Steven Spielberg se reta a sí mismo en cada trabajo que hace. Ha probado todos los géneros y en todos ellos ha triunfado. Es indudable su genialidad y su capacidad para describir cinematográficamente cualquier guión, independientemente del grado de fantasía o veracidad que pueda encontrarse en él. No hay un director más versátil y con tanto acierto como lo ha sido Spielberg, que ha firmado iconos del cine de los últimos cincuenta años como Tiburón, la trilogía de Indiana Jones, La Lista de Schindler, E.T. o Jurassic Park. Desde la ciencia ficción, las películas de aventuras o el cine histórico, no hay nadie con un currículum semejante en toda la historia
del cine.
Pero Spielberg se sigue retando a sí mismo y esta vez lo ha hecho con una revisión de su propia vida en Los Fabelman, una autobiografía del inicio de su pasión por el cine que descubre una personalidad marcada por la visión del mundo a través de la cámara. Spielberg lo hace por medio de una película costumbrista que retrata la América de los años 50 y 60 vista por un adolescente, miembro de una familia judía, que se traslada en busca de mejores oportunidades y, también en una huída de las decepciones, las insatisfacciones, las frustraciones que los personajes llevan consigo.
En Los Fabelman, como tantas veces en la vida, el cambio del entorno no te libra de las ausencias interiores, trasladarse a un distinto entorno no hace mudanza de lo que llevas dentro. La familia de la película de Spielberg está formada por personajes abatidos, por huidores de sí mismos, por desertores de sus propias vidas. Spielberg no ha hecho una película nostálgica en la que los recuerdos de la infancia se muestran como el mundo idílico que el tiempo aniquiló sino como un mundo riguroso; una
visión melancólica y afligida de su vida familiar.
En Los Fabelman, como tantas veces en la vida, el cambio del entorno no te libra de las ausencias interiores, trasladarse a un distinto entorno no hace mudanza de lo que llevas dentro
Un descubrimiento insólito hallado al editar las grabaciones realizadas durante un fin de semana familiar ayudan a desnudar la inconsistencia del matrimonio de sus padres y añade un punto de oprobio a la propia convivencia del matrimonio. Spielberg es cruel con sus recuerdos. Cabe pensar que incluso haya sido injusto con su
propia vida al observarla con tanta severidad como lo hace en Los Fabelman. Más que una evocación de sus años familiares y de su formación como cineasta, la última película del Rey Midas de Hollywood es un gesto de soberbia, una mirada de antipatía, un “mira ahora lo que soy a pesar de todo el daño que me hiciste, ¡maldita juventud!”.
La frase, “Mi patria es mi infancia”, se atribuye a Baudelaire. Si así fuera, la patria de Spielberg es un lugar del que el director quiere huir, un espacio del que aspira a exiliarse y lo hace por medio de la imaginación y la creación artística, con la filmación de una realidad alternativa que sustituya sus propias experiencias.
Steven Spielberg ofrece en Los Fabelman una imagen insolente de su interior, del espacio en el que han crecido sus otras creaciones, del terreno árido en el que se asientan las genialidades que lo han convertido en el director más visto de todos los tiempos. Los mejores frutos nacen en las tierras más hostiles, parece decirnos con esta visión adusta sobre su familia y sus compañeros del colegio, en el que sufrió un acoso del que sólo logró zafarse gracias a las excelentes realizaciones cinematográficas que regaló a sus compañeros del instituto.
Spielberg es cruel con sus recuerdos. Cabe pensar que incluso haya sido injusto con su propia vida al observarla con tanta severidad como lo hace en Los Fabelman
Los Fabelman es, por tanto, una película costumbrista, personal y biográfica de un personaje tan célebre como Spielberg. Es una mirada a Estados Unidos, a la juventud que crecía en los años 50 y a las decepciones de un genio que se refugió en su talento para soportar sus desengaños.
La última película de Spielberg es, sin duda, la más personal, pero no será considerada la mejor. El guión incide reiteradamente sobre las mismas particularidades de cada personaje sin abrirse a otras perspectivas, como si todos ellos estuvieran caricaturizados por sus atributos más marcados. Spielberg se ha querido aliviar de sus recuerdos y lo ha hecho sacudiendo a cada personaje hasta vaciarlo, hasta extenuar su memoria. Los Fabelman responde a una necesidad interior y es, seguramente, lo que Spielberg necesitaba hacer para sí mismo: Un ajuste de cuentas con su propia infancia.