario que ya de por sí es bajo. Ahí es dónde nuestras ayudas, sobre todo para el alquiler, porque para alimentación la gente acude a otros circuitos como el banco de alimentos, han tenido su utilidad.

El perfil nuestro siempre, mayoritariamente, es mujer. Muchas veces es la mujer que viene de representando a toda la familia y luego en los talleres son hombres porque la búsqueda de trabajo es más fácil para los hombres. Las mujeres se tienen que ceñir al trabajo doméstico muchas veces.

¿Por qué motivo acude la gente a Cáritas?

Poder llegar a fin de mes, para cosas muy básicas dónde dormir, la alimentación, el vestir y esos gastos básicos a los que hay gente que no se puede enfrentar. Nuestra manera de afrontarlo es con ayudas económicas o becas vinculadas al empleo, a los talleres que ofrecemos y a los itinerarios que marcamos con cada persona.

¿Hay un miedo real al enquistamiento de la pobreza?

Venimos de una crisis de 2008 que casi no nos ha dado tiempo a respirar y los colectivos que recurren a Cáritas suelen ser colectivos bastante precarizados. La inclusión plena y la exclusión severa han crecido. Parece que la situación general ha mejorado porque el nivel de inclusión es mayor, pero hay una parte de la población que está mal y tiene una tendencia de crecimiento. La sociedad se está polarizando y la brecha se está haciendo más grande, más si cabe desde que ha llegado la pandemia: despidos, precariedad… La verdad es que tenemos miedo real a lo que pueda venir cuando los ERTE se acaben, con los despidos, la falta de trabajo…. Ahora mismo con estas medidas paliativas la gente está protegida por una capa de ayuda social, pero cuando desaparezca… Mucha gente está peleando por el día a día, sabiendo y viendo que sus recursos disminuyen… Dramas reales

¿Hay que poner el foco en más cosas, más allá de lo económico?

En todo lo emocional, que también lo estamos viendo. Hay mucha gente tocada, gente que necesita que le escuchen, compartir, carencias de las relaciones, muchísima gente sola y con mucha desesperanza, personas que han perdido el empleo y han perdido sentido de vivir. Verdaderos dramas vitales. Hay muchos duelos que no se han podido hacer, cosas pendientes que se van a quedar ahí, a nivel social.

La sociedad se está polarizando y la brecha se está haciendo más grande: despidos, precariedad… La verdad es que tenemos miedo real a lo que pueda venir cuando los ERTE se acaben, con los despidos, la falta de trabajo…

¿Vuestra agencia de colocación, Lan Bila, tiene actividad ahora o hay una parálisis del mercado?

Siempre tenemos la línea de servicio doméstico y desde hace dos años empezamos a acceder al mercado de industria de empresas en el que habíamos insertado a unas 200 doscientas personas. Ahora mismo el servicio doméstico es donde más movimiento tenemos y el resto está muy parado. Se hacen prospecciones y se habla con empresas, pero es muy complicado con la que está cayendo. Nos preocupa, además, la precarización aunque es verdad que, en los colectivos con los que trabajamos, perfiles de trabajo que son los más bajos, por decirlo de alguna manera, son los que acaban encontrando empleo, sacan una oportunidad donde nadie quiere trabajar.

¿Qué se debería hacer desde la administración?

Hay que pedirle que no salgamos de esto como que no ha pasado nada, que han pasado muchas cosas, algunas positivas, como la solidaridad de la gente. Nosotros hemos tenido durante el confinamiento y después, más aportaciones particulares que todo el año anterior y eso hay que ponerlo también en valor. A los políticos hay que pedirles es que lideren un cambio, que no entren en peleas. Es la oportunidad de cambiar cosas y de decir: vamos a intentar hacer una sociedad que no deja a nadie atrás.