Cuarenta años de la Ertzaintza: de los restos del poder foral a una policía del más alto nivel
El cuerpo policial vasco cumple cuatro décadas de servicio con la igualdad como la asignatura pendiente
6 febrero, 2022 05:00El 8 de febrero de 1982 Arkaute fue testigo del renacimiento de la policía vasca. En aquella localidad alavesa comenzaban ese día las clases de la primera promoción de la Ertzaintza, que fijaba allí la sede de su academia. Euskadi volvía así a poner en marcha un cuerpo policial habilitado por el gobierno republicano del PNV en Euskadi, liderado por el lehendakari Aguirre, y desaparecido con la caída del País Vasco ante las tropas franquistas.
Aquel día fueron 600 hombres los que comenzaron allí sus clases. La primera fue la única promoción íntegramente masculina de este cuerpo policial con el que las competencias de seguridad volvían a estar en manos autonómicas: una cuestión clave para el Ejecutivo que entonces lideraba Carlos Garaikoetxea. La dictadura solamente había permitido mantener en activo el cuerpo de los miñones alaveses, que no habían sido extinguidos por Franco al ser este el único territorio vasco que no se había opuesto a la dictadura. Aun así, el cuerpo policial más antiguo de España —fundado en 1793— había sido relegado a una función casi ornamental: apenas servían para algunas cuestiones protocolarias.
Sin embargo, el Ejecutivo autonómico de Garaikoetxea, con Retolaza como consejero de Interior, apostaron decididamente por retomar la policía autonómica. Entre las noticias de aquella época, el año había arrancado con la aprobación de los estatutos autonómicos de Asturias, Cantabria y Andalucía y con la concesión a Juan Carlos I del premio Carlomagno. La prensa de la época hablaba de la primera feria de ARCO en Madrid, que iba a comenzar el día 10 y también se comentaba la liberación por parte de ETA apenas tres días antes, el 5 de febrero, de Lipperheide, secuestrado por la banda y liberado tras pagar un rescate de 20 millones de pesetas.
Los años 80 habían arrancado algo más fríos de lo habitual y 1982 había comenzado con un eclipse lunar apenas un mes antes de las primeras clases: el 9 de enero, con su momento álgido cerca de las ocho de la tarde. Aquel 8 de febrero, los alumnos de la primera promoción de la Ertzaintza se encontraron en Arkaute con apenas 200 camas para ellos, uno para cada tres candidatos a ertzaina, y una instalación que, pese al frío, no contaba con agua caliente. El primero de aquella promoción inaugural de la Ertzaintza fue Gervasio Gabirondo, que ocupó la dirección de la policía vasca entre 2012 y 2020
Así echó a andar un cuerpo que, pese al entusiasmo mayoritario con el que se acogía, tenía que lidiar con una ETA a la que tampoco le faltaban apoyo y colaboradores entre la sociedad vasca. Los 'polimilis' se disolvieron precisamente en aquel mes de febrero y en marzo surgió Euzkadiko Ezkerra (EE) como partido. La Ertzaintza comenzó con unas funciones no muy distintas a las de los miñones: fuera de las competencias de tráfico, arrancaron dedicándose a la custodia, entre otros edificios, de Ajuria Enea y del Parlamento vasco, pero poco a poco comenzaron a reivindicarse como esa alternativa a la Guardia Civil y la Policía Nacional, dos cuerpos a cuyo prestigio no había contribuido la dictadura franquista.
ETA hizo que el cuerpo tuviese que aprender rápido a lidiar con el terrorismo en los años de plomo, especialmente desde el asesinato del sargento mayor Joseba Goikoetxea el 23 de marzo de 1993. Goikoetxea, aun sin ser el primer ertzaina asesinado por ETA, fue el primero marcado como objetivo por la banda. La imagen sobre la Ertzaintza en la izquierda abertzale empezó a ser denostada entonces, empezando a ser muy señalados. El terrorismo en Euskadi se cobró la vida de 15 ertzainas y en los años más duros de kale borroka el cuerpo sufrió un ataque de media cada día, con los 'beltzak', la Brigada Móvil, como el testigo principal de la tensión en las calles. El Gobierno vasco también supo prever esa lucha antiterrorista compartida con las policías nacionales y desde 1980, antes de que se constituyese el cuerpo como tal, ya empezó la formación en Berroci para el cuerpo de élite policial vasco: el Berrozi Berezi Taldea, que recibió formación de cuerpos británicos e israelíes para prepararlos.
Desde entonces y mediados debates sobre simbología —con los primeros coches patrulla de la Ertzaintza, que incluían el escudo de Navarra, o la presencia de la bandera de España en la academia de Arkaute— o vestimenta —con unos primeros uniformes nada operativos que acabaron siendo desechados—, la Ertzaintza tuvo que tomar una postura de cierta distancia con la sociedad. Las patrullas de seguridad ciudadana, por ejemplo, no pudieron apatrullar las calles a pie hasta 2011, cuando ETA desapareció del mapa. La Brigada Móvil tuvo que ir con pasamontañas durante todos los años de violencia —como se aprecia en la imagen que ilustra este artículo— precisamente para evitar ser reconocidos y señalados.
Es a partir del fin de ETA cuando la policía integral de Euskadi empezó a desarrollar un proceso de vuelta hacia el objetivo con el que había nacido: ser un cuerpo cercano a la ciudadanía, sin pasamontañas, visibles en la calle, abiertos a la ciudadanía. Ahí había residido una de las razones a la reticencia inicial del cuerpo a llevar unos uniformes con chaleco más explícitamente policiales. Cuarenta años después, la Ertzaintza cuenta en su haber con más de 7.000 agentes, cientos de rescates y tragedias frustradas, una experiencia en la lucha antiterrorista de un valor inestimable y un reto: el de la igualdad en un cuerpo en el que el 85% de su plantilla es masculina pero que desde el año pasado, desde 2021, cuenta con su primera directora: Victoria Landa. Ahora, oposiciones aparte, el frente más inminente para el cuerpo son unas elecciones sindicales en las que ErNe y ESAN llevan ya meses compitiendo con decisiones como el acuerdo alcanzado por el segundo sindicato y el Gobierno vasco para el desarrollo de la carrera profesional en la Ertzaintza.