“¿Y ahora qué hacemos con todo esto?”, es la frase que está detrás de este libro. María Jiménez Ramos, doctora en Comunicación por la Universidad de Navarra, donde es profesora, se la escuchó hace años a Marta Buesa, hija de Fernando Buesa, asesinado por ETA en el 2000. “Ahora que ETA ya no existe, que la violencia ha terminado, pero que las secuelas del terrorismo continúan…¿Qué hacemos con los testimonios?¿Qué hacemos con los victimarios y su figura, con el culto al victimario en el espacio público, con el sufrimiento que ha tenido tanta gente?”, continuaba Buesa. El tiempo del testimonio. Las víctimas y el relato de ETA, fruto de un trabajo de diez años, surge con el objetivo de dar respuesta a todas esas preguntas, “de darle un sentido a todo lo que había pasado, para que no volviese a ocurrir y para que todo lo que habían sufrido estas personas no fuese en vano”, confiesa Jiménez.
La también investigadora lleva años trabajando en las secuelas o consecuencias que la existencia de ETA dejó y deja a día de hoy en la sociedad, enfocándose principalmente en los más jóvenes. Explica que siempre había tenido la sensación de que “hasta que alguien no escucha el testimonio de una víctima en primera persona, no se hace cargo de las consecuencias duraderas y profundas del terrorismo”; sensación que acabó confirmando a través de proyectos en la propia universidad y que más tarde reflejó en este libro. “Defendí mi tesis doctoral, centrada en este tema, en 2018, y desde entonces hemos hecho otros ‘experimentos’ que han confirmado el papel protagonista que tiene el relato de cada una de las víctimas”.
La incomodidad de las víctimas
Jiménez apuesta por el relato de las víctimas como método pedagógico algo que, asegura, no siempre ha sido así: “En muchas ocasiones se ha contado la historia del terrorismo desde el lado de los vicitimarios, y una de las razones por las que esto ha ocurrido es porque las víctimas, en muchas ocasiones, son incomodas. Cuando las víctimas están en el debate público, hacen que el resto de actores que participan en él se miren en ellas y se tengan que preguntar dónde estaban, qué hacían cuando estas sufrieron”. Y eso es algo que no todo el mundo está dispuesto a hacer.
Afirma que la posición de las propias víctimas también ha cambiado con el paso de los años, posición, eso sí, siempre orientada a hacer ver lo que realmente ocurrió. “Las víctimas tienen que acomodarse a un tiempo distinto al de antes, que es un tiempo sin violencia; y a la vez tienen que reivindicar su papel de personas que son depositarias de una autoridad moral que tienen que preservar y de un poder pedagógico que pueden construir a partir de sus relatos en primera persona”.
Lleva años trabajando con jóvenes, por eso, aclara, entiende que haya desconocimiento entre ellos respecto al terrorismo: “Se les acusa de haber olvidado lo que ha ocurrido, pero en realidad uno no puede olvidar lo que no ha vivido. En todo caso lo que se les puede achacar es desconocimiento pero no es tanto el reproche hacia ellos sino el por qué no se lo hemos contado. Las generaciones que sí que han vivido la historia del terrorismo son las que tienen que hacerse la pregunta a sí mismas”.
Una historia desconocida
Por eso, que los alumnos adquieran ese conocimiento en perspectiva ha sido el objetivo durante estos diez años y lo es ahora con la publicación del libro. “Hay un porcentaje alto de alumnos que nos dicen que el tema le interesa pero al mismo tiempo hay una contradicción, porque te dicen que no saben, que les falta información. La historia del terrorismo no ha formado parte del curriculum educativo de las nuevas generaciones… Situación que ha empezado a cambiar de forma lenta hace pocos años, aunque con estos pocos años no se revierten las estadisticas; y lo cierto es que la historia del terrorismo ahora mismo es desconocida para la mayor parte de alumnos de secundaria”, afirma la profesora.
Porque los efectos, tras escuchar un testimonio en primera persona, han podido ser comprobados por Jiménez y sus compañeros. “Cuando una persona se acerca a un testimonio ficticio es para ella como un relato de ficción. La manera que tenemos de que esa abstracción se convierta en algo concreto es a través del testimonio de los que lo han vivido en primera persona”, asegura. Entre los efectos que se han podido observar en los más jóvenes después de recibir un testimonio en primera persona ha sido un mayor interés o la búsqueda de otras formas de información. Además, “la opinión que tienen los alumnos del fenómeno terrorista empeora, el testimonio tiene influencia en la idea que tienen los estudiantes sobre el terrorismo”.
Es importante, remarca, elegir qué testimonios son trasmitidos a este grupo social, “no todos los testimonios impactan igual”. Aquellos que tienen mayor carga emocional o que demuestran una pervivencia del trauma son los que más les impactan y esto “no implica que una víctima esté llorando o visiblemente triste, tiene que ver con que el trauma siga teniendo efectos en el presente”, indica. Con este libro María Jiménez pretende abrir una puerta al pasado y transmitir como esta acción tiene repercusiones, sobre todo en los más jóvenes, porque “cuando consigues conectar pasado y presente, estás consiguiendo que esa parte del pasado se convierta en algo propio y ahí realmente es cuando surge el interés por conocer más”, concluye. En definitiva, una lucha por que la memoria de las víctimas siga presente en el futuro.