En la primera mitad del pasado siglo llegaban a San Esteban trabajadores de toda España. Sin un solo pozo, de aquí partían a diario miles de toneladas de carbón que procedentes de las dos cuencas mineras calentaban a todo el país y permitían la puesta en marcha de la siderurgia.
Tanta era la riqueza que generó que a esta pequeña localidad, que en la actualidad no llega a 800 habitantes, se le conocía como la Suiza española.
Pero en la década de los 60, el negocio del carbón se tornó más negro que nunca. Las grúas quedaron olvidadas hasta casi oxidarse en el puerto. Las casetas, expuestas al azote del agua y del viento, comenzaron a pudrirse y las vías del tren se paralizaron encaminándose a una muerte inaplazable. Había llegado la crisis del carbón. Se desmantelaron parte de las instalaciones, dejando cicatrices en el paisaje asturiano y provocando la marcha de trabajadores en busca de otras alternativas laborales. Las calles de San Esteban de Pravia se fueron vaciando y muchas casas quedaron deshabitadas.
Pero hasta llegar ese momento, fueron 50 años de esplendor que convirtieron a San Esteban en el único puerto carbonero de España y en la primera población asturiana con tren de mercancías. De aquella época hoy se conserva un importante patrimonio que se yergue orgulloso sobre la dársena. De las 3 imponentes grúas que se alinean en el puerto, dos fueron fabricadas por Babcock-Wilcox y la tercera por talleres Zorroza, también en Bizkaia, a cuya siderurgia ubicada en la margen izquierda trasladaban carbón las locomotoras del Vasco-Asturiano.
Restos de la época son también los norays, tolvas, foso, raíles, cadenas, anclas, boyas y caseta de báscula, que tras una inversión importante se exhiben como muestra de un pasado industrial del que no reniegan. Aunque ya no vivan allí, se mantienen los rótulos indicando donde se acudía en busca de profesionales del carbón, ferrocarril o de buques. Ocurre lo mismo con los edificios de la Junta de Obras, Capitanía o de Prácticos del puerto, que algunos dedicados ahora a otros usos, siguen evidenciando la importancia que tuvo el puerto de San Esteban al que el del Musel, en Gijón, y el de Avilés terminaron por robarle protagonismo.
Ilustres visitantes
Ni el hollín, ni las grúas lograron nunca ocultar la belleza de estos paisajes que ya visitaba Sorolla. El pintor de la luz, que veraneaba en el País Vasco, pasó por Asturias invitado por su colega García San Pedro. Muestra de sus estancia es su obra "Mar y rocas de San Esteban", un cuadro que puede verse en el Museo Sorolla de Madrid. Mariano Fortuny fue otro los invitados por Tomás García San Pedro, fundador de la colonia artística de Muros de Nalón, una de las más importantes de España.
Rubén Darío llegó a San Esteban invitado por Feliciano Menéndez, indiano al que conoció en La Habana. Su estancia ha dado paso a diversas leyendas como la que asegura que el escritor, en estado de embriaguez, brindaba poemas escatológicos en el mirador de Monteagudo.
La transformación
No dudaron de su potencial los lugareños que ahora ven ondear velas de barcos de recreo donde antes había cargueros. Tampoco se sorprenden del interés de los visitantes por recorrer la senda de los miradores. Un recorrido de unos 6 km por playas y acantilados a través de sendas perfectamente trazadas que no presentan dificultad alguna, exceptuando los escalones para llegar a la iglesia del Espíritu Santo, de donde parte. Las vistas espectaculares sobre la ría, la óptima visión de los elementos histórico-culturales y el acceso a maravillosas playas que aparecen de manera escalonada, justifican su recorrido que termina en la Playa de Aguilar.
Brillante, de pensión a gran hotel
Fue Pensión Brillante y por ella pasaron Sorolla, Rubén Darío o Fortuny. Hoy, tras una inversión de casi 3 millones, el lugar de encuentro de estos ilustres, se ha convertido en Hotel Boutique, el Gran Hotel Billante. En la reforma, que ha integrado el edificio contiguo al original, se ha primado conservar elementos originales y conservar la esencia de la antigua hospedería. Por esa razón, los nuevos mármoles del suelo continúan el patrón de los ya existentes, se mantiene la estructura metálica de la escalera, la barra art decó del bar, las vigas metálicas que sujetan el edificio y se han imitado las molduras de los techos.
Presidido por la gran barra de mármol, el restaurante tiene vistas a la ría y a las grúas. Es el lugar en el que se sirven los desayunos y al que pueden acudir a comer o a cenar también quienes no están alojados.
"El vasco ha perdido el miedo a pasar de Gijón", con esta frase Daniel, recepcionista del hotel, expone que cada vez son más vascos, que acostumbran a visitar Llanes, Ribadesella o Gijón, los que están descubriendo esta zona de Asturias.
Hacerlo, y alojarse aquí es sentirse voyeur ocasional intentando imaginar los encuentros entre Rubén Darío y el historiador Rafael Altamira. O las conversaciones entre Sorolla, Fortuny y su anfitrión García San Pedro.
Si como aseguran se construyó en 1902 para alojar a turistas atraídos por el paisaje, más de 120 años después la motivación sigue siendo válida.