Si Baco viviera, querría hacerlo en Laguardia. Si pudiera escoger casa, y tuviera dinero para pagar los 10 millones que en 2001 costó su construcción, se quedaría con el edificio de Bodegas Ysios. Porque como de vinos sabe un Baco, se garantizaría vivir rodeado de buenos vecinos bodegueros y de interminables campos de viñedos.
Uno de los pueblos más bonitos de España. No miente el gran cartel a la entrada de la villa que, no obstante, resulta insuficiente para citar todas las bodegas repartidas entre sus 80 kilómetros cuadrados o las maravillas que, tras cruzar por una de sus puertas amuralladas, se ocultan en la localidad en la que nació Félix María de Samaniego, el fabulista. Quizá, sólo quizá, lo que veía a su alrededor le inspiró para escribir "La zorra y las Uvas".
En septiembre, cuando arranca el otoño, cuando las hojas de los árboles se tornan ocres, cuando los rayos del sol se suavizan, cuando los veraneantes regresan reticentemente a su rutinaria cotidianidad, comienza la vendimia. Los campos de vides presentan ya sus racimos de uva madura en cuya recogida se afanan centenares de vendimiadores, algunos de los cuales también pasan a ser parte del proceso en la elaboración de uno de sus vinos. Grano a Grano.
Así, grano a grano, cada año trabajadores de Ysios y sus familias desgranan la uva de los racimos de tempranillo maduro. Al calor de una conversación, bajo el eco de las risas contiguas, de la contagiosa alegría se congregan y comparten emociones compañeros, progenitores y descendientes. Evoca esa tradición, casi perdida, de desgranar el trigo o las alubias o, sencillamente, sacar la silla a la puerta de casa para hablar de todo y de nada. El ritual en la bodega, que se vio interrumpido en pandemia, se acompaña lógicamente de imprescindibles medidas de higiene: enfundados en batas blancas y provistos de guantes. Una vez volcada la uva en barrica, presionada manualmente y ya pisada, arranca la comida de hermandad. En época de vendimia es, quizá, el día en el que los niños pasan más horas con los padres.
Los visitantes, para los que no está destinado este proceso, pueden visitar los viñedos, disfrutar de las visitas guiadas y catas.
A nadie sorprende hoy oír hablar de turismo enológico del que, probablemente, la impresionante y lujosa bodega de Laguardia de casi 200 metros de longitud, fue la espita que abrió el camino a este peregrinar por las tierras del vino. Pueden ser inacabables kilómetros de ordenados viñedos que discurren por tierras de la Rioja Alavesa. Para un neófito pasan inadvertidas las vides viejas que, sin embargo, las bodegas que los poseen cuidan con mimo extraordinario y muestran con orgullo ya que la escasa producción queda compensada con su calidad.
Gran parte de la bodega, que en inicio se hizo para elaborar hasta un millón de botellas, está sin uso ya que Ysios trajo un cambio en el concepto en la elaboración de vinos y solo produce 70.000 para pesar de Baco.
No se me ocurren mejores deseos que los que Laguardia muestra en la puerta de San Juan: "Paz a los que llegan, salud a los que habitan y felicidad a los que marchan".
Y a Samaniego le diría: "Sí, las quiero, porque (las uvas) ya están maduras". Y embotelladas.